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Natalia.

Las caras de desilusión llegan hasta el suelo.

Cat, que ha aparecido de nuevo en nuestras vidas por sorpresa, Aron, Zack, Dylan y yo nos hemos reunido en el despacho de una abogada de prestigio en la ciudad para tomar medidas en respecto a la estafa de la que hemos sido víctimas a manos de Agus. Al principio, nos conformamos con quedarnos con el dinero y los apartamentos. Con el paso de los días hemos entendido que hay cosas en la vida que ni el dinero puede comprar. Nos da igual perderlo todo. Queremos recuperar de vuelta la confianza, la ilusión, los días de desayunos y repaso de guion, las largas horas grabando de madrugada bajo las tormentas eléctricas de verano, las improvisaciones y las tomas falsas.

Quiero recuperar mi obra y los derechos que me corresponden como autora.

Necesito de vuelta mi historia, mi vida.

—Tiene que existir una solución —masculla Dylan.

La abogada agrupa los papeles que le hemos entregado. Forman un taco de gran altura. Los desplaza para devolvérnoslos después de haberse tomado tres largos días para revisarlos y buscar posibles medidas legales que aplicar en la situación.

—Firmasteis un contrato con sus correspondientes cláusulas. Lo aceptasteis todo, sin rechistar. Creo haber leído en el punto sesenta y uno que, la productora, en situación de quiebra, tiene derecho a prescindir de sus trabajadores, así como de la filmación del proyecto.

—¿Y eso qué quiere decir? —pregunta Zack.

—Le hemos dado vía libre para despedirnos —responde Cat.

—En pocas palabras, sí. Así es.

—¿Y ahora qué? ¿He perdido los derechos de mi obra? —Mi pregunta resuena con fuerza en la sala. Todos me observan, menos Dylan, que pone su mano sobre mi pierna como muestra de apoyo. Al instante, siento otra mano sobre mi otra pierna. Zack. Cuando Dylan se da cuenta, lo mira con fijación. No tiene pinta de querer dejar de mirarlo, es Zack quién regresa la vista hasta la abogada.

—Durante dos años, sí. No en su totalidad, pues posees aún el cincuenta por ciento, pero para hacer uso y disfrute de ello por cuenta propia, tendrías que pagar a la productora.

—Pagaré todo cuanto sea necesario.

Aron tose a propósito.

—¿Hablas en serio?

—No voy a dejar que ese cabrón se lucre a costa de mi dolor.

—Frente a un juez, tiene motivos para ganar —informa la abogada—. Es policía, según me contaron. Conocerá las leyes y sus puntos débiles. Y ha seguido los pasos necesarios que el contrato le imponía. Ha declarado la productora en bancarrota. ¿Qué tienes tú por aportar en la vista? Al jurado, al juez y a los fiscales no les valdrá solo con tu dolor.

—A nadie nunca le ha bastado con mi dolor —digo, con desprecio. Me hundo en la silla y me ayudo de la mesa para hacer fuerza y arrastrar la silla hacia atrás.

Minutos después, tras dejar a los demás concretar los puntos del acuerdo con la abogada para presentarlos a la parte contraria, todos me observan estupefactos, la abogada se ha quitado las gafas y por el gesto de su rostro, no da crédito con lo que está viendo. Bajo la mirada hasta toparme con mis manos y trago saliva con dificultad. En cada mano tengo un trozo de lo que sería el supuesto acuerdo, ese por el que llevamos dos horas encerrados en un despacho sin ventilación, ventanas, ni luz solar. Lo he roto. Lo he partido en dos.

No sé por qué lo he hecho, pero no puedo retroceder en el tiempo. Doy un paso hacia delante y lo dejo sobre la mesa, justo en frente de Dylan, que se echa el pelo hacia atrás y me aparta la mirada. No parece haberle agradado mi actitud. Zack tiene los mofletes hinchados, llenos de aire. Se está aguantando una carcajada y tengo que hacer un esfuerzo inhumano por no reírme, pese a que la situación no sea graciosa.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now