1- La mañana de una noche larga

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Tomó su bolígrafo digital, y leyó de nuevo la hoja de indicaciones en el iPad. Sabía que la mujer frente a ella con el uniforme quirúrgico lila esperaba impacientemente aquel trazo para poder darle la dosis necesaria de medicamento al hombre que no dejaba de quejarse en la camilla desde que había llegado.

La enfermera reflejaba su desesperación golpeando sus uñas contra la mesa, y por su parte, la médico examinaba el electrocardiograma una última vez, aunque no encontraba ninguna alteración entre aquellos trazos,

La doctora Wallace parecía tomar decisiones en los pacientes con la misma cautela que alguien elije su siguiente movimiento en el ajedrez.

Buscó datos de los otros análisis de sangre que encendieran sus alarmas, sin embargo, no encontró nada. El hombre solo cursaba con reflujo, y su mayor problema era la sensación de ardor en la boca del estómago, uno tan fuerte que le había despertado a la mitad de la noche y creyó que estaba sufriendo un infarto al corazón.

La enfermera no tardó mucho antes de cambiar su expresión a una de alivio al recibir el dispositivo ahora con un trazo. Ella no correspondió a la sonrisa condescendiente de la mujer, mientras se levantaba con dificultad de la silla para caminar hacia el paciente.

El dolor por el que había ingresado cerca de quince minutos antes parecía no ceder, el hombre miraba la solución líquida conectada a su vena con algo de miedo. Después miró a su médico con la misma expresión. La esposa del hombre se levantó con dificultad de la silla para tomar la mano sin el catéter. La pareja reflejaba ansiedad en sus rostros, esperando alguna mala noticia.

-Señor Butcherson, aparentemente, los estudios no nos indican datos de algo más grave -el hombre sonrió aliviado y parecía haberse quitado un gran peso del pecho al oírla decir eso, mientras que la mujer volvió a tener color en sus mejillas pálidas -. Parece que sólo es reflujo gastroesofágico, veo que cenó algo tarde y bastante cargado, ¿cierto?

Ambos asintieron con miedo después de darse una mirada cómplice. Wallace les dedicó una pequeña sonrisa con sus labios.

- Le colocaremos pantoprazol, por lo cual le pregunto, ¿No es alérgico a algún medicamento?

- Está bien, no soy alérgico a nada. Solo a los médicos.

Wallace volvió a mostrar una pequeña sonrisa ante el chiste que mas de un paciente decía en cada turno.

-Bien. En un momento vendrá la enfermera a aplicarle su medicamento, y en unos minutos veremos cómo evoluciona.

Él asintió, ahora con lentitud,  y por la mueca en el rostro de hombre parecía que el dolor había vuelto.

La médica continuó mirando la habitación de colores fríos mientras volvía a su silla. Era una sala de emergencias en la madrugada casi vacía. Le resultaba extraño estar con solo un paciente no grave en una sala de emergencias que por lo general era bastante concurrida, como si fuera la calma antes de la tormenta. Las luces blancas totalmente brillantes le resultaban nefastas a esa hora, igual que el brillo extremo que algunos compañeros dejaban en las pantallas de las iPad que le resecaban los ojos. El aroma a desinfectante pasaba desapercibido esta vez, mientras que otros turnos el equipo de limpieza estaba en la sala cada cinco minutos limpiando vómito o sangre del piso.

"La calma..." pensó.  Desde que era estudiante, había un mito que pasaba de boca en boca respecto a las salas de emergencias: "jamás digas que está muy callada." Creían que el simple hecho de pensar en la palabra convertía un turno normal en uno apocalíptico, desastroso.

Quería creer que era algo en su imaginación, que su mente estaba acostumbrada a los turnos donde no podía ni beber un trago de su café sin estar escuchando constantes ruidos de monitores o ambulancias llegando con casos horribles. Pero la realidad era que algo dentro de ella sabía que no era de buen presagio tanta quietud en aquel lugar, su corazón sentía algo extraño.

InfectusHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin