paso todo el dia pensando en vos

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Teresa se encontraba arrinconada contra una esquina de la biblioteca, con la vista vidriosa fija en la pantalla de su computadora. Hacía ya veinte minutos que el cursor titilaba frente a sus ojos, esperando que algún comando le brotara de los dedos. No había caso; su cabeza se rehusaba a colaborar. Era ya el tercer viernes seguido que le tocaba la ingrata tarea de realizar los desgrabados de las clases teóricas, esos inhumanos encuentros que casi siempre excedían las cuatro horas estipuladas y que le hacían replantear su decisión de haberse anotado en la carrera de historia en primer lugar.

¿Por qué no me metí en algo que me de guita al menos? Que manera de laburar gratis, Dios santo.

Se permitió soltar un largo bufido, mitad berrinche, mitad desahogo. La salita de lectura donde siempre se escondía ya se había vaciado por completo, como era de esperar a esa hora de la noche. Podía oír el lejano barullo de los estudiantes en el patio, entrando en la previa del fin de semana compartiendo cervezas, tirándose onda y escuchando un enganchado de Bad Bunny. Si cerraba los ojos, podía imaginarse el olor a pucho y las risas de sus amigos, que seguramente se habían juntado a cuchichear después de cursar.

No pudo evitar odiarlos un poquito. ¿Quién la mandaba a estar desperdiciando su juventud escuchando por enésima vez las características de la corriente historiográfica francesa?

Ya sabés quién, se respondió a sí misma casi en automático. Por supuesto que sabía, había estado escuchando su voz desde hace horas y, aunque desease que no fuese así, algo adentro suyo le indicaba que lo podría seguir haciendo hasta el fin de los tiempos.

Quién más sino el mismísimo Lionel Scaloni, el joven jefe de cátedra. Historiador e investigador. Docente universitario desde hace años.

Y el objeto de sus fantasías desde que puso un pie en la facultad.

Cada vez que pensaba en él algo en su pecho se tensaba, casi que se rompía. Haberse postulado para ser adjunta de la materia que él dirigía fue producto de un quasi-delirio místico, de una fantasía de lograr captar su atención. Pero solo logró convivir con su eco. A veces sentía que él era su única compañía, el único con el que compartía aquella soledad que llevaba impregnada en la piel. Su voz y la mesura de sus palabras eran la constante del día a día de Teresa; y sus explicaciones el soundtrack de las múltiples noches de angustia. Sabía que él prácticamente desconocía de su existencia (como la de la mayoría de los adscriptos) pero él se había vuelto el eje a través del cual la suya se regía.

La sien le palpitaba.

Cerró los ojos con fuerza, respiró hondo y se obligó a no pensar.

No funcionó.

Teresa cerró la computadora con un énfasis desmedido. Basta. No aguantaba un segundo más en su cabeza, donde todo pensamiento estaba interceptado por la figura de Lionel. Se aburría a sí misma de pensarlo tanto, de reparar siempre en su sonrisa perfecta, o en la forma que se cruzaba de brazos y fruncía el ceño cuando explicaba algún concepto relativamente complejo. Decidió levantar sus cosas y salir a despejarse, como si alejándose de aquella sala pudiera omitir las palpitaciones que le generaba escuchar esa tonada santafesina todos los míseros días de su vida.

Recorrió los pasillos de la facultad con tranquilidad. Eran muy pocos los que se quedaban a estas horas cursando, especialmente a esa altura de la semana.

Excepto la pelotuda de Teresa, pensó con saña. Haciéndose la alumna ejemplar para conseguir migajas de atención de un cuarentón que ni sabe que existe.

Se posó contra el marco de una de las ventanas del pasillo, y miró hacia el patio que se encontraba debajo, con la mirada perdida en los jóvenes estudiantes. Se divierten, se dio cuenta, casi con sorpresa. Como si la vida universitaria pudiera ser más que un compendio de ansiedades.

Sacó un cigarrillo de su campera y antes de que atinara a prenderlo, escuchó una voz a su lado:

— No me convidás uno? Me dejé los míos en el aula y parece que algún vivo me los hizo.

Se volvió de repente, asustada ante la interrupción. Lo primero que vislumbró fue una sonrisa cálida, un par de ojos marrones cansados y un lunar asomándose en una barba muy a tono con los niveles de desprolijidad propios de Filosofía y Letras.

Pablito Aimar la miraba expectante, soltando una risita ante su expresión de sorpresa

— O-Obvio, perdón. Ya te armo uno —Teresa le devolvió la sonrisa y sintió cómo los cachetes se le ponían colorados. No podía evitar sentirse levemente intimidada por su presencia; Pablo era profesor de prácticos de su misma cátedra y por lejos, la figura más popular del cuerpo docente de Historia. Los cupos de sus clases eran los primeros en cubrirse, y parecía que el pasar de los años poco hacía para mermar el caudal de estudiantes enamorados de su persona.

Ya era casi parte del folclore universitario: más de una pared de los baños de la facultad había sido adornada con una declaración de amor eterno hacia el cordobés. Y más de una alumna se había inmolado intentando invitarlo a tomar un café después de clase.

Ninguna prosperó.

— Gracias, Teresita —respondió, y se posó a su lado para observar junto a ella las interacciones en el patio.

Teresa volvió a sí misma y se concentró en sacar el tabaco de su respectiva bolsita, colocando la cantidad justa en un liyo. De repente se puso nerviosa - casi que no había interactuado con Pablo, ya que sus tareas se basaban en mantener al día la cursada de las clases teóricas, y no tanto en el contenido que él se encargaba de dar. Al principio le sorprendió que conociera su nombre, o que siquiera registrara su presencia. Pero era evidente que él era un buen tipo, de esos que son queridos por todos sus colegas y de los que nunca se escucha una sola crítica.

Tal vez contemplar a los ayudantes de cátedra era solo un complemento más de la mística Aimarista.

Con cierta torpeza, colocó un filtro y enrolló el cigarrillo. Rápidamente pasó su lengua por el borde del papel para sellarlo, y en ese breve instante hizo contacto visual con Pablo, quien se había detenido en los movimientos de su boca por un instante.

— Justo quería hablar con vos, sabes? —le comentó finalmente cuando aceptó el cigarro. — Ahora que Emiliano salió en el sorteo por el intercambio a Londres ando necesitando un adscripto para ayudarme con todo esto de la digitalización de la bibliografía, viste? Yo soy muy de madera para eso.

Le hablaba con cierta timidez, como si no le llevara 20 años y ella no fuera una simple estudiante que ni tenía avanzada la tesis.

— Y nada, pensé que tal vez a vos te interesaría. Sé que venís laburando con Lio, pero creo que alguno de los otros pibes te pueden cubrir... y así no llamamos a concurso, viste?

— Re, sí —dijo ella, y se avergonzó un poco por la rapidez de su respuesta — Digo... me vendría bien descansar un poco de los desgrabados. Hoy casi que me quedo sin dedos —soltó con una risa. Sabía bien que a esa altura cualquier cosa que la ayude a no pensar constantemente en Scaloni era un milagro caído del cielo.

— Es que el gringo no para, no? No te envidio honestamente, ni yo me lo banco dando cháchara por horas y horas. Y eso que lo conozco desde que cursábamos juntos.

Si tan solo supieras lo que yo estoy dispuesta a bancarme de él...

Terminaron sus cigarrillos y quedaron en charlar al día siguiente para coordinar el traspaso de responsabilidades. Cuando Pablo le deslizó su número de teléfono, sintió el vértigo de haber llegado a donde muchas no pudieron, e internamente se castigó por pensar semejantes pavadas.

Si hay algo que este tipo no quiere son más minitas atrás de él. Tiene los huevos al plato, se dijo a sí misma.

Esa noche se fue a acostar pensando, por primera vez en un mucho tiempo, en algo que no era Scaloni-céntrico. Y mientras miraba el techo de su caluroso monoambiente en Microcentro, se permitió fantasear con la idea de que olvidarse de ese amor imposible ahora iba a ser más fácil.

Qué inocente.

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Publicado originalmente en ao3 💋

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⏰ Last updated: Mar 04, 2023 ⏰

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el tesoro | scaimar x oc auWhere stories live. Discover now