17

906 40 8
                                    

Natalia.

—¿Crees que Zack podrá perdonarnos? —pregunto.

—Sí —responde Dylan con rapidez, para seguir desayunando en silencio.

Pongo los ojos en blanco.

—¡Es Zack, morena! Tiene cara de hacer justo esto.

—Odio llegar tarde a los sitios, Dylan. Y llegamos tarde, muy tarde.

Dylan me regala una media sonrisa de lado. Relame sus labios y se encoge de hombros.

—¿Qué? —inquiero, agudizando la voz.

—Nada, es solo que... no te importaba el tiempo cuando estabas encima de la mesa pidiéndome que te lo hiciera más rápido, lamiera tus pechos y clavara mis uñas en tu espalda —abro los ojos, sorprendida—. ¿Ahora también te vas a sonrojar? ¡Hay cosas mucho más íntimas que el sexo!

—¡Lo dudo! —grito, al mismo tiempo que doy saltitos por el salón sobre una pierna. Odio las zapatillas de tela en forma de bota. ¡Son imposibles! Me siento en el sofá y alzo la mirada para mirarle de nuevo. Lo tengo enfrente. Joder. ¿Por qué es tan sigiloso?—. ¡Los sustos, Dylan! ¡Los odio!

Dylan se agacha y queda en cuclillas entre mis piernas. Su mirada penetra con decisión mis ojos y su colmillo se clava en su labio inferior con total precisión. Noto mis mejillas encenderse de nuevo. Él no deja de observarme en silencio, mientras ata mis cordones. Después, me ayuda a ponerme la otra zapatilla, tras aflojar los cordones.

—¿Ves? No era tan difícil.

Lleno mis pulmones de aire y lo expulso de golpe. Incluso, llego a mover algún mechón de su pelo.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Claro —dice Dylan, con las manos sobre mis rodillas.

—¿Por qué se ha vuelto indispensable para ti hacerme ver que la vida es no es tan difícil?

—¿Crees que sería justo con nosotros darte una respuesta ahora? ¿No quieres reservar ninguna pregunta para cuando llegues a los ochenta? ¿De qué hablaremos en ese entonces? No pienso hablar de las noticias, guerras, política o economía... me deprimen.

Esbozo una sonrisa que deja a relucir mis dientes, pero que desaparece cuando Dylan se da la vuelta para entrar al baño y me quedo sola en el salón. De forma automática mi cabeza comienza a reproducir momentos inexactos de mi vida pasada. Esa vida que me tiene a mí de adolescente.

Es tan complicado fingir que la vida no es complicada, cuando lo único que encuentro por el camino son piedras con las que tropiezo y caigo al suelo que se ha vuelto rutina eso de sonreír por inercia.

Esta última semana ha sido una de las mejores de mi vida. La convivencia con Dylan está yendo mejor de lo que pensaba y tengo que hacer un esfuerzo muy grande por no derretirme cada vez que me recuerda que soy su novia. Pero una cosa no quita la otra... el miedo sigue paralizando cada parte de mi cuerpo. Siento pánico de pensar que Tyler podría volver a mi vida y acabar lo que no pudo, que... quizás ahora no quiera romperme a mí, sino a quienes me rodean, tal y como aseguraba el monstruo de las pesadillas que haría si alguna vez mamá pedía ayuda.

No quiero acabar así.

El maltrato no conoce límites y conveniencias sociales. No comienza con un puñetazo en el estómago, sino con un gesto, una mirada de odio, una imposición, una frase en contra de tu libertad. El maltrato no deja marcas, si el maltratador no quiere que el resto las vea. Suelen ser personas sibilinas. Saben lo que hacen, no están enfermos. Tyler y el monstruo de las pesadillas ni siquiera son demonios. El demonio siente repugnancia cuando les comparo con él. Antes de ser lo que hoy es, era un ángel. Ellos nunca lo fueron. Nunca lo serán.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now