II. «𝚅𝚎𝚕𝚟𝚎𝚝, 𝚂𝚠𝚎𝚎𝚝 𝙻𝚒𝚙𝚜.»

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El reloj marcaba más de las once de la noche. Husk se encontraba cerrando el bar luego de un ajetreado día de trabajo, limpiando la barra como siempre lo hacía hasta que el reloj marcaba las once y quince y finalmente cerraba el local a la espera de que su querido amante apareciera a altas horas pasada la una de la mañana.

Si. Desde aquel día en el que Alastor lo besó las cosas definitivamente no fueron iguales. Ahora eran una especie de "más que amigos pero menos que novios" y ¿Siendo honestos? Al hombre poco le importaba si es que eso significaba una oportunidad de poder estar al lado de su amado.

Husk suspiró con cierto cansancio, dejando de lado el trapo y rodeando la barra para sentarse en una de las mesas cercanas, sentándose en la silla y sacando uno de los tabacos que solía guardar en su bolsillo. Lo posó en sus labios y con un encendedor, prendió la punta, dándole una calada.

Noches solitarias como estas eran las que lo hacían replantearse la idea de huir de Alastor. Simplemente escapar y dejarlo atrás. La relación de ambos era dañina. Sobretodo por la informalidad y clara falta de interés del asesino hacia su persona. Pese a decir que nunca le haría daño, había algo en él que siempre lo mantenía alerta. Era un maldito mentiroso, un perfecto imbécil que sabía como manipularlo para amarlo con desenfreno.

El bartender exhaló el humo del tabaco y le dio otra calada, concentrándose en simplemente esperar a que nada ocurriera en esta madrugada.

Grave error.

[...]

El reloj marcaba las tres de la mañana.

Husk yacía acostado en el sofá de la sala de estar de Alastor, mirando al techo mientras trataba de no dormirse allí mismo. Aún seguía siendo un riesgo dormir en la misma casa que un loco como ese.

Acababa de ser una de esas noches en donde ayudaba al menor a cortar a sus víctimas para después embolsar gran parte luego de dividirla. Estuvo casi una hora y media escuchando la historia de como fue que gracias a empezar a vender carne humana en el mercado negro tení auna fiel clientela que pagaba buen dinero aunque eso a él no le importara mucho debido a que él lo hacía por el placer de matar y bla, bla, bla.

Husk estaba hasta la madre con la palabrería de Alastor pero no decía nada por cortesía.

El muchacho ahora mismo se encontraba sentado en el suelo, relatándole el cómo había conseguido su gusto por la carne humana. El hombre rodó los ojos y suspiró con fastidio.

Bueno, suficiente de charlas caníbales. Yo me voy—dijo Husk mientras se sentaba en el sofá para eventualmente levantarse.

Alastor lo miró confundido y también se levantó del piso, tomándolo del hombro cuando ni siquiera había dado cinco pasos.

Espera. Es muy tarde como para que regreses...

Husk se giró a mirarlo alzando una de sus pobladas cejas, como si no creyera en sus palabras. Después de todo, Alastor era "el peligro" de Nueva Orleans como para que le quisiera mostrar un sospechoso gramo de empatía.

No pienso dormir en tu sofá. Es duro como piedra y mi espalda no es de acero—replicó como una excusa.

Pero con lo que no contó fue que las mejillas del más joven se tiñeran de adorable carmín y apartara su mano de su hombro, retrocediendo unos cuantos pasos. Le avergonzaba sugerir eso ya que, últimamente había tenido sueños "peculiares" con su enamorado pero, tampoco quería que se fuera ni menos que tuviera un dolor de espalda. Necesitaba que estuviera en perfectas condiciones.

Entonces... Podemos-

Ni lo pienses.

[...]

𝗧𝗘𝗘𝗧𝗛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora