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Por tradición los sábados sólo eran utilizados para descansar en casa, jugar juegos de mesa donde alguno siempre terminaba molesto con el otro o salir a cenar a algún restaurante caro, al fin para eso trabajaban tanto.

Parecía un ritual, no importaba qué evento social fuera, ni qué personalidad los invitara, todos los sábados, sin excepción, eran sólo de ellos dos, como un inciso en un contrato implícito, un mandamiento, una ley.

Por lo que, mientras ambos veían un capítulo de su serie favorita y tomando en cuenta que Roier estaba riéndose fuertemente mirando su teléfono celular, Spreen se dedicaba a entrecerrar los ojos, intentando evitar el impulso de preguntar quién o qué provocaba esas sonrisas en su compañero de cuarto.

Eran amigos desde la preparatoria, conoció a Roier el primer día de clases cuando algún compañero lo molestó por llevar una lonchera infantil de Spider-Man. Se limitó a mirar la escena, divirtiéndose, pero en su corazón endurecido saltó una chispita de compasión que hizo que interviniera por él para defenderlo, no estaba acostumbrado a ello, pero ese chico castaño de ojos cobrizos le hizo reflexionar por un momento si debía cambiar de actitud.

El pensamiento se esfumó rápido cuando se dio cuenta que no podría quitárselo de encima de ahora en adelante, era un pesado, siempre detrás de su espalda esperando que lo defendiera de todo, se peleaba con todo el mundo por todos lados y cuando le iban a soltar el primer golpe se escondía detrás de Spreen para que lo defendiera.

No lo culpaba, anteriormente cuando alguien quería golpearlo se quedaba quieto como una pared, lo que provocaba compasión en sus agresores porque se sentían culpables de lanzar un golpe a alguien que no se defendía en absoluto, así que optaban por lanzarlo al suelo y alejarse. Spreen era para él lo más grande del universo y a quien le debía muchas, así que por el resto del año escolar lo acompañó como un perro faldero.

No se limitó, incluso aspiraron a la misma universidad y lograron quedarse en sus carreras soñadas. Spreen amaba el dibujo arquitectónico y Roier era buenísimo en las artes plásticas, así que teniendo disponibles ambas materias en los planes de estudios no dudaron en empeñar su tiempo en ser los mejores en clase.

Aunque para Roier la vida era más como un juego, así que no solía tomarse muy en serio sus estudios, menos cuando se trataba de llevar muchachos lindos a su apartamento compartido con Spreen y éste escuchaba constantemente sonidos indecorosos salir de su habitación cuando intentaba estudiar.

Él, por su parte, disfrutaba de salir a fotografiar edificaciones o hacer bocetos rápidos de éstos para tener un mejor pulso, era el mejor de su clase y tenía un ojo muy desarrollado para plasmar detalles, todos los profesores le dedicaban palabras de validación, aunque algunos siempre intentaban hacerlo fallar para no herir sus orgullosos corazones, nunca lograban.

No tenía amigos y no solía empatizar con nadie, a pesar de que era muy solicitado en su comunidad y las chicas siempre le dejaban dulces notas en su casillero. Nada de eso importaba, al final él era mejor que todos y nada lo sorprendía.

Terminaron viviendo juntos, pero ahora fuera del campus, decidieron que no eran buenos viviendo en soledad y que la compañía mutua siempre era bien recibida, se habían adaptado a convivir armónicamente la mayoría de las veces. Spreen hacía las compras y la comida, Roier hacía labores de limpieza, Spreen llevaba la ropa a la lavandería en su auto y Roier la doblaba cuando la devolvía. Todo tenía una causa y efecto, así que no les costó mucho aceptar que ya habían pasado tanto tiempo juntos que las tareas se hacían más rápido.

Spreen intentaba recordarse que apreciaba mucho su amistad, pero especialmente hoy Roier estaba sonriendo coquetamente al teléfono y sus ojos se hacían chiquitos cada que leía algo en él. Entendía lo que ocurría, quizá se había "enamorado" de algún compañero de trabajo o de alguien en la cafetería que solía frecuentar y justo ahora sus risas estaban superando por mucho los días anteriores. Se tomó un minuto para respirar, pero ante la siguiente risa enérgica que soltó de improviso, giró la cabeza hasta dirigirle una mirada cargada de odio extremo.

–¿Es que en esta casa no podemos tener un sábado de silencio y calma? —le dice esperando que lo mirara de vuelta.

Roier en su embelesamiento virtual empezó a morderse la lengua y escribir con rapidez, esperó un minuto y abrió como platos los párpados, quienes acompañaban a sus labios abriéndose en una "o" y soltó otro grito ahogado.

–¿Qué? ¿no me escuchas? ¡Bien, estoy cansado!

Spreen arrebató el teléfono de las manos del castaño, al que no le dio tiempo de reaccionar y sólo se limitó a mirarlo, aún con asombro en su rostro.

Se quedó quieto un segundo, la imagen de un pene de tamaño promedio inundó sus pupilas sin su autorización y torció los labios en señal de desapruebo. Roier alcanzó el móvil con sus manos y se lo arrebató, soltando una queja.

–Pero ¿qué te pasa? ¿No te enseñaron a respetar la propiedad privada?

Spreen miraba al piso, procesando, pero lo volteó a ver, esta vez encontrándose con los ojos del castaño.

– Mira, no me interesa lo que hagas con tu vida, pero se supone que los sábados son para descansar y pasar un rato, no para que grites como una puta leyendo tus mensajes como si fueran la gran cosa, además... ¿por qué te sorprende tanto la foto de una pija peluda? —le dice con un tono de asco.

–Para tu información, no estamos haciendo nada nuevo, ya vimos ese capítulo mil veces y, además, ambos podemos hacer lo que queramos si eso nos causa tranquilidad, ¿no?

–Tu argumento acaba cuando hablas de "tranquilidad" —remarca haciendo comillas con ambas manos. –Pero tú me estás arruinando el momento con tus gritos horribles.

–Pues yo no veo de qué forma te estoy molestando, pero si tanto insistes, me voy a mi cuarto, imbécil.

Roier se levantó llevando la manta calientita que tenía cubriendo sus piernas y la arrastró detrás suyo al salir. Spreen mira la televisión, pero los diálogos de los personajes están en mute debido al enojo que sentía subir desde sus pies hasta el mechón blanco que adornaba su frente, se frotó la cara con sus manos y sostuvo fuertemente su cabello desde atrás mientras respiraba hondo.

Pasó unos quince minutos apenas escuchando el "tic tac" del reloj en su pared. Sí, cuarto para las 10. No era una excelente hora para dormir y, a decir verdad, quería ir a hablar con él para decirle que está bien que se ría, pero que debía ser más consciente de su tono de voz y modularla antes de ser molesta.

Empezó a practicar sus diálogos, intentando no sonar grosero y se detuvo al menos tres veces antes de entrar a su habitación. 

Noche de sábado / SpiderbearWhere stories live. Discover now