El muchacho que bailaba sobre la tarima (Parte 1/5)

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Cuando la peor borrachera te lleva a conocer al amor de tu vida...


Elmer, mi mejor amigo, me insistió toda la tarde de ir a la fiesta de su tía ese día en la noche.

La cita era a un costado de mi casa, la casa contigua, la de los vecinos. Los más escandalosos de la cuadra, de esos que escuchamos hasta cuando alguien estornuda en la habitación del fondo.

Y es que Elmer no es familiar de mi vecina en realidad, él la llama tía porque meses antes fue pareja de uno de sus sobrinos y durante ese tiempo, Elmer, hizo vínculos fuertes de amistad con ella y su hija.

— ¡La fiesta de tu tía! Estás loco, amigo. — Le di mi respuesta definitiva por el teléfono. — Va a estar lleno de ancianas. ¿Qué vamos a platicar con esas doñitas? ¿de la telenovela de las nueve? ¿de los precios de la canasta básica? Qué flojera. Además, es a un lado de mi casa, no friegues. No tengo ganas ni salir a la banqueta.

— No seas mamón, Gabriel. Ni modo de que yo vaya solo. — Me suplicó. — Acompáñame. Mira, si te aburres, nos salimos a la banqueta y nos sentamos allí toda la noche, solo es para cumplir; que vea mi tía que estoy ahí, aunque no esté dentro de la casa.

— Y ¿a qué chingados vas a la fiesta de tu tía? Si ni es tu tía. Ya terminaste con aquel güey, ya ni le tienes que decir tía. ¿No dices que ya no lo quieres? Se me hace que te haces tonto, aún no lo olvidas. A ver, ¿qué más quieres encontrar? Mejor vete al antro, tal vez hoy sí ligas. Ayer que salimos anduve de suerte, hasta me quisieron ligar, y ya vez que yo ando en mi etapa de soltero empedernido. No, yo tengo flojera. Paso.

La noche anterior, Elmer y yo, habíamos salido a uno de los bares del arcoíris. Y en un momento de la noche, un tipo, que no me agradó en lo absoluto, se me acercó y me sacó plática. No quise ser grosero y le seguí el rollo unos minutos. Cuando me despedí para alejarme de él, me dio su número telefónico. Hice cómo que lo anotaba, aunque en realidad no lo anoté. Me hizo prometerle que le llamaría. 

Falsas promesas, imposibles de cumplir.

— Bueno, ni porque es a un lado de tu casa. Estás bien amargado y eso que apenas tienes 29, cuando cumplas los 30 vas a ser peor, un viejito cascarrabias con cara de joven. Ya ni a los antros quieres ir. Me hace falta cambiar de amigos.

Mea culpa. Otro drama más a la lista.

— Está bien, ya no llores. Voy a acompañarte. Cuando llegues me marcas al celular y salgo. Ya estaré listo. Pero te advierto que si me aburro me salgo y me regreso a mi casa.

— Nomás que me quedes mal. — Me dijo seriamente y colgó.

Sin pizca de motivación me metí a bañar, después me cambié con lo primero que se asomaba por la puerta de mi clóset. Un pantalón de mezclilla con las rodillas deslavadas y una playera clásica que aún no olía tan mal. Qué más da repetir la ropa, pensé. 

La fiesta es en la casa de la vecina, una señora entrada en años con la que nunca en mi vida he cruzado palabra, ni un "buen día" si quiera. Ni a su hija le hablo. Seguramente sus invitados serán de la misma edad, el mismo gusto musical, el mismo tema de conversación. Flojera absoluta. Pero mi amigo insistió y creo que es porque no ha olvidado a su ex.

— Espero no se aparezca aquél... — Pensé.

El reloj marcaba media hora después de la hora que Elmer había pactado. Estaba desesperado, veía un programa aburridísimo en la televisión; una repetición de un horroroso y ridículo reality show de enamorados, en donde un hombre medio atractivo pretendía enamorar, a como dé lugar, a una docena de mujeres que bailaban frenéticamente en minifalda. 

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