1. Nuevo comienzo (Ari)

128 41 56
                                    

La brisa entraba por la ventana de un modo silencioso indicando que el verano se estaba acabando. El único ruido que se oía en casa era el cierre de mis maletas para mudarme, una cosa que la verdad no hacía ilusión a nadie, por muy emocionante que pareciese.
Mi padre se había casado con Elizabeth, aunque para él Lizzy. Era la primera mujer que mi padre había querido desde la muerte de mi madre, ahora hace ya seis años.
Mi madre siempre fue una persona muy alegre, de ojos vivarachos de color ámbar y esa sonrisa reluciente que le daba a nuestro hogar calidez y ternura.
Éramos una familia feliz, solos mi padre, ella y yo.
Pero todo cambió el día que le diagnosticaron leucemia.
Ella decía que lo iba a superar y yo la creí, me imagino que hubiera pasado si nada hubiese ocurrido...
-¡Ari, que nos vamos! - dijo mi padre.
Oliver Myers era el padre que todo el mundo debería tener. Era amigable y compasivo, pero más importante, siempre sonrió por mí en los momentos duros en el hospital.
Aunque cabía admitir que fue ignorante en la peor experiencia de mi vida. Y no solo hablaba de la muerte de mi madre, Ana Myers, sino lo que esto originó. No podía culparle por eso, ya que en esos momentos estaba débil y vulnerable y yo no quería preocuparle... pero al final eso pasó factura.
¡Voy!- respondí saliendo por la puerta.
Ya está, fue ahí cuando se acababa mi vida, en modo figurado claro estaba, aunque me hubiera gustado que fuese literal.
Salí de la puerta de la que fue mi casa durante mi infancia y me despedí de ella. Esos recuerdos siempre permanecerían en mi mente. Recordaría ese columpio del que me caí más de una vez para conseguir subirme o de todas las florecillas que crecían en primavera las cuales arrancaba a final de verano.
Le di la espalda al sitio de todos nuestros  recuerdos y miré con una sonrisa forzada a mi padre mientras me metía en el coche que nos llevaría al aeropuerto.
Pasamos todo el trayecto por la autopista en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, mientras que yo me quedaba mirando por la ventana. Ya lo podía decir, me iba a mudar a la otra punta del país, literalmente. Si Washington estaba en la esquina noroeste de Estados Unidos, Miami, que en realidad se trataba de Florida, estaba en el lado opuesto. Para que os hicierais una idea, no podía haber caído más bajo.
Si me hubiese mudado a algún sitio más cercano, podría haber intentado continuar con mis amistades del instituto, pero a miles de kilómetros, lo mejor era negar esa idea.
Lizzy había encontrado un nuevo trabajo en Miami como decoradora de interiores y mi padre, como no, se iba con ella. Lo cual eso implicaba que también tendría que ir yo.
A ver, siempre apoyé a mi padre con el tema de Lizzy, ya que él no quería que me sintiera incómoda, algo bastante difícil, he de admitir. Ya habían pasado dos años desde que se casaron y a mi me pareció bien... hasta ahora. Mi padre me habló de Lizzy seis meses después de conocerla. Sabía perfectamente que me iba a afectar, pero después de todo lo que nos pasó, no pude negarle su felicidad.
Tener que dejar el instituto en mi último año no me hacía ni pizca de gracia. Tener que decirles adiós a mis amigas y a mi novio, más bien exnovio porque rompimos nada más enterarse de que me iba al sur, no fue tarea fácil.
Me aparté del marco de la ventaba a la vez que mi padre aparcaba en el parking donde se encargaría de llevar nuestro coche a Miami, o eso creía. Me bajé con paso vacilante sopesando mis opciones una y otra vez.
Mientras caminaba hacia la entrada, no dejaba de imaginarme como escaparme de aquel infierno. Tal vez si me escaqueaba al baño y no volvía...
No, tenía que hacerlo, por mi padre.
Nos empezaron a coger las maletas para facturarlas y nos metimos en la terminal iluminada. Miré el inmenso reloj que había en la pared nada más entrar y vi que llegábamos tarde, como no.
Ahogué un gritito mientras comenzábamos a correr desesperadamente buscando la puerta de embarque sin apenas resultado. Pasamos por el control de seguridad en el que me tuve que quitar las Converse, como siempre, y continuamos con la maldita carrera.
Así éramos lo Myers, damas y caballeros. Si no llegábamos tarde a algún sitio, hubiese sido el mayor milagro que verías en tu vida.
La treinta y dos. No paraba de repetirme. La terminal estaba casi abarrotada de personas esperando a que su vuelo saliera en la pantalla. Corrimos como locos por los números pares hasta llegar a la nuestra entre jadeos.
Una mujer regordeta y pelirroja cogió nuestros billetes y con una dulce sonrisa nos los devolvió indicándonos que teníamos que pasar o cerrarían.
Nos metimos por la puerta de embarque y por fin llegamos al avión. Nunca me había sentido tan aliviada en mi vida.
Cada uno se sentó en su respectivo asiento y yo más bien me dejé caer agotada y jadeando en el mío junto a la ventana. Yo siempre me pedía ese sitio para no marearme demasiado, y no por el vértigo, sino por el miedo de quedarme encerrada. Sí, ya sé que sonaba ridículo, pero cada uno tenía sus defectos.
Saqué mi móvil y me coloqué mis auriculares con forma de corazón mientras ponía mi contraseña en la pantalla para confirmar que mis amigas no me habían escrito ni para decirme adiós.
Nada sorprendente.
Mi mejor amiga, Claire, me dijo que hablaríamos por videochat semanalmente pero yo sabía que se olvidaría.
Porque, por lo que parecía, ya todo el mundo se había olvidado de mí, yo nunca fui una de esas personas que llamban la atención, y tampoco quise serlo.
Siempre fui la niña buena que obedecía. La que hacía caso, respetaba a sus padres y la que se quedaba al margen. Aunque en el último curso del colegio todo eso cambiara, al empezar el instituto pude volver a ser yo.
Algunas amigas vinieron al mismo instituto y también estrechamos lazos con nuevas amistades.
Con mi exnovio, Caleb, fue diferente. Fue nada más conocernos, que me miró con sus ojos celestes y me lanzó su típica sonrisa pícara. Nos hicimos amigos y una año después empezamos a salir. Nunca fuimos el centro de las miradas. Fuimos simplemente un rumor que duró una semana, como mucho.
Y eso lo agradecí mentalmente.
Sin embargo, a Caleb no le hizo mucha gracia que no fuéramos populares. Él siempre decía que merecíamos más consideración o lo que fuese. Cuando se enteró que me iba a unos mil kilómetros de distancia pensaba que iba de coña.
Nada más lejos de la realidad.
Se enfadó y cortamos el mes pasado.
No me arrepentí de mi decisión.
Estaba empezando a ser un novio bastante tóxico. Parecía que no confiaba en mí, cosa que no entendía ya que llevábamos saliendo cuatro años. A mi padre le pareció bien que saliera con él. Él lo vio como un nuevo comienzo hacia otra etapa de mi vida.
Una bastante diferente.
Cerré los ojos con música de fondo, Ed Sheeran para ser precisos, y me intenté quedar dormida. Aún quedaban unas tres horas de viaje y si no quería agobiarme con la presión, sería mejor que fuese entrando en el mundo de los sueños. Seguí dándole vueltas a mis pensamientos hasta que al fin me dormí.

PREDESTINADOS a enamorarse Where stories live. Discover now