Prólogo

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―¡Por Dios, Mauro! No dejaré que intentes convertir esto que tenemos ―indicó Pía, señalándolos a ambos para ser específica―, en una relación seria. No permitiré que la conviertas en una relación, punto.

Pía estaba... no podía describir cómo estaba. La verdad, la palabra furiosa le quedaba chica a su estado de incredulidad. Lo que él le planteaba era una locura con mayúsculas. No esperaba que le declarase su amor de esa manera. Y tampoco lo deseaba.

Mauro se puso de pie y quiso acercarse, sin embargo, no lo hizo al notar la reticencia de ella.

―¿Por qué no? ¿Acaso no me consideras confiable, buen hombre, capaz de amarte? ¿O es que no te importo? ―le preguntó.

―No es eso, Mau. Apenas nos conocemos, ¿no lo ves? ―rezongó ella.

«Como excusa servirá», pensó, y por eso enderezó la espalda, para poner más actitud en la respuesta. De todas formas, no estaba inventando: casi no lo conocía. Tampoco él a ella. Un puñado de citas improvisadas y varios revolcones no era conocerse.

Eso era cuestionable, de todas formas, prefería pensar que lo que decía y pensaba, sin analizarlo demasiado, era verdad.

―Es cierto y se soluciona fácilmente ―murmuró Mauro, para no llevarle la contraria y, acercándose un poco, no demasiado, para no espantarla.

No la comprendía. No era capaz de ponerse en los zapatos de Pía. ¡Estaban tan bien juntos! Además, le había demostrado lo bien que se les daba mantener sexo de cualquier tipo: alocado, rápido, con la pausa necesaria para desearse, de pie, en la cama... Cerró los ojos y dejó de cavilar tonterías, ese no era el problema, demás estaba plantearlo siquiera. La vio darle la espalda y hacer tiempo sirviéndose un vaso con agua.


Mauro sonrió y negó con la cabeza. Ella disfrutaba de su buen humor, se lo había dicho en varias oportunidades. A ver si colaboraba ese detalle...

―Si te sirve una presentación con referencias generales puedo decir que soy un tipo formal pero con buen humor, que trabajé como drag queen para irme de la casa paterna, que conviví con una mujer y no fuimos amantes siquiera, que, tal vez, soy uno de los pocos monógamos de veintiocho años que quedan y quiere formar una familia, que cree en el amor verdadero y en la compañía de una mujer para enfrentar las vicisitudes de la vida...

―No soy así ―lo interrumpió ella. Necesitaba que se callara, que borrase esa sonrisa torcida, que dejase de mirarla como si fuese la única en la Tierra capaz de darle eso que él buscaba. Cerró los ojos para no seguir atenta al brillo que emanaban los de él, tan hermosos y celestes―. No me interesa nada de lo que planteas, más bien, todo lo contrario.

―Puedes modificar ese pensamiento si nos das la oportunidad, Pía. Te ayudaría a hacerlo, a intentarlo, por lo menos.

―Mauro, por favor, no sabes quién o cómo soy en realidad. Apenas si hemos hablado.

―Tampoco es cierto. De todas formas, tienes razón en que deberíamos intimar más para saber del otro todo lo que hay que saber. No me asusta. Y el hecho de que Bóxer te conozca y hable bien de ti para mí es suficiente. Confío en él, es mi amigo y nunca me ha fallado, hasta pensamos parecido. Creo en su criterio y en su instinto.

Pía comenzaba a impacientarse y estaba tragándose las palabras para no ser dura con él, no se lo merecía. Si hasta se pensaría el responder un enorme «acepto» a todo lo que le planteaba.

Si existiese una oportunidad para ella sería al lado de Mauro. No obstante, la vida era como era y las opciones que ella barajaba estaban demasiado lejos de un hombre como él. No quería, sin embargo, debería recurrir a la cruda verdad para hacerlo reaccionar.

Mauro. De regreso a casa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora