La curiosidad mató al gato

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La curiosidad mató al gato





Su risa no podía dejar de llamar la atención. Era tan suave y alegre, en ella se podía sentir su agradecimiento a la vida porque podía compartirla con las personas que ama. La guerra finalmente ya era cosa del pasado, era increíble que las grandes pérdidas fueran solo materiales, Harry consiguió destruir al monstruo que le intentó matar desde que era un bebé y fue tan rápido que apenas sí tuvo tiempo de darse cuenta que lo había hecho.


Por supuesto que tuvo mucha ayuda, sin sus amigos y aliados nada de eso hubiese sido posible. El éxito fue celebrado por todo el orbe aunque los muggles nunca podrían imaginarse el motivo de tanta fiesta por las calles.


Harry y Ron reían casi revolcándose en la hierba junto al lago. Muy de cerca Hermione les observaba fingiéndose contrariada, moriría antes de admitir cuánto disfrutaba al verlos tan alegres y solo le quedaba resignarse a su papel de la chica que le daba madurez al trío dorado.


— Sigo sin creer que lo hayan hecho y sean tan descarados de reírse. Ahora deberían de estar pidiendo una disculpa a Malfoy.


Ninguno de los dos jóvenes dejó de reír, aunque Harry empezó a hacer un esfuerzo para detenerse, más que nada porque ya le dolía el estómago que por la recomendación de su amiga.


— No seas aguafiestas, Hermione. —le dijo entrecortadamente, aún no podía dejar de jadear e incluso tuvo que limpiarse unas lágrimas de risa—. Ha sido divertidísimo ver a Malfoy cantando.

— ¡Lo más guay fue que dedicó lost in love a la mesa de Gryffindor! —sollozó Ron entre risas, nunca podría olvidar a Draco Malfoy interpretando canción tan rosa.


Los labios de Hermione se estiraron en una maliciosa sonrisa, tomó una hoja del árbol bajo el cual se resguardaban, y juguetonamente acarició con ésta la nariz enrojecida del pelirrojo.


— Es bueno saber que recuerdas eso, ahora intentemos pensar un poco, Ronald... ¿Crees que Malfoy declaraba su amor a Gryffindor?


Ron y Harry por fin dejaron de sonreír, intercambiaron una mirada de repente muy interesados en los cuestionamientos de su amiga.


— ¿Crees que esté flechado de alguien de Gryffindor? —preguntó Harry sorprendido.

— ¿Y yo que voy a saber? —replicó Hermione recostándose en la hierba, muy satisfecha de haber sembrado la duda en sus amigos—. Tan solo hice una sencilla pregunta.

— ¿Será Ginny? —sugirió el ojiverde—. ¡O quizá tú, Hermione!

— ¡¿Estás loco?! —protestó Ron, ya no tenía ningún rastro de su buen humor—. ¡Más le vale a ese rubio tonto que se olvide de quien quiera que sea! ¡Nadie se fijaría en él, es tan...!

— ¿Hermoso?


Ron frunció los labios con la respuesta de su amiga, y sin decir nada se puso de pie regresando al castillo. Harry le vio sin comprender, era demasiado confuso que su amigo se mostrara tan enfadado de repente.


— ¿Ese fue un intento de darle celos?

— Tal vez. —respondió Hermione sin dejar de sonreír.

— Creí que le querías solo como amigo.

— Ay, Harry, a veces eres tan ingenuo.


Ahora fue Hermione quien se incorporó para volver hacia el colegio, aunque ella lo hacía con toda tranquilidad. Harry se quedó en su lugar sin saber lo que había pasado ahí.


Se suponía que Hermione no estaba enamorada de Ron, por lo menos eso le confesó unos meses antes, y sabía muy bien que su amigo había superado el primer enamoramiento y ahora solo admiraba a su inteligente amiga. Entonces no se explicaba para qué darle celos.


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Harry caminó resignado hacia la oficina del Director. Había sido llamado para que diera cuentas de la broma realizada durante el almuerzo.


Usó la contraseña que ya sabía de memoria y empezó el ascenso, imaginaba que le dejarían sin poder ir a los paseos a Hogsmeade, pero no importaba mucho, últimamente prefería pasar el tiempo en el castillo. Ni siquiera quiso aceptar la invitación de Ron para disfrutar de las pasadas vacaciones navideñas en La Madriguera.


Estaba a punto de tocar cuando escuchó la voz de su profesor de Pociones. Esa podía ser una mala señal, seguramente su castigo sería peor de lo que creía.


— No puedo creer que me pidas eso, Albus. —siseó el ojinegro, parecía enfadado—. ¿Acaso he fallado a mis obligaciones? ¿Tienes alguna queja de mi desempeño?

— Ninguna, pero sí de tu terquedad. Ya no aceptaré un "No" por respuesta.

— Pues tendrás que hacerlo porque no requiero de ninguna ayuda, me las he arreglado por diez meses, puedo seguir así el tiempo necesario, tengo los medios para conseguirlo.

— Los resultados no son satisfactorios. —aseveró con demasiada seriedad, Harry se sentía cada vez más curioso, nunca había notado que la voz de Dumbledore sonara tan preocupada.

— Para mí lo son.

— ¡Pues para mí no, y tendrás que obedecerme, carajo!

— ¡No me obligarás!


Harry pensó en salir corriendo cuando escuchó que la voz de Snape estaba más cerca de la puerta, cuando saliera le descubriría escuchando su conversación.


Pero lo pensó demasiado, de repente sintió como su cuerpo chocaba con el de Severus Snape. Ambos trastabillaron y estuvieron a punto de caer pero el Profesor consiguió mantener el equilibrio empujando a Harry contra la pared y así terminar ambos apoyados en ella.


— ¿Harry? —le llamó Dumbledore saliendo a la puerta.

— Sí... soy yo.


Harry no sabía qué hacer, Snape no se movía para liberarlo, al contrario, podía sentir sus manos sujetándolo firmemente por las caderas. Ni siquiera lograba ver a Dumbledore, todo el cuerpo de su Profesor lo enclaustraba con suavidad. Era una situación por demás extraña, percibir la respiración de Snape cayendo serenamente muy cerca de su oído era algo que nunca se llegó a imaginar que sucedería.


— ¿Qué haces aquí, Harry? —escuchó que preguntaba Dumbledore aunque continuaba sin poder verlo.

— Me dijeron que quería hablar conmigo, Profesor... supuse que por lo del Comedor.

— Oh sí, tu castigo. Pero no debías presentarte aquí, Harry, tu cita era con Minerva en su despacho.

— Perdón, creo que no entendí bien.

— Eso parece.


Hubo unos segundos de silencio que a Harry le parecieron siglos, no se atrevía a empujar a Snape pero estaba demasiado incómodo.


— Err... ¿Pasa algo? —preguntó tímidamente.

— Severus, ve a tus habitaciones.


Harry sintió el cuerpo de Snape tensarse ante la orden del Director, sin embargo eso pareció hacerlo reaccionar. Abruptamente se separó de Harry y sin siquiera mirarlo, bajó apresurado por la escalera sin dar tiempo a que el mecanismo mágico se activara.


Cuando ya no quedó más que el recuerdo de los pasos de Snape en los oídos de Harry, éste sacudió su cabeza sin entender lo que acababa de pasar.


— ¿Qué fue eso?

— ¿Qué fue qué, Harry?


Dumbledore miró al ojiverde como si realmente no hubiera ocurrido nada anormal, incluso parecía intrigado por la confusión de su alumno. Harry pensó en insistir pero al final decidió que lo mejor era olvidarse, tal vez no había sido un momento tan prolongado como creyó.


— Bien, yo... iré entonces al despacho de la profesora McGonagall. —dijo disponiéndose a descender por la escalera.

— Me parece que he cambiado de opinión. —le atajó Dumbledore—. Entra a mi despacho, Harry, seré yo quien imponga tu correctivo.


El Director giró sobre sus pasos entrando en la habitación. Harry le siguió, pero tenía la esperanza de que Dumbledore no impusiera un castigo tan fuerte como lo hubiese hecho su Jefa de Casa.


Luego de servir un poco de té, Albus se sentó tras de su escritorio, hizo un ademán a Harry para que ocupara un asiento frente a él.


— No ha sido muy cortés hechizar al joven Malfoy, Harry.

— Lo lamento. —se disculpó bajando la mirada—. Era solo un juego, él...

— Estoy enterado que Draco fue quien hechizó la escoba de Weasley para que ardiera en pleno juego de Quidditch... y también que previo a eso, el joven Ronald alteró los alimentos de Malfoy, lo que le hizo pasar una semana en la enfermería.

— ¿Él se lo dijo?

— No, pero es mi deber saber todo lo que pasa en el colegio. —afirmó Dumbledore terminando de beber su té—. Me he resignado a que los jóvenes Weasley y Malfoy vivan en guerra, solo procuro cuidar que no salgan malheridos, tengo fe en que un día madurarán... ¿Pero tú, Harry? Tú deberías seguir mi ejemplo y dejarlos solos, solo así van a aprender lo que realmente intentan hacer.

— ¿Uh?

— Olvídalo, yo sé de lo que hablo. En fin, que creo que se matarán dos pájaros de un tiro, ahora conversemos sobre tu castigo.

— ¿Y cuál será ese?

— Quiero que mañana ayudes al Profesor Snape en su despacho, preséntate con él al término de tus clases y te dirá lo que debes hacer.


Harry estuvo a punto de protestar pero tan solo abrió los labios y no se atrevió a emitir ningún sonido. Dejó caer sus hombros, nunca iba a poder hacer que Dumbledore cambiara de opinión.


Besos que callanWhere stories live. Discover now