Capítulo I

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Sirius supo que algo iba mal cuando escuchó los golpes en la puerta. Estaba harto de aquel encierro claustrofóbico que era Grimmauld Place, por lo que cualquier situación que representase un cambio en su abrumadora soledad y aburrimiento era bienvenido, incluso si era luchar a muerte con algún mortífago. A esta altura, ya poco le importaba. Sabía que no era nadie de la Orden, entraban y salían sin golpear, aunque poco lo hacían fuera de las reuniones pactadas, solo Remus lo visitaba de manera casi asidua pero aún así no golpearía la vieja puerta con peligro de despertar el cuadro de Walburga. Dudaba seriamente que si los mortífagos hubiesen encontrado el cuartel, si el idiota de Snape había abierto la boca, llegaran a su puerta a golpearla antes de pasar. Ningún muggle podía encontrar la casa y las opciones parecían todas incoherentes cuando la puerta volvió a sonar.

Por un demonio.

Tomó su varita y sintió como su cuerpo hacía la conocida sensación de metamorfosis hacia el cuerpo de un perro. Se acercó a la puerta y, parándose en las patas delanteras sobre el picaporte de bronce, la abrió.

Bueno, el mundo se perdería de mucho si aquella mujer frente a él fuese mortífaga. Claro está que tampoco le molestaría morir si lo último que veía eran esas piernas. Agradeció que desde la altura de un perro podía observarlas en todo su esplendor. En blanco y negro, claro.

La mujer, algo mayor para ser del grupo de su ahijado pero demasiado joven para pertenecer a cualquier circulo de personas que él conociera, se sorprendió al ver un perro gigantesco detrás de la puerta.

—Espero no muerdas— murmuró, lo examinó con la mirada, los ojos claros tenían una luz que los suyos propios habían perdido hace muchos años. Notó rápidamente que la mujer no era europea, al menos no británica, por su pronunciación y acento. —¿Estás entrenado? ¿Puedes buscar a tu dueño?

Sirius torció la cabeza, ¿era posible que aquella mujer llegase por pura coincidencia a la puerta de su hogar? No. No era tan estúpido como para pensar eso. ¿Debía revelar su identidad ante la desconocida? Tampoco. Era imprudente hasta para él. Solo se dejó caer sobre sus patas traseras sentándose frente a ella. Y fue entonces cuando Albus Dumbledore cruzó la puerta.

—Oh veo que ya se conocieron, Sirius esta es Elizabeth— La chica miró a Albus como si hubiese perdido la cordura, por lo que Sirius decidió intervenir por primera vez, ladró antes de volverse humano frente a ellos. —Elizabeth, este es Sirius Black. Quizás conozcas su nombre.

—El primer hombre que logró fugarse de Azkaban, incluso en el MACUSA se ha escuchado tu nombre. Debo suponer que no todo es como lo cuentan ¿Verdad, Albus?— El anciano asintió.

—Claro está, nuestro anfitrión es inocente de todo cuanto se le acusa. Estará ayudándote a instalarte. Elizabeth se quedará aquí en el cuartel, si no es molestia.

Sirius siempre había sido un hombre al que se le habían dado bien las mujeres, con tacto, sútil y seductor había conseguido a cuanta mujer se había propuesto, pero tenía dos cosas en contra: Quince años de aislamiento y que aquella era la mujer más hermosa que había visto. Carraspeó levemente.

—Esta casa esta al servicio de la Orden, Albus. Claro que puedes quedarte— Se dirigió por primera vez a ella— este lugar es la antigua casa de mis padres, generaciones y generaciones de puristas vivieron entre estas paredes. Tengo el placer de pensar que están revolcandose en sus tumbas al saber que ahora es el cuartel de la Orden del Fénix. Es lo único útil que me han dejado hacer últimamente.

—Sirius, Harry te necesita y no podemos exponernos a la posibilidad de que te capturen, no sabemos si Peter Pettigrew reveló que eres un animago y salir de aquí sería poner tu cabeza en la guillotina y desperdiciar todo lo que tu ahijado hizo para salvarte.

Domando a CanutoWhere stories live. Discover now