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"Algún día, criatura encantadora, para ti seré sólo un recuerdo".

Marina Tsvetáyeva 

Terry sonrió al sentir el peso del pequeño bultito humano que colocaban sobre sus brazos. Sintió ganas de abrazarlo, de acobijarlo y mantenerlo apretado a su pecho, pero fue un impulso que no siguió por miedo a lastimarlo. Se limitó a besar su frente, y acariciar la suave e incipiente cabellera castaña. Era un bebé hermoso, aún no sabía de qué color eran sus ojos, porque dormía, eso había hecho desde que nació, dormir y dormir de forma apacible. Quizás presentía lo que a metros de él estaba ocurriendo con su madre. Mientras él comenzaba una nueva vida, la de Susana Grandchester se apagaba.

Al contrario de lo que todos en ese hospital podían pensar él no sentía pena por su hijo recién llegado al mundo. Contaba con su padre para siempre, con un amor inconmensurable, incondicional. Terry y Susana estaban muy conscientes de las consecuencias de que ella se embarazara en medio de la enfermedad que sufría. Aun así, cuando el médico confirmó el embarazo y les explicó a ambos que quizás ella no lo lograría, porque la criatura tal como lo hacen los moluscos le absorbería la vida, ella no se arrepintió ni por un segundo. Él al verla tan fuerte y decidida la acompañó en su deseo, y procuró todos los cuidados especiales que podía brindarle siendo un hombre rico.

Ella vivió un embarazo tranquilo, vigilada por los mejores médicos de Nueva York, y con el cariño y el acompañamiento de su esposo. De lo único que se lamentaban ambos, es de que la señora Marlowe hubiese muerto dos años antes y no pudiera compartir con ellos la dicha que significaba aquel hijo. Todo lo demás era cuestión de cumplir con los tratamientos, que la madre se alimentara muy bien y se mantuviera en reposo.

Terry consecuente con su decisión de complacer a Susana primero en casarse con ella, y luego en consumar el matrimonio para procrear al hijo que tanto ella deseaba, se mantuvo siempre a su lado. Brindándole no solo protección y compañía, también cariño. Estaba más que agradecido y admirado por la decisión de ella de a pesar de su estado de salud permitirse un sacrificio tan grande, su vida a cambio de darle un hijo. Una extensión de él mismo, un legado para que la mantuviera en su recuerdo para siempre.

A pocas horas del nacimiento de su primogénito, Terry había pasado de la inmensa alegría a la preocupación y la angustia. El estado físico de Susana se había debilitado a pasos vertiginosos. Ni siquiera el médico se lo esperó así. Sufrió una hemorragia durante el parto, su presión arterial se había elevado, y era casi inevitable la eclampsia. Su cuerpo no estaba preparado para gestar, y menos para un parto. Nunca lo estuvo. Pero sabiéndose ya enferma, para ella no había nada que pensar concienzudamente, ni nada que dudar. En el fondo de su corazón esperaba, además, un milagro. Uno que no era más que después de dar a luz poder tener a su hijo en brazos y disfrutarlo por algunas horas, y si Dios era más que benevolente quizás unos días.

Terry mantuvo al pequeño en sus brazos por más de media hora, pensando en todo y en nada. Solo observándolo dormir, recordando las continuas discusiones con Susana para hacerla desistir, de una forma en que no se sintiera ni ofendida ni despreciada por él. Porque no se negaba a hacerle el amor, se negaba a embarazarla. Pero nada, ni él, y sus constantes ruegos evitaron que ella desistiera de su deseo de ser madre. Con estos recuerdos en su mente, Terry volvió a besar la frente de su pequeño, a la vez que tomaba una de sus manitas.

—Yo te cuidaré. Te cuidaré con mi vida, daré todo de mí para hacerte feliz, para que estés bien... —Fue inevitable para él llorar mientras lo abrazaba con delicadeza. — Estaremos quizás tú y yo solos amiguito, pero estaremos bien. Mamá quiere que te llames Federico, y yo que te llames Arturo. Porque sabes, cuando yo era un niño amaba las historias del Rey Arturo, y los caballeros de la mesa redonda, te la voy a contar, cuando crezcas un poco más te contaré esas historias hijo. Te hablaré de una caballería mítica y legendaria y todas sus habilidades guerreras... —Terry guardó silencio — cuando vayamos a ver a mami nos dirá si finalmente te llamaremos Federico Arturo, yo creo que sí. Y así te doy la bienvenida a este mundo hijo: Federico Arturo Grandchester.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora