Me llamo Nicolás. Tengo 14 años y, a pesar mi corta edad, he podido experimentar lo que significa ser diferente y sus consecuencias. Yo vivo en Chile, un lugar donde ser fuerte y sobrevivir cuesta: a mí me ha costado demasiado.
A los 5 años empecé el colegio para cursar Primaria. Allí todo el mundo me quería como a un niño más. Desafortunadamente, al cabo de un par de años tuve que cambiarme a otro, donde los problemas comenzaron. Los otros chicos me odiaban porque me juntaba con chicas. No entendía por qué. A mí me encantaba juntarme con ellas: conocerlas más y poder entenderlas. Los primeros años, jugábamos a ser parejas, siempre jugaba con las chicas que me parecían lindas, les daba besos e incluso pude estar con una de ellas más de 3 años, jugando.
A los 8 años me gusto la primera niñita, por entonces aún no me atraían los chicos. No obstante, tuve un único amigo con el que compartía mis gustos por la animación japonesa, la música, etcétera. Siempre participábamos en actos: cantábamos y recitábamos poesía. Mis compañeros no soportaban eso, me envidiaban por sobresalir y hacer cosas que ellos no podían. Por eso me ignoraban completamente y me dejaban de lado, como a un bicho raro.
A los 9 años entré al cuarto curso, y entonces fue cuando las cosas se empezaron a poner muy feas: comenzaron a insultarme. Me hacían sentir tan mal, extremadamente mal. ¿Qué había hecho yo para merecerlo? Al parecer, la causa era que yo me juntaba con las niñas que a ellos les atraían. De ahí comenzaron todos los chismes, de que yo era una «niña» y que era «gay». No lo aceptaba, pero tampoco respondía golpeando. Siempre me gustó ser pacífico y no golpear, menos por cosas estúpidas, por lo cual me aguanté los primeros insultos hasta que empezaron a extenderse por todo el colegio y comencé a ser el tema del año: nadie quería juntarse conmigo, me elegían de los últimos en grupos de gimnasia, y empecé a ser severamente discriminado y aislado por los otros chicos. Esta situación siguió durante varios años. Dejé de querer ir al colegio, me hacía el enfermo o bien me iba a casas de amigos o a cualquier otro lugar bien lejos del colegio, ya que no aguantaba el apodo "gay". Por supuesto, mi rendimiento escolar cayó en picado.
Cuando cumplí los 10 años finalmente pasó algo sorprendente para mí: ¡me atrajo el primer chico! Fue muy extraño, porque mis gustos por mujeres se deshacían mientras que hacia los hombres aumentaban. Pero, aun así, no me aceptaba a mí mismo como homosexual: ¡Solo tenía 10 años!
En séptimo curso (a los 12 años) me di cuenta de que era gay. Aunque no lo dije a nadie, de cara a los demás era hetero. En ese año también tuve mi primera pareja gay y por primera vez me sentí feliz como si estuviera en el cielo... Después de tantos años de soledad, la vida me ofrecía esperanza y alegría. Pero ser feliz era demasiado pedir, y pronto desperté de aquel dulce sueño. Un día me enteré de que mi chico flirteaba por Messenger con chicas, quedaba con ellas para besarse a escondidas de mí. Y fue con ese chico con quien tuve sexo por primera vez. Era maravilloso, sentir alguien amándome a mi lado. Me di cuenta que solo me quería para tener sexo, lo cual también hacía con otras personas. Y yo que lo amaba tanto... Hizo que mis sueños se convirtieran en pesadillas. Yo lloraba todos los días escondiendo mis lágrimas ante mi familia. Nunca nadie supo de aquella relación ni del sufrimiento que me produjo la ruptura. Tampoco supo nadie que en aquellos días consideraba a menudo terminar voluntariamente con mi vida.