Ocurrencias del vino

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–Ya tengo hambre. No puedo creer que no se cansen de beber. –Nicasia reprende a sus amigos, malhumorada por la necesidad de comida–. ¿Hay pan o queso por aquí?

–Eres libre de ir a la cocina, linda. Hallarás de todo –responde Locke sin inmutarse.

Nicasia se levanta del suelo donde todos se encuentran recostados y se sacude el césped que se pega a su hermoso vestido verde.

Cardan deja de arrancar hierba con una mano y la mira irse, igual que cuando la vio irse con Locke, cuando lo eligió por sobre él. Cardan sigue creyendo que fue una mala decisión por su parte, aunque no ha sido Nicasia últimamente quien ha rondado su cabeza -sobrio o ebrio-. Eso le ha permitido dejar de derramar lágrimas por ella cuando nadie lo observaba.

–Es linda ¿No, Cardan? –Locke lo saca de su mente y le pregunta con malicia. Cardan gira su cabeza para responderle.

–Por supuesto que lo es.

–¿Saben quién más es linda?

–¿Quién? –pregunta Valerian, con la mirada perdida en el cielo estrellado.

–Tengo un plan, que involucra dos humanas idénticas –responde Locke–, pero antes de decirles algo más, deben prometer que no dirán una palabra a nadie. En especial a Nicasia.

–Si harás sufrir a esas dos mortales, tienes mi palabra –Valerian toma otro sorbo de la botella de vino de miel junto a él.

Cardan gira sobre su cuerpo quedando de espalda sobre el suelo. No le gustan los planes de Locke, nunca le han gustado. Pero sabe de quién se está hablando. De las hijas del general, las gemelas duarte. De Jude.

–Lo juro –dice. No es que quiera participar, sin embargo realmente quiere saber lo que Locke planea con ella.

Locke habla con la mirada perdida– ¿Han visto cómo son?

–Unas mocosas que se creen que pertenecen a nosotros. Aquí. –Valerian le pasa la botella a Cardan cuando este le estira la mano.

Locke ríe–. Sí, claramente. Yo me refiero al exterior.

Esto llama la atención de Cardan. Por supuesto que ha mirado a Jude. Cómo no percatarse a cada minuto de esa cría, de su mirada desafiante, que queda grabada en su persona hasta el momento que cierra sus ojos antes de dormir. Puede que también estuviera en sueños.

–Bonitas ¿verdad? –Locke vuelve a preguntar. Esta vez directamente a Cardan, notándolo pensativo.

–Tal vez –dice Valerian.

Cardan toma un largo trago.– Sí. He visto manzanas bonitas por fuera, podridas por dentro.

Cardan no cree en serio que sean manzanas podridas por dentro.

–¿Pero sí se han dado cuenta? Tienen carne en el cuerpo... –Locke hace un gesto con las manos, como si las tuviera en frente y pudiera verlas.

–Y sangre. –Valerian se rasca el mentón–. Son diferentes a las hadas.

–¡Exacto! –Locke se entusiasma–. ¡Están llenas de carne!

–Llenas de vida –admite Valerian.

–De curvas –dice Cardan, que escuchaba atento lo que sus amigos trataban de decir.

Locke ríe– Sí. Y en todos los lugares correctos. No me digan que no lo han notado. Unas cinturitas, pero tienen curvas, en los pechos...

–En las piernas –añade Valerian.

–En las caderas –prosigue Locke.

Curvas y curvas. Cardan lo ha notado. Incluso si no quiere, sus ojos siempre persiguen los movimientos de su figura. Especialmente cuando entrena. Cuando Jude está ahí, es difícil no notar la forma que tiene su cuerpo. Es llamativo. De pies a cabeza. Cuando usa la espada. Cuando camina. Cuando escribe en la clase y pone detrás de su oreja el cabello que cae sobre su cara...

–En las orejas. –Cardan suelta en voz alta.

Valerian y Locke estallan en risas. Cardan se contagia un poco también.

–Incluso en las orejas –añade Locke divertido.

Cardan se rasca el cabello–. Pero no todas las humanas se ven así. –Piensa en las sirvientas de Villa Fatua. Pálidas, encorvadas, más delgadas y débiles que cualquier criatura de Elfhame.

–Es porque el general las tiene bien cuidadas –Locke se interrumpe para levantarse un poco y quedar sentado–. Las viste, las alimenta, las entrena...

Las ama –finaliza Cardan.

Locke se estira para alcanzar la botella de vino–. Supongo –dice cuando termina de beber.

Hay un silencio. Una comprensión en el aire que los mantiene callados. Cardan pone sus manos sobre su estómago, se pregunta cómo sería nunca haber conocido la sensación de hambre o de castigo.

Locke carraspea–. Todavía no les he contado lo que he oído sobre las humanas.

–¿Qué cosa? –Valerian arruga en su mano una hoja que ha caído de un árbol cercano.

–Me han dicho que la mejor parte, es su interior.

–Ya habíamos establecido que son unas mocosas. –Cardan le dice, pensando que ya están lo suficientemente borrachos.

–No, no ese interior –A Locke se le escapa una sonrisita–. El otro interior. Ya sabes, cuando un caballero y una dama están a solas. Eso que nos hace tan felices.

Definitivamente Cardan sabe a lo que se refiere. Los tres presentes han experimentado las hermosas sensaciones que deja la íntima compañía. El mismo Cardan ha entrado a ese mundo desde muy joven, gracias a las juergas desinhibidas en el hogar de su hermano Balekin. Desde entonces, el sexo es algo común en su vida. No es que cada vez que lo hace se la pase de maravilla, algunas veces la compañía no es la mejor o estaba tan borracho que apenas recuerda los hechos. Pero por cada ocasión, más experimentado es, y más capaz de dar y recibir placer en distintas formas. Sin embargo, no puede decir que ha probado eso con una humana.

–¿Y? ¿qué has oído?

–Que estar con una humana, es como caminar por el invierno más frío de Elfhame y entrar de pronto en una habitación con el fuego más acogedor.

Cardan se ríe un poco –¿Quién te ha dicho eso?

De todas formas, se pregunta si la sensación será tan magnífica.

–No importa quién, lo importante es que es real. Están calientes por dentro, como un sol en primavera.

Locke suspira cuando termina de hablar. Cardan pone sus manos detrás de su cabeza, mirando hacia arriba.

–Eso no es todo. –prosigue Locke–. Lo mejor, es que están húmedas por dentro.

–¿Es eso posible? –Valerian dice en voz alta lo que Cardan estaba pensando.

–Lo es, son humanas.

–Suena fascinante –Cardan dice bajito, casi para sí mismo.

–Debe serlo. –Locke copia su tono fantaseador–. Y, mientras más les gustes, mientras más te desean, más húmedas se ponen.

Los ojos de Cardan se cierran. Intenta imaginar lo que su amigo dice. Probablemente Jude no sienta nada de eso por él. Aunque no importa lo que Jude sienta por Cardan, es solo que las palabras de Locke lo hacen pensar en humanas, y Jude es una humana. ¿Podría esa mortal, llena de sangre, curvas, calor y humedad, sentirse así por él?

No tiene que amarlo, solo desearlo.

No tiene que agradarle, solo pedirle de rodillas su piedad.

Pedir de rodillas por él.

Una furia lo inunde, porque Jude jamás se arrodillaría ante él, jamás lo desearía.

–Y si todo el plan funciona, –dice Locke–, cuando estén en el juego, voy a averiguar si lo que dicen es cierto. Con Taryn y con Jude.

Cardan abre los ojos al escuchar el nombre en voz alta. Ya comienza a arrepentirse de haber jurado no decir nada.

Ocurrencias del vinoWhere stories live. Discover now