El monstruo de las pesadillas (2)

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Natalia.

Una mezcla de olores se cuela en mi nariz.

Ha dejado de oler a incienso para oler a tabaco. Cuando pasa de largo por mi lado es cuando descubro que el alcohol también tiene olor, y no me gusta. Si pudiera eliminar de un plumazo las botellas que los mayores no me dejan tocar, lo haría sin pensarlo. Cada vez que las toman, caen rendidos a ellas, como si sacaran a relucir una persona completamente distinta a la que de verdad son.

Eso no pasa con el monstruo de mis pesadillas.

El alcohol solo incrementa sus acciones, pero estar sobrio no las hace desaparecer. Cuando bebe, o huele a ello, siento más miedo que de costumbre.

Guardo todas las pinturas en el estuche nuevo que mamá me ha comprado esta mañana, agarro mi cuaderno en mis diminutas manos y me alejo todo lo posible. Me dejo resbalar por la pared hasta el suelo y ocupo una esquina del salón.

Cuando mamá me encuentra, me regala una media sonrisa. Me parece verla suspirar. No se acerca hasta dónde me encuentro, pero con un gesto tranquilizador me indica que no me mueva. No pretendía hacerlo, quiero dibujar, pero para acceder a mi habitación tengo que atravesar el salón y eso significa encontrarme con el monstruo de mis pesadillas, que me busca entre gritos por cada estancia de la casa.

Hago fuerza y tiro del sofá hacia mí, para cubrirme. Ahora soy algo menos visible, pero da conmigo y me sonríe. El monstruo de mis pesadillas no sonríe como mamá. Su sonrisa no me gusta.

Yo encojo las piernas y las abrazo. Entre las rodillas guardo mi rostro. Si no le miro a los ojos, quizás hoy me deje en paz. Quizás se canse. Quizás se vaya. Ojalá me deje ir.

Instantes después siento su respiración encima de mí, justo en mi coronilla. Yo, curiosa de mí alzo la cabeza. Mamá le pide que se aleje. Él no deja de sonreír.

Ha visto mi cuaderno, también mi estuche. Y sabe que ahora son mi pasatiempo favorito porque mi mirada se lo ha hecho saber. Al monstruo de mis pesadillas no le gusta verme feliz. Suele enfadarse cuando juego o hago cosas que me gustan.

De un tirón me quita el cuaderno. Me levanto de un salto y voy a por ello. Es mío. No tiene derecho a quitármelo. No le pertenece. Pero ahora estoy atrapada.

Mamá le pide que me suelte del brazo desde la distancia, no se acerca. El monstruo de mis pesadillas no le hace caso. Creo que ha sido él quién ha hecho que mamá tenga un moratón en el brazo.

Segundos más tarde no es el cuerpo de mamá el que me preocupa, sino el mío. Apenas lo he sentido, no hasta que el dolor se adueña de mi mejilla y al llevarme la mano a la boca, la veo coloreada de rojo. Mamá corre a por mí, pero él la aparta de un zarpazo.

Me coge en brazos y me mira a los ojos. Quiero llorar, seguro que mis lagrimas hacen que el monstruo de mis pesadillas sienta pena y me suelte, pero no puedo. El miedo ha paralizado mi cuerpo.

—¿Mamá? —mi voz tiembla. Al monstruo de mis pesadillas no le gusta escucharme llamarla, lo sé porque cada vez que lo hago en busca de ayuda, él entrecierra los ojos y después...

Después no hay después.

Me suelta en el suelo y caigo por mi propio peso sobre mi codo. Me duele. Mucho.

Estoy llorando, pero él no se preocupa en saber cómo estoy.

Cuando se acerca, lo hace para sonreírme y susurrar:

—Cariño ¿Te has caído?

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now