Parte Única

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Gaby refunfuñó al verlo llegar. La imagen de su exesposo se hacía cada vez más próxima desde la ventana de la cocina.

―Ahora sí eres puntual ―murmuró para sí misma.

Quien la escuchase podía adivinar el resentimiento con el que había pronunciado esa frase.

El timbre sonó y se quedó quieta, mirándose las uñas. Su rencor todavía cegaba su razón. Odiaba reconocer que Renzo sacaba lo peor de ella y convertirse en esa mujer pendenciera que nunca fue. La furia alimentaba su enojo y le costaba perdonarlo, mucho menos olvidar lo que había pasado.

El timbre volvió a escucharse y sonrió, sin moverse.

«Vas a tener que esperar, idiota», pensó.

―Mami, papá ya está aquí ―gritó el pequeño de sus hijos.

―¡Qué bueno! Abre, abre no lo hagamos esperar, que afuera llueve —respondió, mostrando entusiasmo.

Molestar a Renzo, quien supo ser su adorado esposo, se había convertido en una adicción que Gaby consideraba espantosa, sin embargo, le daba un poquito de placer esa pequeña revancha. Últimamente, le pedía que cuidase de los niños en horarios que sabía que lo complicaban mucho, solo por el gusto de verlo masticar la impotencia que le daba modificar sus planes.

Bien podría haber tomado la cita médica en otro horario más conveniente para los dos, pero ¿por qué hacerlo?, Renzo le debía muchos favores si quería resarcirse con ella. Además, pretendía comprarse ese par de zapatos que necesitaba... hasta tomaría un café en aquella cafetería que le encantaba. Sonrió con malicia y se puso el abrigo.

—Gracias por venir, Renzo. Volveré lo más pronto posible.

—No te preocupes, tómate tu tiempo. Estaremos bien.

Gaby lo miró a los ojos y a punto estuvo de dar un par de gritos para comenzar una discusión de esas que no se olvidan por largos días. Odiaba que se pusiese complaciente.

Al volver a casa, incluso habiendo perdido tiempo en compras innecesarias, Gaby se encontró con que los niños no estaban.

—¿Mis hijos?

Nuestros hijos fueron a tomar un helado con el papá de Tomy, y querían ir al parque después, a patear la pelota ―respondió Renzo, ignorando las malas formas de su exesposa.

No podía enojarse con Renzo, Tomy era como el tercer hermano, el vecino prácticamente estaba junto a sus niños el día entero. Y eses papá en cuestión los llevaba a cada plan que organizaban.

―Bien. Ya puedes...

―¿Cómo te fue con el doctor? ―la interrumpió él, con voz firme.

No se iría tan pronto. Renzo necesitaba tener una buena relación con Gaby. Un día tendrían que sentarse a conversar, sacar los trapitos al sol, decirse verdades y limar asperezas. La vio trajinar en la cocina y adivinó que estaba preparándose una infusión.

―¿Me preparas uno? —preguntó.

Gaby lo miró de reojo, odiaba que se pusiera así... tan buenito y dócil. ¡Prepararle un té, sí, claro!, pocas ganas le daban. ¿Por qué no se sinceraba con ella y se mostraba de verdad? La había engañado con su apariencia de niño bueno. ¡Mentiroso! Todas esas palabras pasaban por la cabeza de la mujer que no sabía cómo canalizar su irritación.

Terminó de calentar el agua y al darse vuelta para tomar las tazas se chocó con el pecho de Renzo.

―Perdona, estaba buscando los pocillos ―dijo él, sin despegar la mirada de los labios de Gaby. Era preciosa, nunca había dejado de pensarlo, ni en los peores momentos.

No quería perderte (Relato completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora