I. RELATOS DE LA ABUELA

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La infancia; Es aquella parte de nuestras vidas en la que el adulto aprovecha nuestra inocencia e ignorancia, para inculcarnos cosas, esperando de nosotros un comportamiento que ellos puedan considerar adecuado.

Mi abuela por ejemplo, nos contaba historias de fantasmas, con la esperanza de que el miedo nos obligara a obedecer sus mandatos, y no nos alejáramos de sus estándares de comportamiento.

—En el pueblo hubo una fiesta —dijo ella—. De pronto, todos los hombres comenzaron a pelear, pues el trago siempre cumple con su deber. Cuando aquella furrusca parecía descontrolarse, un caballo negro salió de entre las sombras de los árboles que rodeaban la plaza. Se acercó lentamente con su jinete a cuestas. Un hombre alto, vestido de negro, con sombrero de copa y una oscuridad que lo envolvía, impidiendo ver su rostro. De aquella sombra, solo emergía la brillantez de sus ojos blancos... y una abundante barba colgando de su rostro. "¿Qué pasó aquí?" Fue todo lo que preguntó el hombre con una voz gruesa y profunda. Obligando a la concurrencia a detenerse, mientras todos se quedaron atónitos admirando su imponente porte, se dirigió nuevamente hacia la oscuridad del bosque y se perdió de la vista de los pueblerinos. Ese acto detuvo la pelea y nunca más se volvió a ver aquel misterioso hombre. ¡Era el diablo! —dijo mi abuela.

Mis hermanos y yo guardamos silencio. "A los adultos no se les cuestiona". Nos enseñaron de pequeños; por eso, los niños preferimos callar

—Alguna vez, cuando todavía cargábamos agua de los ríos porque no había acueducto—nos relató mi abuela—, tuvimos que bajar en la oscuridad de la noche por el líquido. Mi hermana y yo discutíamos por tener que hacer aquella tarea, que si era culpa suya por no querer ir sola, o que si era culpa de mis padres por no ir ellos mismos. En medio de la discusión y mientras yo recolectaba el agua, mi hermana pegó un alarido mientras corría hacia la casa dejando el tarro tirado a la orilla del río. Yo, asustada y sin saber por qué corría mi hermana, corrí detrás de ella. Cuando llegamos a la casa mi hermana contó: que había visto un chivo blanco caminando sobre el agua. Era el diablo que decidió asustarnos por renegar de nuestros padres —concluyó mi abuela.

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