꧁El Amanecer- One Shops꧂

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En una mañana fresca con los cálidos brazos del sol que se asomaba curiosa ante una niña de ojos verdes esmeralda profundo, cabellera rubia ondulada; sonriendo a la  hermosa flor que abría sus pétalos al mundo. Allí sentada, acompañada por el cantar de las aves.

Mientras él corría feliz a su encuentro. Él, ojos verdes caballera rubia y una hermosa sonrisa en su rostro llegó hasta ella. Ambos se miraron sonrientes saludándose en el silencio.

Se miraban con una ternura genuina.
Los infantes llenos de vida, inocentes seres, divinos ante los ojos de Dios.

El niño se acercó a la niña, extendiendo un presente que fue bien recibido; Un presente que desprendía paz y esperanza en su aroma.

— Gracias por las flores, están muy bonitas— agradeció amablemente la niña.

— te la traje porque me recordaron a tu sonrisa — halago el niño, con las  mejillas teñidas de rosa.

El día era así los niños jugando en la pradera, siendo rodeados por las plantas, las flores y el canto divino de los pájaros.

Eran buenos amigos desde que se conocieron, no se habían alejado ninguna vez, más bien no querían estar separados. Ellos se sentían completos estando juntos, ambos se protegían, se cuidaban y se consolaban en los momentos peores.

Cada día sin falta ambos se veían en el mismo lugar a la misma hora ya sea bajo la lluvia o bajo el sol.

Con pasar de los años ambos iban creciendo y esa relación de amigos quedó suplantado por aquel sentimiento al que llaman amor. Un amor puro, un amor inocente.

Siempre imaginaban un futuro donde los peligros no los acechaban, un futuro donde la paz gobernaba, que no solo sea en el lugar donde ellos estaban, sino también todos los lugares. Era un deseo que ambos compartían y querían luchar por ello.

El joven prometió siempre estar a su lado y ella prometió amarlo.

Pero cierto día algo cambio, una terrible amenaza, tanto para el ser humano como para el mundo, se avecinaba.

—¿Volverás a mí?— preguntó ella, acongojada.

— ¡Claro que sí! ¡Siempre!— le aseguró, agarrando su mano.

— No quiero que vayas, Tacho. Temo que no vuelvas

— Estaré bien. Mira, si tengo un descanso vendré a verte sin falta

—¡Prométeme lo!— pidió ella.

— Te lo prometo. Siempre vendré a tí, bonita. Te amo— y con un beso en los labios, se despidió.

Había sido convocado a la guerra. Hombres ancianos y niños asistieron en esa batalla sangrienta.

Cada amanecer ella asistía en el claro dónde fue la primera vez que lo vio y la última.

La joven aún mantenía la esperanza en que el volvería qué el cumpliría su palabra.

Noche tras noche ella se inundaba de lágrimas, en aflicción, en desesperación.
Lo esperó durante toda su vida, más, sin embargo él no apareció, pues él ya había muerto y solo su alma vagaba en busca de su amada.

Solo el amanecer fue testigo de que aquellos infantes que crecieron juntos, un día ya de adultos se reencontraron.
Uniéndose en un abrazo añorado por años.

Dos almas que al fin se encontraban, no en la tierra pero si en el más allá, siendo nuevamente arrullados por la calidez del claro y una inmensa paz.

Fin.