Acto 1: ¡Libertad!

45 1 0
                                    

''Un silencio sepulcral invadió la habitación, envolviendo cada rincón con una atmósfera sombría y densa. Frente a Oliver, ya no se encontraba aquel monarca elegante, etéreo y carismático que se enorgullecía de sus hazañas. En su lugar, solo había un niño pequeño, despojado de confianza y sumido en la incertidumbre.''


''El cielo se tiñó de un magenta profundo, mientras las nubes esponjosas flotaban como un lienzo desgarrado en medio de aquel escenario desolador. Entre los dos chicos, cuyos destinos se habían entrelazado, el tintineo de las campanillas de viento se alzaba como único consuelo ante el desgarrador llanto que emanaba de sus almas.''


• ------------ • ------------ •• ------------ • ------------ •• ------------ • ------------ •• ------------ • ------------ •

En las brumosas profundidades de una aldea oculta, condenada a la sombra de su propia existencia, se alzaba un reino que se regocijaba bajo el manto sagrado de la música y el arte. Aunque su presencia era conocida de manera velada entre los humanos, se ocultaba celosamente, resguardada bajo el peso de misteriosos candados y secretos prohibidos. Así era el enigma envolvente que rodeaba al reino Benel, una raza esquiva que se ocultaba incluso entre sus propios miembros. 

Como entidades etéreas, invisibles entre las multitudes, se deslizaban con la gracia de mariposas danzantes en el viento, llevando consigo la esencia misma del arte en cada fibra de su ser. Un don divino fluía por sus venas y se tejía en lo más profundo de sus almas. Sin embargo, más allá de las fronteras que los delimitaban, la libertad de expresión era un espejismo efímero, una ilusión que se desvanecía en el aire.

Sin motivo aparente, el rey, con mano imperiosa, había decretado la prohibición de ese don innato que les había sido otorgado. Bajo el yugo de un soberano enigmático, su linaje perdido en los recovecos del tiempo, los Benel vivían sumidos en la perpetua sumisión. Nadie sabía a ciencia cierta cuánto tiempo llevaba el rey en el trono, su historia envuelta en el manto de la incertidumbre, un misterio que se desvanecía en las sombras de la memoria colectiva.

El decreto del monarca, sin razones claras, sumió en la oscuridad el tesoro más preciado del pueblo: el arte. Así, el rey se transformó en un magnate arrogante, pavoneándose con grandilocuencia, envuelto en las vestiduras de la opulencia deslumbrante. Las lágrimas del pueblo alimentaban su deleite insaciable, mientras él se saciaba con voracidad, sin conocer límites ni saciar su hambre insaciable. Una existencia vacía, ensalzada por la opulencia que lo rodeaba, mientras el arte y la creatividad se marchitaban en la distancia, languideciendo en la penumbra de un reino aprisionado.

Escasa información se tenía acerca de él, por lo poco que aparecía en público. Se limitaba a los confines de su palacio.

Pero en aquel mundo, existía un diminuto ser de fantasía. Tenía el cabello azul como el cielo, esponjoso como las nubes, con ojos grandes y tiernos, labios generosos y una naricita delicada. Su piel estaba impregnada de un tono sepia cálido. Desde su nacimiento, esta hada había sido una soñadora incansable, anhelando fervientemente formar parte del selecto elenco principal del reino, aquellos privilegiados encargados de dar vida a las obras escogidas para el deleite del pueblo y el rey. Su nombre era Azul, y en una noche en particular, cuando avistó al rey adentrarse en su morada, su vida tomaría un giro inesperado.

La madre de Azul anhelaba con fervor la llegada de un niño, y el rey, posado en el jardín de su hogar, poseía el don de conceder los deseos de sus súbditos. Estaba a punto de cumplirse el sueño de la madre de Azul, pero de repente, el rey se retractó, aquejado por una inoportuna migraña. Azul no comprendía del todo lo que ocurría, pero algo quedó claro en su mente: el rey tenía el poder de manipular las vidas a su antojo, y parecía ser alguien sumamente arrogante. Sin embargo, todos parecían estar bajo un hechizo, con los ojos vendados y atados como marionetas, incapaces de percatarse de la realidad. Fue entonces cuando Azul, en su afán de descubrir la verdad, buscó incansablemente, leyó y formó su propio concepto idealizado de lo que un héroe debía ser.

Azul se dirigió a la plaza, pero la suerte no parecía estar de su lado. Buscó durante largo rato alguna chispa de autenticidad en las personas que pasaban a su alrededor, pero nada parecía captar su atención. Con el atardecer cayendo sobre la ciudad, desanimada, decidió regresar a su hogar. Fue entonces cuando un encuentro singular cambió el rumbo de su destino. Un joven estaba sentado en la plaza, su cabello evocaba los tonos del atardecer, sus ojos eran como esmeraldas y su piel tenía el matiz de la canela. Las personas pasaban a su alrededor, ignorando su presencia. Con inseguridad, el joven sacó una flauta de su mochila y comenzó a tocar. ¿Por qué nadie parecía apreciar la majestuosidad de su música? En ese instante, el tiempo pareció detenerse y Azul no se percató de que el joven se disponía a retirarse. Sin pensarlo, se acercó de un salto hacia él y, con un grito liberador, exclamó: "¡Tú eres el elegido!" Y así, los dos se encontraron. El muchacho respondía al nombre de Oliver.

Sinfonía Silente.Where stories live. Discover now