♡ Amor Silente ♡

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No comparto esta historia por amor a contarla, a pesar de que el amor fue justamente lo que la originó. Lamentablemente, es tan sólo un reporte que me veo obligado a compartir con mi doctor para demostrarle que sigo en mis cinco sentidos. 

Todo comenzó la primera vez que la vi, en una acalorada tarde de verano. Salía del trabajo y me disponía a realizar mi recorrido de siempre para llegar a casa; sin embargo, en aquella ocasión, algo me hizo detenerme frente a la boutique que habían inaugurado en la avenida, unos dos meses atrás. Noté que había algo diferente en ella, y en un principio creí que se trataba de una remodelación. Apenas acerqué mi rostro al cristal del aparador, caí en la cuenta de que se trataba de algo completamente distinto: del otro lado del cristal, dentro del establecimiento, se encontraba una chica. Y no cualquier chica, Dios, no. Quien estaba frente a mí debía ser definitivamente una modelo. Sus largos caireles negros caían grácilmente sobre sus hombros, contrastando con su inmaculada piel de porcelana; sus ojos, verdes como aceitunas, mantenían una mirada perdida en el exterior, y sus labios, unos finísimos labios, se estiraban en la más cálida de las sonrisas. Era casi como si su sola expresión te incitara a entrar en la tienda.

Recuerdo haber pasado una decente cantidad de tiempo contemplándola, fingiendo que estaba curioseando la ropa exhibida en el aparador.

Desde entonces, integré la boutique como una parada permanente en mi ruta del trabajo a casa. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Jamás tuvimos la oportunidad de entablar una conversación formal, su empleo la mantenía ocupada prácticamente las veinticuatro horas del día, pero vaya que sabíamos comunicarnos. Resulta que, de vez en cuando, la atrapaba devolviéndome la mirada, que era la único que la pobre era capaz de hacer en medio de su demandante labor. Yo, con la esperanza de romper la barrera de comunicación que se interponía entre nosotros, respondía a sus miradas con sonrisas o gestos, y de esta manera, terminamos desarrollando un encantador lenguaje completamente mudo.

Algunas veces me decidía a llevarle flores, aunque fuera sólo para que pudiese admirarlas desde el interior del local. En cada oportunidad que tenía, empañaba el cristal del aparador con el aliento y le dejaba pequeños mensajes escritos. Sin que ninguno de ambos pudiese oponerse, se dio lo que era completamente inevitable: al principio sólo era empatía, pero luego esa empatía se volvió cariño, del cariño vino la amistad, a la amistad le sucedió el platonicismo y finalmente, floreció el amor. Terminé entrando o quedándome fuera del negocio incontables veces, y mientras el mundo seguía girando, el tiempo se ralentizaba sólo para nosotros, para que pudiéramos mirarnos y hacernos promesas que cualquier escritor hubiese envidiado conservar para sus novelas más románticas. Hasta ese momento no me había atrevido a preguntarle si era muda, porque nunca escuché ni un solo sonido salir de su boca, pero no era necesario saberlo. Lo que importaba es que con o sin habla, había caído profundamente enamorado de su persona.

No obstante, nuestra relación no podía permanecer basándose en sólo buenos momentos. Hubo una ocasión en la que el peso de las penas que trae la vida fue demasiado para mí, y sin miedo a ser reprendido, mi espíritu de desbordó justo a la entrada de la boutique. Caía el atardecer, y el negocio estaba a un respiro de cerrar, pero ella se quedó otro rato, para mi gran consuelo. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin que yo fuera capaz de evitarlo, y ella, en lugar de juzgarme, me miró con dulzura, escuchando atentamente mis penas y preocupaciones. Sin tener que pedírselo, me había consolado en aquel silencio entendido que era tan característico entre nosotros. Moría por darle un abrazo, pero la cobardía me venció.

Esa misma noche, cuando volvía a mi hogar, caí en la cuenta de que aquel había sido el acto más considerado que alguien había tenido conmigo: escucharme. Mi mente divagó y se perdió en los recuerdos de mis amores pasados, cada uno de los cuales había acabado en un fracaso rotundo. La vida sólo me había mostrado el lado hostil de las relaciones humanas, mi corazón había soportado demasiados arañazos, desilusiones y desgarres como para continuar creyendo en algo tan vano como el amor; sin embargo, este romance no era como todos los demás, oh no, porque esta vez, el amor de mi vida me esperaba toda la semana, todas las tardes, ahí, en la boutique, y yo tenía la certeza de que estaba tan enamorada de mí como yo de ella.

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