I - Recuerdos

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Era una fría noche de tormenta. Una pequeña Emma se encontraba detrás de la puerta del salón de su casa, mirando a través del pequeño espacio que había entre esta y la pared.

Unos minutos atrás, mientras estaba acostada en su cama intentando dormir, comenzó a oír fuertes gritos y golpes provenientes del salón. Entonces se levantó para ir a ver qué pasaba, aunque ya lo suponía.

Últimamente su padre había estado más agresivo de lo normal, solía gritarle todo el tiempo. Pero con su madre era aún peor, y eso a ella no le gustaba nada. Y es que sus escasos 9 años de edad le habían bastado para cerciorarse de que ese comportamiento hacia tu pareja no era muy correcto.

Todavía oculta detrás de la puerta, pudo presenciar un fragmento de la discusión entre sus padres:

-¡Deja de mentirme de una vez! Julia, se perfectamente que te acostaste con ese hombre. ¡No eres más que una zorra interesada!

-John, por favor, cálmate.

-¡No me pidas que me calme! Me dejo la piel trabajando todos los días para poder traer un plato de comida a esta casa, y así me lo pagas, ¡follándote al primero que pasa!

-Mira, no, no me he follado a nadie. ¿Pero sabes qué? ¡Ojalá haberlo hecho!

La cara de su padre se puso roja de ira, y Emma pudo ver cómo levantaba la mano, dispuesto a estamparla contra la piel clara de su madre.

En ese preciso momento la niña salió de detrás de la puerta y corrió a ponerse delante de su madre.

-¡No la toques!

La mirada del hombre se posó en su hija.

-¿Y quién narices te crees que eres para decirme lo que debo hacer? -Puso ambas manos sobre el pecho de la pequeña y la empujó con todas sus fuerzas-.

-¡No! -Su madre intentó pararlo pero no llegó a tiempo-.

El rostro de Emma impactó bruscamente contra la esquina de la mesa. Entonces todo se desvaneció.

***

La joven pasó las yemas de sus dedos sobre la pequeña cicatriz de su ceja, recordando aquel día.

Las cosas habían cambiado desde entonces. Ahora ella ya no era solo una niña indefensa, ahora tenía 17 años. Su padre... seguía siendo el mismo imbécil de siempre.
Pero la que peor estaba era su madre, su querida madre. Ella ya no era la mujer fuerte y segura que solía ser. Su padre se había encargado de arrancar cada ápice de felicidad de su cuerpo, para convertirla en lo que era ahora. Un pobre ser que se limitaba a existir, a estar ahí. Y es que Emma sabía que ella era el único motivo por el cual su madre se levantaba de la cama cada mañana.
A pasar de todo lo aguantado, de todo lo que cargaba sobre su espalda, ella todavía tenía fuerzas para cuidar y proteger a su hija. Pero a veces se olvidaba de cuidarse a sí misma.

Emma había tratado de convencerla más de una vez de dejarlo todo, denunciar al desgraciado al que llamaba padre e irse muy lejos de allí.

No tenían a nadie a quien acudir, pero con el trabajo de su madre y su mínimo sueldo les bastaría para sobrevivir.

Pero ella siempre se negaba, y Emma todavía no comprendía porqué. Su madre era la persona más valiente que jamás conoció y sabia que no le tenía miedo a aquel hombre, ella seguía aguantando sus malos tratos por algún motivo desconocido.

La joven suspiró. Se dirigió a su armario para cambiarse de ropa. Después se detuvo frente al espejo para observar su reflejo.

Era una réplica de su madre. Ambas tenían el cabello negro, los ojos azules y los labios carnosos y rosados.

Salió de su habitación y cerró la puerta. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina.
Abrió la puerta y allí estaba, como siempre, su madre. Su cara, demacrada, estaba pálida. Cuando la escuchó se giró rápidamente, como en guardia. A Emma le partió el alma verla hacer eso.

Pero al ver que era su hija, el rostro de Julia se suavizó y sus ojos, ya casi sin brillo, se achinaron un poco para complementar su hermosa sonrisa.

-Hola, mamá.

-Buenos días hija.

-¿Qué preparas? -Preguntó con curiosidad-.

-Pastel de carne -Dijo orgullosa-. Ven, huele -Hizo un gesto para que Emma se acercara al horno y abrió la puerta-.

Emma se acercó y inhaló profundamente, cerrando los ojos.

-Dios mío, huele genial.

Su madre rió.

-Ah, se me olvidaba. Date prisa, va a empezar el partido -Le sonrió con complicidad-.

Emma le devolvió la sonrisa y salió corriendo, después de darle las gracias.

Llegó al salón y se ocultó detrás de la puerta, fuera del campo de visión de su padre. Él estaba sentado en el sofá, delante de la televisión, cerveza en mano.

A Emma le encantaba el fútbol, pero su padre nunca le dejaba ver los partidos, pues decía que eso no era cosa de mujeres, que ellas eran demasiado débiles y delicadas para eso.

En fin. Por culpa de las estúpidas creencias de su padre, tenía que ver el partido desde ahí y estar una hora y media de pie. Pero bueno, sabía que no cambiaría su manera de pensar, y a decir verdad tampoco estaba dispuesta a desperdiciar ni un minuto más de su vida en ese impresentable.

***

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Os leo 🫶🏻.

Mi salvación - Jude BellinghamWhere stories live. Discover now