Un sueño hecho realidad

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Relato erótico, bl

ESTE RELATO CONTIENE SPOILERS de "El buen amigo" (la obra más larga que algún día publicaré)

Sentía el corazón retumbar en mi pecho, latir en mi garganta, sacudir mis manos temblorosas con cada palpitación.

Observé sus dedos desabrochando su propia camisa. Llevaba la misma que había usado aquella vez, una fiesta que ya ni recuerdo, pero sí recuerdo lo bien que le quedaba. Estaba un poco bebido, pero no mucho, lo conozco bien. Estaba haciéndolo por su propia voluntad, aunque se notaba que estaba nervioso... Él no es marica, después de todo. Esa era una verdad que tenía grabada a fuego desde hacía tiempo.

Era una jodida locura, un sueño hecho realidad... Pero en verdad estaba sucediendo. Ahí estaba él, su cuerpo frente a mis ojos, dispuesto a entregarse a esta posibilidad conmigo, a este experimentar, a este descubrir que quizás..., que quizás se convirtiera en algo más...

Mierda, ya empezaba a soñar. Me forcé a concentrarme en el momento y no permitir que mi mente volara por los aires y subiera por encima de las nubes, porque entonces me podría dar un paro cardíaco cuando viera lo alto que estaba y lo duro que me iba a dar contra el suelo cuando cayera.

Volví a la tierra. A mis pies en el piso. A mis ojos sobre los suyos. A ese mar azul que se agitaba en ellos. Jesucristo, quería ahogarme en él.

Era simplemente demasiado.

—¿Por qué... por qué estás haciendo esto? —le pregunté de nuevo.

Me sonrió y, sin decir nada, continuó llevando los dedos sobre la tela, ahora desabotonando su pantalón. Puede ver su pecho velludo que se asomaba debajo de la camisa. No pude contenerme más y me acerqué, imantado. Deseaba ver por completo lo que había debajo. Hacía tiempo que no lo veía, su cuerpo había cambiado: ya no era un adolescente flacucho y lampiño, ahora era un hombre. Deslicé mis manos por la abertura de su ropa y contorneé sus pectorales. Sentí una corriente eléctrica apenas tocarlo, subiendo por mis dedos y metiéndose en mi propio pecho y mi entrepierna, haciéndolos arder. Corrí la camisa con mis manos hasta que se resbaló tras sus hombros. Mi rostro estaba muy cerca del suyo y podía sentir su aliento sobre mi piel. Hasta podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo.

Mis manos delinearon el contorno de su cintura mientras mis labios conocían la superficie de los suyos, carnosos y rojos, rebosantes de sangre, rebosantes de vida. Quería morderlos hasta sentir esa sangre tibia cubriendo los míos. Y luego lamerlos para curarlos. Quería hundir mis dedos en su carne hasta hacer saltar ese rojo debajo de su piel. Y luego besarla para sanarlo. Quería quemar cada centímetro de su cuerpo con mi fuego. Pero también quería ser delicado. El más delicado... Porque sentía que se desvanecería bajo mis manos si no lo era. Y porque quería que fuese perfecto también para él.

Enredé mis dedos en su cabello mientras apretaba mi boca a la suya y dejaba que mi lengua explorara y saboreara cada rincón, de esa manera que había deseado desde hacía tanto, tanto tiempo.

Olía a cigarrillo y a sudor y a un leve rastro de algún perfume que se habría puesto horas atrás. Olía a él, y me embriagaba, necesitaba más. Me apreté más contra su cuerpo, aplastando mi erección sobre su pelvis, y me arranqué de su boca para lamerle el cuello hasta la oreja y morder su lóbulo.

Mi piel se erizó y mi corazón empezó a golpear con aún más desenfreno cuando sus manos comenzaron a arrastrarse por mi espalda.

Lo guie hasta la cama mientras lo besaba y él se bajaba los pantalones. Me separé un poco para quitarme la ropa y no pude evitar clavarle la mirada: lo contemplé entero una vez más, ahí parado, como Dios lo trajo al mundo. Jodidamente perfecto. Tragué saliva como pude. Su sonrisa se estiraba... Él sabía todo lo que provocaba en mí con solo verlo, y eso parecía gustarle.

Me acerqué más y lo empujé con suavidad sobre el colchón, luego me subí encima suyo, colocando manos y rodillas a sus lados. Tenerlo debajo mío hizo que mi piel se erizara de nuevo y que mi musculatura se estremeciera.

—¿Quieres...? —comencé a decir.

—Lo que tú quieras está bien.

—¿Estás seguro?

—Sí. Quiero saber lo que se siente. Y quiero que sea contigo.

Jesucristo. Creo que me tembló el labio.

Volví a hundir mi lengua en su boca mientras una de mis manos se deslizaba por los vellos de su torso, alcanzaba sus pelotas y se las sobaba. Sentí su miembro erguirse entre mis dedos mientras soltaba una risa nerviosa sobre mis labios. Reí con él antes de viajar con mi boca por su pecho y vientre, lamiendo y besando lo recorrido, hasta llegar a su verga dura y apreciarla en mis manos.

Bajé con delicadeza la piel que recubría el glande y comencé a circundarlo con la lengua, a saborearlo con ella, a explorarlo con la profundidad de mi garganta.

Las yemas de mis dedos acariciaban la parte más sensible de sus muslos. Las bajé muy lentamente hasta rozar su ano con ellas. Oí su respiración acelerarse. Mi boca imitó el recorrido, investigando la zona, humedeciéndola con la lengua, preparándola. Presioné un poco más con uno de mis dedos para que se colara dentro, pero él se apartó casi instintivamente, y su musculatura se tensó. Estaba nervioso.

—Relájate... Va a gustarte.

Me levanté y fui por el lubricante que vi al entrar. Volví a su lado mientras echaba un poco en mis dedos y otro poco en él, y volví a intentarlo: esta vez sí se introdujo, y lo llevé hasta aquel punto que sabía que lo haría gozar, y comencé a estimularlo desde dentro y desde fuera con ambas manos.

Quería mostrarle que un hombre podía darle mucho más placer del que podía siquiera imaginar.

Empezó a gemir, a apretar los ojos, a removerse en su sitio. Su interior ardía y quería sentirlo atrapándome, envolviéndome, quería arder con él. Volví a escalar a la cama, encima suyo, y tomé sus piernas para guiarlas cerca de su pecho. Me restregué lo que quedaba de lubricante y comencé a entrar en él, muy, muy despacio. No quería espantarlo. Estaba húmedo, caliente y más relajado. Quería tenerme dentro, que terminara lo que había empezado, lo noté en su mirada ansiosa y en su lengua relamiendo sus propios labios. El placer me invadió, me llenó y se adueñó de cada centímetro de mi cuerpo.

Aumenté el ritmo y la profundidad, hasta que mis pelotas se aplastaran con su culo. Verlo regocijarse y moverse junto a mí era lo más me enloquecía, sus expresiones y sus jadeos, hacerlo mío y ser suyo. Sentí que me impregnaba de él con cada embestida. Tuve la certeza de que para eso había nacido, para ser suyo, para darle todo, para hacerlo gozar, para hacerlo vivir.

Entonces desperté, todavía saboreando las sensaciones en mi cuerpo. Un rayo de sol se colaba por el cartón con el que me cubría para dormir, y me quemó la retina del ojo derecho en cuanto los abrí. Me revolví en el piso de cemento hasta dejar el puto cartón acomodado de vuelta.

Sentí una punzada de dolor en el pecho al entender que solo había sido un estúpido sueño...

Cerré los ojos muy apretados. Tenía los calzones húmedos. Me sentí un imbécil, un jodido imbécil de mierda. Busqué a mi amigo con la mirada, pero aún no estaba, todavía no habría salido del albergue. Me alivié... Verlo ahí después de aquel sueño me hubiera dejado la cara roja como un puto tomate. Y no quería que lo sospechara. No quería que siquiera se le cruzara la sola idea por la cabeza. Ni en aquel momento..., ni jamás.

Él no es marica, después de todo.

Buenos amigos - Relatos cortos de EBADonde viven las historias. Descúbrelo ahora