Unico

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¿Como puede de la belleza tan resplandeciente de su amado, cambiar repentinamente con el corto pasar de unos meses?

         
Un hombre de flequillo largo, gran altura y ropas comúnmente formales llamado Edgar Allan Poe iba a casarse. Ese hombre que tanto se escondía de la realidad escribiendo otras, ese que tanto amaba la soledad y libros, se iba a casar.

Con el que iba a casarse, su amigo de la infancia Edogawa Ranpo, era alguien muy opuesto a él, incluso desde infantes. Edgar era alguien muy enfermizo y envuelto en una melancolía extraña y peculiar para alguien de su corta edad, por el contrario, Ranpo, gracioso y desbordante de alegría que de una manera u otra llegaba a contagiarle al más alto, sacándole una bella y casi sin usar sonrisa sincera.

Toda esa felicidad de Ranpo seguía vigente en el día a día. Hasta que una enfermedad maliciosa y cruel lo afectó drásticamente.

La enfermedad lo había convertido en otra persona, ya no sonreía como siempre en las mañanas al verlo despertar, ya no acariciaba a su mascota Karl con el mismo cariño e incluso ya no disfrutaba de sus dulces con toda la plenitud con la que hacia antes. Pero él no era el único enfermo.

Los doctores le diagnosticaron a Edgar una enfermedad -o así la mencionaron-. Su enfermedad crecía y crecía intensamente con mayor rapidez y brutalidad. Esa monomania que el padecía era más fuerte con el pasar de los días, quizás también con el de las horas. Consistía, sin entrar en muchos detalles, en la atención o reflexión intensa e innecesaria en cosas tan comunes para cualquier persona libre de esta enfermedad. Podía estar horas y largas horas reflexionando, sin parar, en algo simple como la tipografía de un libro o el color de su portada.

Nadie entendía porque le pasaba, ni él mismo lo lograba. El porqué de su interés excesivo en cosas pequeñas y triviales era desconocido, igual que la cura para Ranpo, ambas ideas eran totalmente desconocidas hasta para el sabio más anciano y hasta para el médico que más haya estudiado.

Nadie sabia la razón del porqué la belleza alegre y sonrisa de aquel amante a los dulces desaparecía cada día, el porqué a alguien tan bueno como él debía ocurrirle algo de aquella semejanza, de aquella crueldad. Su piel ya era pálida como la nieve, sus cabellos marrones, que antes eran limpios y suaves, ya eran revoltosos.

Esa tarde de invierno en la que contrajeron matrimonio, el escritor no supo si fue el traje blanco que combinaba en cierta punto con sus mejillas palidas o si fue su delgadez excesiva las que le quitaron el habla. Aunque lo que sí sabía, es que aún con su imagen tan deteriorada, seguía amándolo, no era algo que iba a cambiar. Sus ojos carecían del brillo jugueton que adornaba sus hermosas esmeraldas relucientes, que ya no eran brillantes, sino opacas. Su vista bajo a sus labios, que con anterioridad eran de una tonalidad alegre y sexy rosada, pero que ahora habían cambiado hasta conseguir un color mucho menos llamativo, mucho menos feliz. Aún con esa enfermedad, Ranpo sonreía, entreabriendo sus labios y mostrando algo que Edgar deseó, imploró en su cabeza no ver.

Sus dientes, esos dientes. Miraba con atención aquellos dientes largos, blancos, estrechos.

Aún casados hace dos días, el espectro de esos dientes más blanquecinos que la nieve seguía acechando su mente, acaparando sus ideas. Sobrevino con furia su monomania, más intensa que el dolor al golpearse el dedo del pie con un martillazo. Aún casados hace dos semanas, sus pensamientos se basaban en sus dientes y solamente en sus dientes. Esos dientes. Por alguna razón, sentía que necesitaba sus dientes. Sentia que si los convertía en su posesión más amada y preciada, la paz caería en el, como una suave y refrescante llovizna que aclarará su nublosa mente, su tan caótica y llena mente.

Un día, ese mismo día, había ocurrido lo tristemente inevitable, lo tan trágicamente esperado y, un poco para la víctima, deseado. Edogawa Ranpo, por esa tan fatal y mortal enfermedad, mientras dormía junto a Edgar, murió. Al despertar y ver su cadáver que una sonrisa pequeña tenía, el no podía parar de pensar en sus dientes, y mientras sus pensamientos volvían a ser nuevamente sobre los dientes del difunto, la tristeza lo envolvía con un trágico abrazo, uno que le provocó una lágrima deslizarse por su mejilla.

Estaba sentado solo en la biblioteca, sentía como si hubiera despierto de una ensoñación, no recordaba el porqué de su presencia en la biblioteca, pero era consciente del enterramiento de su esposo difunto y que la medianoche reinaba los cielos estrellados. No era consciente de todo, pero una leve idea le advertía a su mente que había hecho algo. Intentaba recordar en vano que era ese algo, intentando luchar contra la perdida de memoria, murmuraba en voz alta "¿Que era? ¿Que era?"

Con sus murmuros constantes, observó el escritorio en el que estaba, buscando ideas de lo que había hecho. Había una lámpara brillante, y junto a ella, una cajita. No tenía nada de notable, era solo una cajita, pero un escalofrío desagradable recorrió su espalda al visualizarla.

Entonces, un criado pálido como un esqueleto entró a la habitación con una mirada aterrada. Hablo con voz ronca, dijo frases que no fueron escuchadas con atención del viudo. Con lo poco que había escuchado de lo que dijo, entendió que hablaba sobre una tumba violada. El criado dirigió su mirada asustada a las ropas de Allan y el miedo se recalco más en su forma de habla, las señalaba con horror. Poe miró sus ropas sin entender el terror por el que pasaba el criado y notó que estaba manchado de barro y sangre, no fue capaz de pronunciar palabra al notar eso. Luego, nuevamente por las señas del criado, notó un objeto peculiar apoyado cerca del escritorio, una pala sucia, usada recientemente.

Comprendiendo un poco más la situación y teniendo una leve idea de lo ocurrido, de ese algo que había hecho, intento abrir la cajita, pero sus fuerzas no le eran suficientes para lograrlo. Al intentar abrirlo con sus temblorosas manos, el recipiente cayó al suelo, haciéndose añicos y mostrando su contenido, que sorprendió al criado y a Edgar Allan Poe.

De la cajita, cayeron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta dos dientes blancos, estrechos y largos como los de su difunto amado.



























Definitivamente, este fue el one-shot en el que más me esforcé.

¿Te gusto? ¿Sabes en qué cuento de Edgar Allan Poe esta inspirado?


=1102 palabras

Ranpo - RanpoeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora