🦞 Capítulo 1.

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Cartagena de Indias, D.T. y C. – La heroica.

Angélique Paulette se hallaba en la ciudad acompañada de un par de amigas con el fin de disfrutar sus últimos días como soltera. En dos días contraería matrimonio con Marco Uribe, su novio desde que había iniciado sus estudios universitarios.

La vasta oscuridad de la noche, debido a la luna nueva que se acomodaba en los más alto del cielo, se veía interrumpida por las lámparas que decoraban y cumplían su cometido alrededor de la ciudad amurallada, lugar por el que caminaban las jóvenes, buscando un buen sitio para disfrutar de su última noche. Un restaurante-bar captó su atención, debido al alboroto que había a su alrededor.

La curiosidad las llevó a acercarse, preguntando al personal de seguridad sobre lo que acontecía: una presentación de un grupo desconocido para ellas tocaría esa noche. Decidieron, entonces, quedarse en el lugar.

—Lamentablemente, no me quedan entradas disponibles, pero puedo acomodar una mesa V.I.P. para ustedes por una buena suma —les propuso el administrador del establecimiento.

—Está bien, puedo pagarte —aceptó Angélique dispuesta a quedarse a disfrutar del espectáculo.

El administrador cumplió con lo prometido, ubicándolas en una mesa justo al frente del escenario. Las tres jóvenes se acomodaron y pidieron algunas bebidas mientras iniciaba la presentación.

Angélique no paraba de sonreír. No sabía por qué, pero percibía una buena vibra a su alrededor, lo cual la hacía sentirse sobreexcitada.

Cuarenta minutos después, la presentación inició. El vocalista empezó entonando una canción que el público conocía muy bien, pues cantaban con él. Parecían ser verdaderos fans.

Todo transcurría con normalidad. El público coreaba las canciones cuyo ritmo podría considerarse como un tipo de pop-rock y las mujeres, gritaban de vez en cuando cosas como, «papacitos», «hazme un hijo, Sam», «te quiero en mi cama, Michael», y un largo etcétera, los cuales, las tres amigas imitaban con la intención de no parecer tan desubicadas.

—El baterista no ha dejado de mirarte. ¡Está buenísimo! —exclamó Valentina, cuando casi rozaba el final de la presentación.

—¡Ya sé! —contestó sonriendo y ligeramente sonrojada, mientras se llevaba una copa a sus labios, dándole un sorbo a la bebida.

—No seas tonta... disfruta un poco, ya que te vas a casar con el insípido de Marco y sabemos que, por amor, no es. Yo que tú, no dejaba pasar a ese bombón —le aconsejó Cassie.

Las tres amigas rieron a carcajadas, afectadas también, unas más que otras, por los tragos ingeridos.

—¿Dónde estará? ¿Será que te busca? —preguntaba Cassie, mirando a su alrededor, luego de que pasaran algunos minutos de haber finalizado la presentación.

—¡Ya olvídalo, Cassie!

—Prométeme que, si te busca, no lo vas a dejar pasar. Por lo menos unos buenos besos le tienes que dar.

—¡Está bien, Val! ¡Lo prometo! —contestó Angélique sin ningún problema y riendo nuevamente—. Se acabó mi bebida, voy por otra, ¿quieren algo?

Cassie y Valentina negaron y la rubia se marchó hacia la barra, cuya capacidad estaba al tope. Angélique encontró un pequeño espacio disponible y se acercó mientras trataba de captar la atención de alguno de los bármanes. Fue entonces, cuando percibió a alguien detrás de ella, quien, además, se acercó a su oreja y susurró un «hola».

Con una sonrisa pícara en sus labios, Angélique dio la vuelta, para encontrarse con los ojos verdes que no habían dejado de mirarla en toda la noche. Ella correspondió al saludo.

—¿Te invito algo de tomar? —preguntó Sam.

Angélique lo pensó un poco y respondió:

—No es necesario.

Entonces, acercó su rostro unos centímetros más, uniendo sus labios a los del extranjero.

Angélique retiró su rostro acalorado, dándole fin al beso suave y relativamente corto. Su corazón latía con rapidez, sintiéndose ligeramente apenada, pero tenía una promesa que cumplir.

—¡Wow! ¡Eso es... unexpected! ¿Por qué... por qué tú lo haces?

Angélique acercó los labios a su oreja y contestó:

—Solo... sigo el consejo de una amiga, además de que le hice una promesa.

A promise ¿huh? ¿Puedo saber cuál es?

Sentir la respiración de Sam en su oreja la hacía erizar la piel.

—Que te besara hasta que mis labios estuvieran agotados —exageró y Sam soltó una risita traviesa—. ¿Por qué? ¿No te gustó?

—Te miré por toda la noche, ¿crees que no lo quería? De hecho, esa amiga tuya me gusta mucho.

Su español no era perfecto, pero se daba a entender.

Sam tomó el rostro de Angélique entre sus manos, acariciando sus mejillas coloradas con sus dedos pulgares, entonces atrapó sus labios en un beso más ardiente que el que ella le había dado. El dulce sabor de sus labios lo cautivó, pero, más aún, cuando percibió la lengua de la joven invadir su boca y juguetear con la suya.

Se declaró perdido por esa chica.

—¿Nos vamos? —preguntó Angélique agitada, en cuanto sus labios fueron libres.

No esperó su respuesta, en cambio, lo sujetó por su muñeca mientras él solo se dejaba llevar. Angélique pasó por la mesa donde se hallaban sus amigas, tomó sus cosas y articuló: «nos vemos mañana», dejándolas perplejas y sin tiempo de reaccionar.

—¿Y bien? ¿Dónde te quedas? —preguntó ella cuando se vieron fuera del lugar.

La mirada lujuriosa que Sam le dedicaba, la hizo volver a tirársele encima. Sus besos húmedos provocaban que se estremeciera más de lo que le gustaría. Sam posó las manos en su cintura descubierta, acariciándola.

—Mm... ¿Estás segura? ¿No estás... mm... drunk? —susurró sobre sus labios.

—¿Me veo como si estuviera drunk? Además, ¿qué importancia tiene?

—Me importa. No me gusta sexo contigo, nada más. Eres hermosa... and so sexy.

Angélique mordió el labio inferior de Sam, haciéndolo soltar un suspiro quejumbroso.

—Me encanta tu acento británico... —Llevó los dedos a la altura de sus labios, rozando el piercing prendido de este y luego, rozando estos mismos—. Estás ridículamente bueno, ¿crees que quiero desperdiciar la noche dándote solo unos besitos? Me muero de ganas por ver y probar lo que hay debajo de ese pantalón... entonces, ¿vamos? O tendré que llevarte a la fuerza.

Su voz seductora lo empujó a besarla, esta vez, salvajemente, mientras ella posó las manos sobre su nuca, masajeando y cubriendo sus dedos con el cabello castaño oscuro del músico. Un leve gemido salió de la garganta de Angélique y aquello lo encendió aún más, por lo que colocó una de sus manos sobre su trasero, empujándola hacia sí, para hacerla sentir su excitación.

—¡Págale hotel! —gritó alguien desde algún punto de la calle.

A regañadientes se separaron, soltando una risita de complicidad.

Sam tiró de ella. Apresuraron sus pasos hasta llegar a correr y Angélique empezó a reír más fuerte, siendo imitada por su acompañante. Captaron la atención de los transeúntes mientras jugueteaban divertidos y se daban uno que otro beso.

Angélique no lograba dejar de sonreír. Su sonrisa parecía haberse tallado en su cara y sus ojos permanecían iluminados. Podría mentir, atribuyendo toda esta excitación que sentía al alcohol que había ingerido momentos antes, pero lo cierto, era que ese extranjero que tomaba su mano era el único responsable de ello. 


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Mi media langosta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora