i. upside down

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Armando despertó con los primeros rayos de sol.

Al principio, tuvo problemas para entender en dónde estaba, porque esas cortinas y esas paredes en definitiva no eran las de su apartamento. Se encontraba boca abajo en la cama, con la cara mirando hacia el velador y los brazos estirados a cada lado de su cabeza. Recorrió con los ojos todo lo que podía acaparar y suspiró mientras se incorporaba.

Cuando por fin logró sentarse en el borde de la cama, pasó una mano por su rostro y por su cabello. Giró un poco su cabeza de un lado a otro, intentando ubicarse y lo que se encontró no era precisamente lo que estaba esperando: a su lado descansaba un hombre, de su misma edad —o eso parecía— estaba desnudo con solo una sábana cubriéndolo de la cintura para abajo.

Mientras el pánico se apoderaba de él, las imágenes de la noche anterior llegaron a su mente como una avalancha. María Beatriz lo había convencido para ir a una discoteca de ambiente que acababan de inaugurar. Él no quería por numerosas razones, entre ellas que ya no era un chiquillo para irse de rumba, que no le gustaba bailar y que no tenía particular interés en visitar un sitio de esos, le desagradaba la idea de que alguien medianamente borracho quisiera sobrepasarse o hacerle algo. Pero María Beatriz había insistido tanto que al final no le quedó de otra más que aceptar; además, estarían con algunos amigos en común y Armando asumió que así estarían todos más tranquilos. La idea era pasarla bien, bailar un poco y desestresarse mucho.

Todo excelente hasta ahí, pero en algún momento de la noche, los planes tomaron un giro inesperado. Habrá sido el alcohol en su sangre o la vibra del ambiente, pero cuando un particular desconocido se le acercó para invitarlo a bailar, él accedió casi sin pensarlo. A partir de ese momento, su pensamiento se nubló, ya no veía a María Beatriz o a sus amigos por ningún lado, solo eran ellos en la pista de baile, moviéndose muy juntos, besándose con fervor, con dedos ansiosos enredándose en su cabello, manos gentiles en su cintura y más alcohol, mucho más alcohol. Su cuerpo hervía pidiendo más contacto, tanto que se sentía como lo que estaba evitando: un adolescente hormonal con ganas de seguir hasta las últimas consecuencias con el atractivo hombre que lo tenía entre sus fauces.

Las luces de la discoteca fueron reemplazadas por la oscuridad de un apartamento. Se besaron, se arrancaron la ropa, se recorrieron los cuerpos, se marcaron, se poseyeron y Armando tuvo el mejor orgasmo de su vida.

Ahora el desconocido estaba durmiendo a su lado.

Intentó hacer los ejercicios de respiración que le habían recomendado para controlar su ansiedad y poco a poco fue nivelando su respiración con los latidos de su corazón. No había pasado nada malo, después de todo. Nunca había contemplado la posibilidad de acostarse con otro hombre, pero tampoco era nada del otro mundo.

Lo contempló un rato y se dio cuenta de que era... muy guapo. Armando podía concederle eso, de no haber sido así seguramente no habría aceptado bailar con él. Su cabello castaño estaba todo desarreglado pero se notaba que había ondas ahí, su piel era clara con subtonos rosados, no podía ver el color de sus ojos pero recordaba que, en el calor de la noche, los había visto marrones y embriagantes.

Al menos tenía buen gusto.

Pensando que ya había sobrepasado su tiempo de estadía, se apresuró a tomar sus lentes del velador, ahí se dio cuenta que habían paquetes de condones vacíos y una botella de lubricante a medio usar. Tragó duro e intentó ignorar el calor que se acumulaba en sus mejillas. Miró por todos lados buscando su ropa pero solo encontró su bóxer y sus medias, lo demás seguramente estaba regado por el pasillo o la sala.

Una vez que se vistió, se aseguró que tenía todas sus pertenencias con él —billetera, reloj, celular...— y salió del lugar. Cuando la luz de la calle le dio directo en los ojos, empezó a sentir los efectos de la resaca. Afortunadamente, el dolor de cabeza era tolerable, nada que un poco de Paracetamol no pudiera arreglar, pero tenía mucha sed. Lo que sí era desagradable era tener que tomar un taxi hasta la discoteca para recoger su auto —porque recordaba haber llegado al apartamento en el coche del desconocido— y regresar a su casa para ducharse, cambiarse, ponerse decente y pasar por su hija a casa de Beatriz.

Second chances [ArMario]Where stories live. Discover now