🦞 Capítulo 2.

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Cinco años después.

Bogotá, D.C. – La ciudad de todos.

La esbelta y majestuosa figura de Angélique Paulette se hizo presente en el bullicioso establecimiento donde se celebraba el cumpleaños número veinticinco de su hermano, tres años menor. Caminaba sobre unos tacones de ocho centímetros de altura, sin siquiera tambalear, colgada del brazo de su esposo, cuyo porte distaba mucho de ser esbelto y majestuoso; la elegancia, por otra parte, era una de las características esenciales en Marco Uribe. Su distinguida posición social y la multitud de ceros en sus cuentas bancarias, lo convertían en un hombre atractivo para cualquier mujer interesada en ello.

«¡Qué gustos tan particulares los de su hermano! No cambia», le había susurrado este en cuanto bajaron del automóvil y se plantaron frente al lugar.

Angélique se vio forzada a dibujar una falsa sonrisa en su rostro.

Ambos se abrieron paso entre la multitud, evidentemente incómodos al no estar acostumbrados a frecuentar estos sitios. La música, extremadamente alta, retumbaba en los oídos de la pareja más refinada que se hallaba en aquel lugar. Subieron las escaleras dirigiéndose hacia la zona V.I.P. y un minuto después, pudieron observar al cumpleañero, quien sostenía una cerveza en una de sus manos mientras bailaba al ritmo de un vallenato clásico.

Angélique soltó el brazo de su esposo y se apresuró, con los brazos abiertos, al encuentro de su hermano.

Lo extrañaba.

Hacía aproximadamente cinco meses que no lo veía.

Se fundieron en un abrazo más prolongado de lo que las normas de etiqueta permitían, hasta que la rubia sintió una mano que la sujetaba, obligándola a separarse de su ser más querido.

—Está haciendo una escena... —masculló su esposo pegado a su oreja, mientras la sujetaba por la espalda y dándole un beso, para disimular—. ¡Cuñado! Qué lugar tan agradable ha escogido para festejar su cumpleaños.

Marco ofreció su mano y Jérémie Paulette la apretó soltando una carcajada al mismo tiempo. Se acercó, ubicando su rostro en el medio de estos, para poder ser escuchado.

—¿Qué pasa, Marco? No tienes que fingí. Francamente, me sorprende que hayan veni'o. Ya sé que este lugar, aunque sea uno de los más exclusivos de la ciudá, es bastante corriente pa' ustedes, que están acostumbra'o a asistí solo a reuniones de gente encopetá. Aunque tu hermanita, bien que los disfrutabas antes de ponerte la soga al cuello, ¿no?

—Si esto es lo que te hace feliz, yo también lo soy, Jér. —Sonrió Angélique, acariciando el brazo de su hermano.

—¡Por favor, cuñado! ¡Ya tiene veinticinco! ¿No le parece que ya es hora de que empiece a relacionarse con personas más... ya sabe...?

—No te estoy escuchando, Marco, pierdes tu tiempo.

—Tome el ejemplo de su hermana —insistió el hombre—, a su edad, ya se relacionaba maravillosamente con la alta sociedad, y mire lo que ha conseguido hasta el día de hoy.

Jérémie la miró entornando sus ojos y respondió:

—Como les decía —contestó, evitando expresar su verdadero sentir acerca del camino que había elegido su hermana—, este lugar es frecuenta'o por personalidades de la farándula nacional e internacional, tales como mi maravillosa novia, que no sé dónde se ha meti'o, y algunos amigos que ella ha invita'o. Por ejemplo... ¡ey! ¡Sam! —llamó con un grito.

Angélique desvió la mirada hacia donde su hermano la dirigía, el desconocido volvió su cuerpo y entonces lo vio.

Su mundo entero se movió en los tres segundos en los que le sostuvo la mirada.

Afortunadamente, Angélique había aprendido a comportarse y a controlar las emociones. Era una especie de superpoder que debían desarrollar todas las personas pertenecientes a la alta sociedad.

Sam Corey caminaba hacia ellos mientras miraba deslumbrado a Angélique.

—Este marica es un bacán —mencionó Jérémie, con su acento caribeño tan particular, pasando un brazo por encima de sus hombros—. Sam es músico, toca la batería en una banda y actualmente están haciendo una corta gira en el país. Lo conozco hace apenas unos días, pero me cae muy bien. Sam, ella es mi hermana, de la que te hablé, y este de acá es Marco...

—Su cuñado. —Marco alargó su mano, interrumpiendo al joven—. Un gusto.

—Soy Sam Corey, es un verdadero placer.

El músico, quien no despegaba la mirada de la rubia, extendió su mano hacia ella, ignorando completamente la que Marco le ofrecía.

El momento se cargó de tensión.

Marco, aún con su mano extendida, observaba al músico con cara de pocos amigos y Angélique mantenía su postura, aunque por dentro, estaba llena de nervios.

Tragó saliva.

Se debatía sobre qué tan buena idea sería corresponder al saludo de Sam.

—Soy... —habló con voz débil, inspeccionando rápidamente a los integrantes de la pequeña reunión y movió su mano en dirección a la del joven músico, pero su esposo se interpuso.

Marco tomó la mano de Sam, apretándola con fuerza.

—Su nombre es Angélique Paulette de Uribe. Mi esposa.

Marco pasó uno de sus brazos por la espalda de su mujer, apretujándola contra sí, marcando su territorio, y Sam miró por primera vez al hombre, soltándose, sin mucho esfuerzo, de su agarre.

—¿Te conozco...? —dijo Sam a Angélique, más como una afirmación que como una pregunta, y aun ignorando a Marco.

—¡Angélique! ¡Qué bueno que pudiste venir! Estaba hablando con Jér el otro día... ¡Upa! Disculpen, ¿interrumpí algo?

La novia de Jérémie llegó para salvar el momento, cuyo tensiómetro estaba a punto de estallar.

Jérémie, quien hasta el momento había sido solo un espectador, carraspeó.

—Nombe nada, amor, llegas como caída del cielo. Vámonos a bailá. Sam, ven, ven con nosotros. —Jérémie se lo llevó prácticamente a empujones, y luego agregó con un grito—: Luego hablamos, hermana.

Marco se giró hacia Angélique en cuanto estuvieron solos.

—¿Lo conoce? —la increpó y Angélique movió su cabeza de un lado a otro, negando—. Más le vale, porque no me gustaría enterarme de que mi esposa anda por ahí, relacionándose con ese tipo de gente.

Angélique le dio la espalda subiendo los ojos. Procedió a retirar el abrigo que aún llevaba puesto y lo ubicó en la parte trasera de la silla que iba a ocupar, tomando asiento al instante siguiente. Marco la imitó, sentándose junto a ella; tomó su teléfono celular y empezó a divagar en las redes sociales, mientras que ella miraba fijamente a su hermano, luchando por no desviar su atención a la dirección incorrecta.

Podía sentir la mirada de Sam sobre ella, penetrando y traspasando cada centímetro de su cuerpo. Su vestido ajustado le empezó a incomodar. Angélique se dirigió a Marco, informándole que saldría a tomar un poco de aire.

Necesitaba despejar por un momento su mente.

Cuando allí se encontraba, sintió la presencia de alguien sobre su espalda, quien susurró un «hola» junto a su oído, tal como aquella noche.

Angélique volvió su cuerpo.

—¿Te puedo ayudar en algo? —le preguntó, indiferente, al baterista de ojos verdes.

Su mirada fría e insolente no lo hizo vacilar. Dio un paso al frente, y así, sin más, tomó el rostro de la rubia entre sus manos y la besó. 


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Mi media langosta Where stories live. Discover now