Crónicas Marranas

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Benigna le había pedido que contase algo que no supiera Micaela. Con la habilidad de un juglar medieval Marciano había relatado a su cuñada aquella  gesta que, desde su punto de vista, bien podría haber pasado a los anales de la épica. Una historia que había mantenido oculta hasta ese día.

Ella le miraba. Sus ojos ávidos y oscuros refulgían con interés. Incitando a su yo más suicida a lanzarse a las profundidades del abismo. Sabía que revelar toda la verdad le haría bajarse de morros del pedestal en el que él mismo se había subido. Aun así, estaba dispuesto a hacerlo. Acarició la piel de la bota que todavía pendía de su hombro. La asió y alzándola dejó caer un hilo de líquido rojizo en sus labios. Esperaba que le ayudase a pasar el mal trago que estaba por venir. El fuerte olor al vino golpeó su estómago: Alcohol, fruta y madera. La trilogía ejerció su magia actuando como la más eficiente máquina del tiempo. Cuando su tripa rugió, Marciano ya se encontraba inmerso en sus recuerdos:

La secretaria le condujo a la salida del colegio de odontólogos. Su cara reflejaba repulsión y desconfianza mientras tomaba buena cuenta de su barba de tres días, su andrajoso atuendo con hedor a sudor , y el potente olor de la sangre de cristo atrapado en cada fibra. Cerró la puerta tras él condenando su apariencia, su vida, y probablemente hasta su alma. Toda aquella puesta en escena había sido un mal necesario para evitar una pena real.

Marchó del edificio claramente bebido aunque libre de la denuncia interpuesta en su contra por usar anestesia sin licencia. En aquel momento sentía una etérea sensación de ingravidez. Era un funambulista caminando por la cuerda floja entre bien y el mal. Todo un Lucio Urtubia, el Robin Hood Navarro.

Hubiera sentido vergüenza de andar de semejante guisa por las calles de la capital si no fuera por la cantidad , nada desdeñable, de alcohol que todavía le rondaba por las venas. La pesadez que se había instalado por la noche en su estómago había ido en aumento. Ahora, este gruñía con estruendo. Haciendo caso omiso a sus quejidos, Marciano decidió celebrar su hazaña acabando con el contenido de la bota que había llevado consigo. Luego, encaminó sus pasos a la estación de tren. Por desgracia, en su plan magistral, no había tenido en cuenta que debería volver con la misma ropa con la que fue. Confiaba que la ebriedad le durara lo suficiente como para seguir ignorando las caras de animadversión que encontraría. Tal y como estaba sucediendo ahora con todas aquellas personas que se apresuraban a cambiar de acera antes de cruzarse con él.

Con pasos anárquicos caminaba por una de las vías principales cuando notó desatarse un brutal motín en su vientre. Un sudor frío escaló por todas las vértebras de su columna provocando el estremecimiento de su piel. Maldijo su suerte mientras sus ojos buscaban un lugar menos transitado donde guarecerse. Atisbó no muy lejos, una callejuela perpendicular. Estaba sin asfaltar y por ella paseaban algunas gallinas. Marciano decidió intentar llegar a ella. Prefería con creces enfrentarse a la mirada altanera de las aves que a la de los transeúntes.

De repente, una garra poderosa estrujó todo su aparato digestivo haciendo retumbar sus intestinos. El seísmo se extendió con rapidez por todo su ser haciendo flaquear sus piernas. Apretó sus nalgas con fuerza con el fin contener sus esfínteres mientras caminaba. Con paso de marcha atlética avanzaba a duras penas  intentando retener la temida erupción. Todo en vano. Antes de llegar notó cómo un espeso puré líquido y caliente se escapaba por su trasero. Cuando el tufo llegó a su pituitaria aceleró el paso hasta casi la carrera. Era un olor fétido. A alimentos fermentados y a ácidos jugos digestivos. La pastosa papilla revenida comenzó a expandirse por toda su retaguardia.  Empezaba ya a notar el calzoncillo empapado cuando alcanzó el extremo de la calle.  Se apoyó contra uno de los muros con el fin de mantener su trasero lejos del alcance de cualquier mirada. Entretanto, un nuevo retortijón le hizo doblarse de dolor. Una bocanada de cálida compota putrefacta se extendió por todo su pantalón empezando por la ladera de su pierna derecha. Algunas gallinas se acercaron curiosas mirando al recién llegado mientras este acababa por poner perdida la otra pernera.

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⏰ Última actualización: Sep 20, 2023 ⏰

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