Aguas Bravas

1. La llegada

 Dicen que somos lo que somos en consecuencia a lo que se nos ha enseñado y a lo que hemos vivido, que no hay persona ni forma de cambiar eso, pero llevo toda mi vida pensando que quizá sea mentira.

Desde pequeña me crié viajando de pueblo en pueblo, porque mi padre trabajaba en un barco pesquero , por lo que no pude pasar mucho tiempo con él . Sin embargo , cada vez que podiamos nos ibamos con nuestro barquito a pescar peces y a hablar sobre la vida en el mar o me contaba historias de marineros y sirenas . 

Todo aquello acabó pronto,  aunque no me enfada. Fue en el mismo momento que nació mi hermano pequeño, todos pensábamos que iba a ser la alegria de la casa y bueno... en parte así fue , pero Marc nació con una enfermedad congénita, se llama gastrosquisis y se "supone" que los que la padecen pueden tener una vida sana y sin complicaciones.

Años después, cuando mis padres se dieron cuenta de que la enfermedad de Marc requería más atención de la que podían ofrecer, tomaron la decisión de enviarme a un internado. Me encontré de repente en un mundo de desconocidos, lejos del barco y de las historias de mi padre, con un nudo en la garganta y la incertidumbre de lo que vendría.

Antes de llegar al internado, el trayecto en el coche de mis padres se convirtió en un viaje silencioso, interrumpido solo por el sonido del motor y los pensamientos que danzaban en mi cabeza. Las calles familiares dieron paso a paisajes desconocidos, y cada kilómetro aumentaba la distancia entre mi hogar y yo. A medida que el internado se acercaba, la ansiedad crecía como una marea, pero también surgía una curiosidad por descubrir qué me deparaba este nuevo capítulo.

Al llegar, la imponente arquitectura del internado se alzaba frente a mí como un laberinto de posibilidades. Camila, la delegada de mi clase, se acercó con una sonrisa amable, dispuesta a ser mi guía en este territorio inexplorado. Sus palabras eran como faros en medio de la oscuridad, iluminando la rutina del internado y ofreciéndome un atisbo de normalidad en medio de la incertidumbre.

Durante la visita guiada, una voz gritó mi nombre "¡ Valeria!" Era Camila, ella  compartió anécdotas de la vida estudiantil, señalando lugares de encuentro y rincones donde se forjaban amistades. Me habló de las tradiciones del internado, algunas extrañas y otras reconfortantes. En cada palabra suya, percibí la calidez de la comunidad que se formaba entre los alumnos. Aunque la distancia de mi familia seguía siendo una sombra en mi corazón, la presencia de Camila y la promesa de nuevas conexiones me ofrecieron un destello de esperanza en esta etapa desconocida.

Cada noche, antes de dormir en mi nueva habitación del internado, miraba las estrellas a través de la ventana y me preguntaba si mi hermano también las veía desde su cama en el hospital. Las palabras de mi padre sobre la fortaleza del mar resonaban en mi mente, pero ahora era yo quien necesitaba encontrar esa fortaleza en tierra firme.

En las aulas del internado, descubrí que la enseñanza no solo venía de libros, sino de las experiencias compartidas. Me sumergí en un océano de conocimiento, buscando respuestas para entender la gastrosquisis de Marc y cómo podía apoyar a mi familia desde la distancia.

Los días se volvieron un equilibrio entre la nostalgia de mi infancia en el barco y la responsabilidad adulta que la vida había arrojado sobre mis hombros. Me convertí en la hermana que, a pesar de la distancia, encontraba formas de cuidar y estar presente para Marc. Las historias de sirenas de mi padre dieron paso a una narrativa más compleja, donde la valentía no solo residía en el mar, sino también en las decisiones difíciles que tomamos en tierra.

A la mañana siguiente, al levantarme , sentía un vacío enorme , fuera de lugar y una sensación de ahogo  horrible en mi pecho, las clases empezaban a las nueve, así que tenía tiempo de familiarizarme con la que iba a ser  mi nueva dieta. Decidí bajar a desayunar antes de empezar mi día . Así que me duché , me puse algo de ropa cómoda e inicié mi paseo hasta la cafetería.

Aquella cafetería estaba abarrotada de gente , todos eran muy distintos entre sí, altos , bajos , gente morena, gente rubia, y en mitad de todo esa macedonia me encontraba yo , en la mesa con mi desayuno. A decir verdad mis oídos encontraron pronto la tranquilidad en medio del bullicio , hasta que un grito interrumpió mi paz.

- ¡Valeriaaaaaa! ¡¿Que estas haciendo , por el amor de dios, eso no será una croissant !?

- Em... Perdona , ¿qui-quien eres ? ¿Que le pasa a mi desayuno?

- AISHHH perdón , soy Lucía  la capitana del equipo de atletismo, Camila habló conmigo sobre ti , y venía a preguntarte si querias apuntarte al equipo...

- AAAH... pues no se  la verdad no suelo hacer mucho deporte

- ¿ Aún comiendo cantitades de azúcar industriales ?

- Jo es que esta muy rico ...

Me dí cuenta en ese mismo instante que Lucía sería una de mis mejores amigas , tenía toda la receta para que fueramos inseparables: No tiene pelos en la lengua, tampoco ningun filtro a la hora de hablar ( a veces se pasa, pero me hace pasar vergüenza y eso me divierte) , es una exagerada , sobre todo con las comidas y la dieta "saludable" , es encandalosa y no tiene sentido del ridículo.

Mientras Lucía me contaba lo mucho que significaría para el equipo tenerme entre sus filas , mis oídos se desconectaron y aparecio Camila, que sin pensarlo ni un momento se sentó y dejó su mochila en el asiento de al lado. Me recibió con una sonrisa y no dudo ni un segundo en preguntarme como me sentía y como me iba adaptando a mi nueva etapa. Y así fue como me hice partícipe de el mejor trío de amigas que se puede tener.

Entre risas y anécdotas se nos fue el santo al cielo y sonó el timbre que indicaba la hora de empezar las clases, al momento de atravesar la puerta le vi, mis pupilas se dilataron , mi corazón golpeaba fuerte mi pecho, como golpeas una puerta cuando te quedas encerrado y mi respiración se aceleró como un caballo atizado. Solo una pregunta invadía mi mente...