1. El comienzo del viaje

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Faltaban pocos días para Navidad y Sara sabía que aquella fecha no había sido la mejor opción para aceptar el viaje a Viena y presentar su libro, pero todo había sido tan raro. Sus libros nunca habían sido presentados en un país foráneo, siempre dentro de México, pues con apenas 28 años era una autora joven que se estaba abriendo camino en la industria, por lo que la invitación del consulado austríaco se le figuró un tanto extraña, aún así aceptó gustosa de poder conocer uno de los países más hermosos de Europa, sobre todo en invierno.

Su agente ya la estaba esperando en Viena, por lo que tendría que viajar sola hasta la ciudad, un trayecto largo que la ponía ansiosa ante la idea de pasar tanto tiempo dentro de un avión, cosa que ya había hecho antes pero no por tantas horas.

Así que ahí estaba, con su boleto y pasaporte en mano, dichosa de ya no tener que usar los cubrebocas por la pandemia, mientras pensaba en cómo las decisiones que había tomado años atrás al fin estaban dando sus frutos, cuando un extraño sujeto se sentó a su lado. Era un hombre mayor, posiblemente de sesenta años, todo vestido de negro y con un parche en el ojo izquierdo, del mismo color que sus ropas. Sara intentó no mostrarse nerviosa por la llegada del sujeto, quien le recordó al personaje de Drosselmeyer del Cascanueces, pero la situación se volvió más tensa cuando el hombre comenzó a hablar para sí mismo, lo que la inquietó hasta que una de las sobrecargos del vuelo dio el anuncio de comenzar el abordaje, a lo que Sara agradeció en secreto, tomando su mochila y su café para enlistarse en la fila que abordaría el transporte, esperando que el señor no la siguiere ni tampoco que se subiera al mismo vuelo. Lo extraño fue que, cuándo volteó a ver si el sujeto seguía sentado donde ella había estado, ya no lo encontró, y por más que mirara de un lado a otro, este había desaparecido por completo.


El vuelo se le antojó bastante rápido, posiblemente porque se la pasó comiendo y durmiendo la gran parte del trayecto, aun así, al llegar a Viena y ser recibida por Magda, su agente y amiga de la universidad, la ansiedad se le pasó y pudo comenzar a disfrutar de aquella experiencia.

Para introducir un poco a Sara en el ambiente austríaco de la ciudad, la llevó a cenar al famoso Café Central de Viena, en donde comenzaron a hablar acerca de todos los preparativos respecto a la presentación del libro.

- El coche pasará por ti a las 10 de la mañana, te traerá aquí para que desayunemos y luego a las 12 iremos a que te maquillen en la biblioteca, para que la presentación comience a las 2 de la tarde.

- Magda, ¿no es una hora un poco incómoda?

- Tranquila, querida- le dijo Magda, quién, con su melena oscura desgreñada y los lentes de abuelita que ella hacía pasar por vintage, le iba señalando toda la estrategia dentro de la tableta en donde se reflejaba un mapa de la ciudad-. Todo está fríamente calculado, es más, ahorita que pida la cuenta te llevare a que conozcas la biblioteca, nos queda caminando.

- ¡¿Con este frío?!

- Querida, baja la voz, recuerda que los europeos no son tan escandalosos como nosotros, y sí, iremos para que te familiarices con el lugar.

- Magda, es solo una presentación...

- Tu deja que te lleve, créeme, te vas a enamorar de ese lugar.


Sara siguió a Magda a regañadientes, y mientras que el frío, su clima favorito, le calaba hasta los huesos, una vez que vio la fachada de la Biblioteca Nacional de Austria, se quedó sin aliento. El lugar estaba a un lado del parlamento, pero tomando en cuenta la escenografía que las rodeaba, parecía como si se hubieran transportado a otro mundo, y ni qué decir de cuando caminaron al interior del lugar, eso sí que le quitó el aliento a Sara, pues se vio transportada a un universo remoto y antiguo en donde los libros físicos eran el tesoro de aquella nación y posiblemente del mundo entero.

Por un lado las paredes estaban repletas de libros de todas los tamaños, colores y grosores, mientras que altas columnas de algo similar al mármol, con puntas de diseños rebuscados se mostraban bañadas en oro; los techos, por su parte, contaban historias que se habían perdido en la extensión del tiempo. Una vez llegaron a la sala de gala de la biblioteca, Sara contempló maravillada como las estatuas custodiaban aquella fuente de sabiduría, cuando captó cómo alguien la observaba por el rabillo de su ojo. Primero intentó ignorarlo, pero la sensación fue creciendo y cuándo al fin quiso confrontar a su acosador, tembló al darse cuenta de que se trataba del sujeto del parche que se había sentado con ella en el Aeropuerto de México.  Asustada, se alejó de Magda en un frenesí por deshacerse de aquella sombra que la acechaba, lo que la impulsó a caminar entre los pasillos de la biblioteca sin realmente fijarse por dónde iba, hasta que acabó chocando con un joven, quien no pudo esquivarla por la cantidad de libros que llevaba cargando y que se le cayeron al choque. Apenada, Sara se dispuso a ayudar al joven, quedándose petrificada al percatarse como este tenía la cabeza, como tal, de un ratón. Sin poder hablar por lo que veía, Sara repasó al joven de pies a cabeza, quien, en efecto, resultó ser un ratón humanizado, como aquellos que se podían ver en los cuentos de hadas, aunque lo que más le impactó fue que el muchacho podía hablar.

- ¿Se encuentra bien, señorita? - le preguntó en un perfecto español.

Sara, queriendo pensar que se trataba de una broma o del personaje de alguna obra, lo ignoró e intentó salir corriendo de la biblioteca, cuando se fue topando con seres del estilo del ratón: algunos eran lobos, otros ranas, conejos y así sucesivamente.

Sin poder controlar el temblor que recorría todo su cuerpo, Sara buscó frenéticamente la puerta para salir corriendo de aquel lugar, segura de que había algo mal en ella, posiblemente tantas horas de viaje; pero al conseguir lo que buscaba, se dio cuenta de que ya no se encontraba en Viena, sino en un lugar completamente diferente, en donde un bosque de enormes árboles cubiertos de nieve, se alzaba entre cada esquina del lugar, mientras que su gente, humanos y animales de tamaño real, convivían como si fuera cosa de cada día, dejando a Sara muy confundida acerca de lo que estaba atestiguando, no obstante, lo más impactante fue contemplar el castillo que se alzaba por entre las copas de los árboles y como este, en tonos azules, reflejaba su esplendor ante los decorados dorados que yacían en cada una de sus esquinas.

Sara sentía que no podía respirar, así que intentó sostenerse de algo, cuando una mano firme la tomó de la cintura, preguntándole si se encontraba bien, pero segundos antes de poderle responder al muchacho que la estaba ayudando, o de siquiera poderle ver el rostro, Sara perdió el conocimiento.


El Bosque Encantado: Un secreto congeladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora