Bakugou tiene todos los síntomas

(Ambientado en la película "Heroes Rising")

Bakugou se dio cuenta de que tenía los síntomas mientras realizaba su habitual patrullaje nocturno por las calles rurales de la isla Nabu. Bajo la luz de una luna casi llena y entre muros cubiertos de flores de colores, el rubio se dio cuenta de que definitivamente ya no estaba en Tokyo. En la metrópolis hubiese sido pleno invierno, y el frío implacable lo hubiese obligado a usar su abrigado traje de invierno, pero en la isla, esa hermosa isla de verde sano y frondoso, y de aguas turquesas y cristalinas, siempre hacía calor, incluso de noche.

Sus compañeros de clase se la pasaban realizando pequeñas misiones aburridas y a él lo criticaban por no ayudar durante el día, pero ¿para qué demonios iba a ayudar con cosas tan ridículas? Si hubiese dependido de él contestar el teléfono las cosas serían muy distintas: ¿Se perdió una mascota? Es una maldita isla. ¿Qué tan lejos se va a ir?, ¿el tipo del tractor de nuevo necesita que le arreglen la batería? PUES, TIENE DIEZ AÑOS DE ANTIGUEDAD, TACAÑO DE MIERDA. VE Y COMPRA UNA NUEVA. Obviamente él estaba para cosas más importantes que esas, así que se había autodesignado la misión de hacer patrullajes cada noche. Patrullajes en la isla donde nunca pasaba nada.

La zona comercial y residencial de la isla Nabu era tan pequeña (el pueblo solo albergaba a mil habitantes y la mayoría del territorio no estaba construido) que no se tardaba más de hora y media en recorrerla a pie, y a esa hora, recién las diez de la noche, ya no quedaba nadie en las calles. Así, caminando y estando a solas con su cabeza y sin sus escandalosos compañeros de clase gritando alrededor de él, no era difícil reflexionar y darse cuenta de lo que le estaba pasando: Ya era demasiado tarde para él. Se había contagiado la peor enfermedad de todas.

Se había enamorado.

¿Sus síntomas? En primer lugar, algo que solo podía definir como volverse idiota. Ahora entendía todas esas canciones cursis o de pop que tenían frases como "estúpidamente enamorado" o "locamente enamorado", porque era algo así. ¿Cómo lo sabía? Porque su respuesta para todo empezaba y terminaba con "Kirishima". Cada vez que algún residente llamaba por teléfono para solicitar ayuda y el de cabello rojo se ofrecía, se encontraba inventando alguna excusa para hacer que se quedara junto a él, como la protagonista necesitada de un shojo. Si es que alguno de sus tontos compañeros sugería ir a relajarse a la playa después de un día de trabajo, la decisión era sencilla: Si Kirishima quería ir, entonces él también iría, y si Kirishima no podía, entonces ¿para qué?

Hasta el momento, la situación más patética había sido aquella tarde en que cola de caballo le había pedido que fuera a rescatar a algún niño tonto que se había caído en una zanja junto a la carretera, y él había dicho que no, porque obviamente los niños tontos como ese tenían que aprender a arreglárselas solos o sino siempre iban a ser unos debiluchos, para luego enterarse que Kirishima ya estaba allá, y tener que inventar excusas para ir después de haberse negado.

El segundo síntoma (el peor de todos, a su juicio) era la constante sensación de cosquilleos en su estómago, o quizás en todo su cuerpo. Era tan jodidamente agradable e intensa, que a ratos lo desconcentraba de lo que fuese que estaba haciendo. De hecho, si tenía que definirlo de alguna forma, era como si alguien le hubiera pegado con un palo en la cabeza, dejándolo atontado, solo que en vez de sentir dolor por el golpe, era como estar flotando por las nubes. Ese síntoma en particular nunca lo iba a reconocer ante nadie, porque era indigno.

Solo un mes antes, hubiera entrado en pánico al descubrir todo esto. Sin lugar a duda, hubiese negado sus sentimientos y solo para autosabotearse, habría ido en contra de ellos, alejando a Kirishima de él, maltratándolo apropósito o algo por el estilo. Pero ahora no podía, porque el tercer síntoma era la excesiva felicidad. Bakugou nunca había estado más feliz en toda su vida, y ahora que era consciente de esa sensación, valía la pena cuestionarse todo.