Una noche mágica

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Limpió el espejo empañado con la toalla que había usado en la cabeza. Al mismo tiempo cantaba a voz en grito la canción de rock que tronaba desde su móvil en las paredes del pequeño cuarto de baño. Trató de desenredar su media melena pelirroja con el peine y cuando ya la tenía ordenada sacudió la cabeza. «Casual, perfecto» pensó, y se sonrió a sí mismo guiñando un ojo. Oyó a su hermana pequeña gritar tras la puerta para avisarle de que bajara a cenar. Terminó de vestirse rápido y según saltaba los escalones de dos en dos pudo oler la comida que le estaba esperando en la mesa, junto al resto de su familia.

Estaban terminando de cenar entre risas, bromas y las anécdotas del día cuando le vibró el móvil en el bolsillo de los vaqueros, era un mensaje.

—¿Has quedado con Adar esta noche? —le preguntó su hermana intentando mirar la pantalla del aparato.

—Sí, ya está bajando por el camino —alejó el móvil de la cotilla estirando el brazo y mientras se levantaba de la mesa lo guardó de nuevo.

—Tavis, lávate los dientes antes de salir —le dijo su madre—, ¡y coge una bufanda!

—Sí, mamá... —el pelirrojo contestó con una sonrisa de medio lado y le besó en la frente.

Hizo lo que le había ordenado su madre y se fue corriendo por la puerta trasera para coger un atajo hacia la entrada del bosque. Cuando le faltaban algunos metros para llegar, pudo ver a lo lejos una figura delgada e inquieta de pelo rubio muy claro y aceleró aún más el paso.

—¡Hola, peliblanco! —Tavis abrazó fuerte a su presa.

—Más vale que merezca la pena —Adar también apretó el abrazo—, porque me estoy congelando.

—Claro que sí —le frotó la espalda y aflojó separándose despacio—, va a ser épico.

—¿Cómo puedes estar tan seguro si solo es una leyenda?

—¿En serio vas a dudar de una terma natural que solo aparece una noche al año —Tavis clavó su mirada turquesa en los ojos negros de Adar—, cuando nosotros somos leyendas con patas?

—A veces eres un poco imbécil —Adar le golpeó suave el hombro para apartarse del todo.

—A veces sabes que tengo razón —el pelirrojo sonrió enseñando todos los dientes.

—Hace frío, hay neblina, el cielo está nublado —el rubio platino iba levantando los dedos según enumeraba—, y creo que aún falta un rato para que salga la luna llena.

—¿Has terminado con el parte meteorológico? —Tavis levantó una ceja divertido.

Adar suspiró resignado y salió vaho de su boca, Tavis le cogió por los hombros y le miró serio.

—No te preocupes, dentro de poco se despejará —el pelirrojo oteó el cielo—. Puedo sentirlo, cierra los ojos y concéntrate.

El chico obedeció, respiró profundo y pocos segundos después le sacudió la espalda una descarga eléctrica que hizo bajar los brazos de Tavis.

—Tienes razón —abrió los ojos y le sonrió.

—Entremos en calor mientras buscamos la terma —él también cerró los ojos un momento—. La luna está a punto de salir.

Tavis salió corriendo hacia el bosque y desapareció entre los árboles, Adar entendió que eso de «entrar en calor» significaba otra cosa que no era la que él había pensado y fue tras él.

Iban a toda velocidad adelantándose el uno al otro, saltando ramas caídas, rocas y desniveles. Comenzaban a sentir la energía del astro y de vez en cuando entre las risas se les escapaba un grito de euforia. No se oía ningún sonido más en todo el bosque. Solo ellos corriendo, gruñendo, riendo y aullando.

En uno de los muchos sprints Tavis adelantó a Adar y saltó para evitar una roca, pero en vez de caer sobre llano rodó ladera abajo. Adar, asustado, trató de bajar con cuidado hasta que le oyó reírse a carcajadas.

—¡Date prisa! —seguía riéndose.

—¿Estás bien? —preguntó gritando y aceleró el descenso.

—¡Mejor que bien!

Adar consiguió ubicar al accidentado, que se sacudía la tierra de la ropa y detrás de él salía vapor. Cuando estuvo más cerca observó que no salía del suelo, sino del agua.

—¡Hemos encontrado la terma! —Tavis saltaba feliz con los brazos abiertos.

—¡Es real! —Adar se unió a los saltos.

El pelirrojo comenzó a quitarse la bufanda y el abrigo.

—Voy a meterme, ¿vienes? —le guiñó un ojo y se quitó el jersey.

—¿Y si hay algún bicho peligroso ahí dentro? —el rubio apretó los labios ignorando el guiño.

—Ahora mismo no hay peor «bicho» que nosotros en todo el bosque —terminó de quitarse toda la ropa y se acercó a la orilla—. Voy a entrar.

Adar se perdió por un momento en el final de la espalda de Tavis, sacudió la cabeza y masculló un «Está bien...» mientras se desvestía rápido. Se unió al pelirrojo dentro de la terma, apoyaron la espalda contra la orilla y cerraron los ojos disfrutando del agua caliente.

Al cabo de un rato el rubio los abrió y miró a Tavis.

—Te está empezando a salir el pelo —le señaló divertido.

Tavis abrió los ojos y le miró la mano.

—Y a ti te están creciendo las garras —le sacó la lengua burlándose.

—¿Me dejas hacerte trencitas? —el rubio empezó a separar mechones del brazo.

—No... —el pelirrojo le apartó las uñas y volvió a cerrar los ojos.

—Venga, por favor... —Adar le rascó suavemente el hombro y Tavis resopló resignado.

—Vale, pero no las ates —puso una mueca de dolor—. La última vez las dejaste con nudo y por la mañana se me engancharon con la piel al volver a la forma humana, fue horrible.

—Eres un exagerado —volvió a separar mechones y empezó a hacer una trenza.

—Sin nudos, eh —amenazó Tavis.

—Sin nuuudos —puso los ojos en blanco sabiendo que no le veía.

Unas cuantas trencitas y risas después el cielo comenzó a despejarse del todo. Alzaron la vista sonriendo a la luna llena y entre aullidos terminaron de transformarse del todo en lobos. Salieron de la terma y se sacudieron para quitar la humedad del pelaje. Adar era un lobo blanco y toques negros, Tavis tenía tonos naranjas y marrones. Una vez secos empezaron a jugar persiguiéndose alrededor del agua. No paraban de morder las patas, las orejas y la cola del otro entre gruñidos y aullidos.

Continuaron los juegos durante horas hasta que se tumbaron fatigados cerca de su ropa. A pesar de estar cansados seguían retorciéndose patas arriba en la tierra, con las cabezas enfrentadas para morderse el hocico o las puntas de las orejas. Entre resuellos pararon de jugar para mirar cómo se ocultaba la luna y en los minutos siguientes fueron recuperando su forma humana.

Adar giró el cuello para mirar la cara invertida de Tavis.

—Ha sido la mejor cita de San Valentín —sonrió.

—Solo falta una cosa para que sea perfecta —Tavis le devolvió la sonrisa y le acarició la nuca.

Se miraron a los ojos, perdiéndose en los colores negros y turquesas del otro. Se rozaban la punta de la nariz, tanteando entre sonrisas y caricias los pocos milímetros que separaban sus bocas, hasta al fin unirse en un beso lento sellando con sus labios una noche mágica.

Una noche mágicaWhere stories live. Discover now