Jugando a las escondidas

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Corría el año 2010 cuando Bautista vivió una de sus experiencias más hermosas. Por primera vez sentía que quería compartir todo el tiempo con una persona. Alguien que había conocido hacía poco tiempo, pero con quien inmediatamente se había establecido un fuerte lazo. Sus días eran cada vez más felices. Al despertar por la mañana, sabía que tendría un mensaje en su teléfono. Breves palabras que le causarían la primera sonrisa del día. Así había sido durante todo el año.

Con tantas experiencias a los largo de esos días, Bautista y Gabriel ya formaban una sola persona. Era extraño verlos separados. Tenían amigos en común, compartían gustos y disfrutaban del tiempo juntos. 

Sin embargo, algo sucedió entre ellos.

Fue una noche de verano durante una fiesta en la que ambos habían tomado más alcohol de lo habitual. Entre tanta diversión, no lo habían tenido en cuenta y cuando salieron comenzaron a hacer algunas cosas que de ninguna manera hubiesen ocurrido en un estado de sobriedad. Hasta este momento, todo lo vivido, los sentimientos, los deseos sexuales, se habían mantenido como un secreto inviolable. Por eso, la gran sorpresa de Bautista al escuchar a Gabriel expresando en voz alta sus sentimientos más íntimos. Eso generó un malestar entre ambos. Bautista intentaba calmarlo de todas las maneras posibles hasta que, en el momento menos pensado, Gabriel mostró su enojo y lanzó palabras que destrozan el corazón.

Esa fue la última vez que se vieron, el fin de su relación, de sus mensajes por la mañana, de sus charlas mirando las estrellas y de todas aquellas locuras que compartían. Una simple noche como cualquier otra, un poco más de alcohol fluyendo por la sangre lograron terminar con el amor y los sentimientos. Bautista quedó destrozado. Varios años después, recordó aquel momento en el que todo comenzó y lo plasmó con palabras en una hoja a cuadritos con una lapicera azul de trazo grueso.

Fue hermoso verlo ahí, acostado, relajado. Su sonrisa perfecta, sus ojos verdes y mi corazón paralizado al escuchar su tierna voz diciendo: —Me gustas. Creo que en ese momento sentí lo más parecido a la plenitud, a la felicidad. Quedé atónito sin saber qué responder, que decir ante esas palabras que quería escuchar, pero que me abrumaban. Ambos estábamos acostados con una frazada en el piso. Lo miré durante unos segundos y salieron apenas dos palabras de mi boca: —Vos también.

Fue en ese instante cuando empezó nuestra corta pero intensa relación, llena de besos y abrazos; de peleas y reconciliaciones; de miradas cómplices y escondites. ¡Ay! Los escondites. Nuestros escondites eran muchos e incansablemente utilizados. Iban desde un baño a un árbol y en el medio, todos los lugares que puedan imaginar. Sus cabellos rubios se entrecruzaban con mis dedos mientras de nuestras bocas salían solo palabras del corazón.

Era tan dulce, tan tierno, tan chico. ¡Si! Casi 10 años más chico. Jugábamos todo el tiempo como si fuéramos niños, pero todo terminaba en un acto de amor incondicional que aún hoy puedo recordar. Puedo sentir los aromas de aquellos años, aún puedo recordar la música que escuchábamos juntos, pero viajar tantos años para atrás hace que de mis ojos broten lágrimas de tristeza. Aun así, todavía despierto con la ilusión de tener un mensaje suyo en mi celular, deseándome un buen día. Pero nunca llega, porque un buen día jugando a las escondidas, no pude encontrarlo más. 

Ese texto acompañó a Bautista durante casi diez años junto a un sentimiento de tristeza, angustia y miles de recuerdos que lo llevaban a él de manera repentina. Por momentos se sentía derrotado y más teniendo en cuenta que cada persona que llegaba a su vida era inevitablemente comparada con él. De esa manera, ninguno tenía chances de hacerlo feliz.

A pesar de todo, Bautista mantenía la esperanza de volver a encontrarlo, de volver a vivir algo que lo haga apenas más feliz porque solo con verlo, ya lo hubiera logrado.

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