🦞 Capítulo 3.

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El beso fue bastante sutil y delicado, como si tuviera temor de no ser correspondido, pero Angélique permitió ser besada, correspondiéndolo paulatinamente, con las manos sobre su pecho, hasta que Sam lo terminó, pero mantuvo el rostro pegado al de ella.

Bajó una de sus manos por su brazo, apenas rozándola.

—Podría reconocerte incluso estando ciego. Con tan solo olerte... my darling. Todos mis sentidos están...

—¿Qué parte de de Uribe no te quedó clara? —espetó Angélique con los ojos encendidos, ejerciendo presión sobre su pecho y alejándolo aún más para luego, dejar sus dedos marcados en la mejilla del hombre—. Lo que acabas de hacer es una completa falta de respeto.

Él no se inmutó. Permaneció con su rostro torcido, mirándola de reojo.

—No sé con qué mujer me estás confundiendo —continuó ella—, pero te puedo asegurar que esa, a la que buscas, no soy yo, así es que te pido... no, no te pido, ¡te exijo! que desvíes tus ojos fuera de mi cuerpo. Me haces sentir muy incómoda.

Sam detallaba su cuerpo. La sensación que tuvo cuando la vio fue la misma que el día que la conoció.

Completamente cautivado.

Lucía diferente, por supuesto, pero él estaba seguro de que era ella.

La veía divina, cubierta por aquel vestido azul turquesa, ajustado en la parte superior, pero holgado y largo en la inferior, y cuya abertura en su pierna la dejaba al descubierto casi en su totalidad.

Muy sexi.

Ahora era una mujer distinguida, o por lo menos eso parecía. No quedaba rastro de la jovencita traviesa de aquella noche.

—Tienes problemas para acatar lo que se te exige, ¿no es así? —Angélique pasó una mano por su cabello, acomodándolo, antes de acercársele y pedirle, nuevamente, haciendo hincapié en cada una de sus palabras—: Deja de mirarme.

—Ni siquiera dormimos esa noche... el amanecer llegó y nosotros continuábamos teniendo sexo. ¿Lo olvidaste? Porque yo lo he recordado cada día de mi vida. Besé, cada milímetro de tu piel, te saboreé completa. Tú gemías tanto, de hecho, aún puedo escucharte pidiéndome más, y más, y más, porque eras insaciable... pero estuve a la altura, ¿no es así? Lo supe al escucharte, jadear y gritar debido al placer. Llegaste a la cima una y otra, y otra vez. —Angélique tragó saliva mientras su respiración se aceleraba, al recordar los hechos—. Tengo tu voz grabada en mi oído, así como tus besos marcados en mi boca y en mi piel; mis manos, son capaces de reconocerte con solo rozarte. Todos mis sentidos giran en torno a ti.

Sam acariciaba su rostro, mientras susurraba, tan cerca, que ella podía sentir su aliento golpear su cara.

—Aléjate... —pidió con un hilo de voz.

—No volveré a besarte, no te preocupes. Aunque... más allá de lo que salga de tus labios, sé que lo deseas tanto como yo. ¿Por qué te fuiste sin decir nada? En algún punto de la mañana me quedé dormido, agotado, y cuando desperté, la mujer que me había robado el aliento ya no estaba a mi lado. Te busqué, sin ningún resultado. Ni siquiera sabía tu nombre. Y desde entonces vengo a este país con la esperanza de volver a verte. Hasta hoy. ¡God, aún no lo puedo creer!

La mirada de Angélique se suavizó ligeramente. Apretó sus labios y luego respondió:

—Eres muy guapo... me imagino que lo sabes.

—¡Claro! Estoy ridículamente bueno, ¿no? —Subió una ceja y soltó una tenue sonrisa al final.

Ella apretó sus labios nuevamente, oprimiendo una risa.

—Pero estoy casada y no estoy buscando una aventura. Mi esposo me satisface demasiado bien. Con él, he tenido el mejor sexo de mi vida y dudo que alguien lo supere.

—¡Auch! —se quejó Sam con tono sarcástico y volviendo a sonreír.

Angélique no pudo evitar soltar una risita nerviosa, entonces Sam, volvió a acariciar su brazo y la vio reaccionar ante el toque.

—Estás temblando...

—Eso es porque olvidé mi abrigo, y tengo frío —mintió, alejándose del pecado—. Será mejor que me retire.

Avanzó un par de pasos, pero Sam la detuvo pasando su brazo por la cintura y arrastrándola hasta la pared más cercana, pegándola a esta.

—¿Qué haces?

—Te dejaré ir, pero no pienses que me doy por vencido. Ahora ya sé dónde encontrarte.

—¿¡Angélique!? —la llamó alguien, y ella sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. Sam ni siquiera se movió—. ¿Qué pasa aquí? ¡Ey, Sam! Suéltala —le exigió separándolo, ejerciendo más fuerza de la que pensó que necesitaría—. ¿Aja? ¿Alguno de los dos me va a decí qué carajo pasa aquí?

—Estoy enamorado de tu hermana. Espero que no tengamos problemas por eso —confesó con sus facciones serias, mirando fijamente al que, para él, sería su cuñado próximamente.

Los ojos de Angélique se abrieron exageradamente.

Jérémie frunció el entrecejo expresando:

—¡Eche! ¿Tú qué? ¿Estás loco?

—Imagino que no sabías que ya nos conocíamos. Desde entonces, estoy loco por ella.

—¡Cállate! —le exigió la mujer con un grito.

—Angélique... ahora también ya sé tu nombre.

—Espérate ahí, espérate ahí. Cógela suave. Explícame bien esta vaina porque estoy perdi'o.

Marco apareció de repente, ignorando a los dos hombres e indagándola sobre lo que estaba haciendo allí con Sam. El corazón de ella se detuvo por un segundo.

—Yo... —empezó ella, siendo interrumpida enseguida.

—¡Qué bueno que has traído el abrigo! Está temblando. Tiene frío. ¿Quieres ponérselo o lo hago yo?

—¿Qué le pasa con mi mujer? —enfrentó Marco a Sam, evidentemente molesto.

—Ella no te pertenece —contestó convencido de sus palabras—. Es mejor que lo vayas asimilando, porque muy pronto dejará de ser tu mujer para ser la mía.

Los labios de Angélique se entreabrieron, mostrando el desconcierto ante lo que estaba escuchando. Marco volteó su cuerpo acercándose al músico.

—¿Qué dijo? Repítalo en mi cara.

—¡Ey, ey! —interfirió Jérémie ocupando un lugar en el medio de estos —. Espérense ahí. Vamos a calmarnos.

Sam lo ignoró.

—Con gusto lo repito. Dije que ella no...

—¡Ey, ey! ¡Sam! Marica cierra el pico. ¡A lo bien! Te vas a meté en un problema.

—No lo escuches, Marco. Está tomado, es todo. Mejor, vámonos ya —susurró Angélique con una mano en el pecho de su esposo.

—Sí, sí, está borracho. No sabe lo que dice.

—¡Agh! —se quejó, dirigiéndose al extranjero, con tono amenazante—. Aléjese de mi esposa, a menos que quiera amanecer cualquier día con la boca llena de moscas. Fue un placer y con permiso. 


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Mi media langosta Where stories live. Discover now