Capítulo uno. ★

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𝑭𝒚𝒐𝒅𝒐𝒓:

Abrí mis ojos, con algunos mechones azabaches que cubrían mi rostro, estaba encerrado en esas cuatro paredes nuevamente, otra mañana más. No tenía nada que hacer, no había nada nuevo. Me incliné abriendo aquellos ojos cansados lentamente, mientras un sollozo me acompañaba, dejé aquellos pensamientos atrás, me levanté cuidadosamente por aquella enfermedad que me atormentaba.

Por la posición del cielo, el clima y un escalofrío en mi espalda, supuse que de nuevo me había despertado a las 4:00 de la mañana, había dormido apróximadamente dos horas, y hoy había escuela. Es Lunes.

Mientras caminaba por uno de los pasillos lujubres de mi mansión, bajando por las escaleras me encontré a Sigma, lo saludé amigablemente y me dirigí a la cocina.

No soportaría ser Sigma ningún segundo de mi vida, ni siquiera va a la escuela, y aunque mi familia ayudara a la suya, seguían caídos en la ruina. Pestañé dos veces, y estaba en la cocina, sentado en el gran comedor, frente mío; mi padre, con su icónica barba negra, y ceño fruncido. No me molesté en saludarle, su mirada lo decía todo.

Después del desayuno, regresé a mi habitación, el frío recorría las paredes, tanto como mi cuerpo, entré a la recámara, y cambié mis ropas con el uniforme de la escuela, sin color y opaco, elegí las prendas más calientes para cubrirme y calentarme más, después, vi aquel tocador, perteneciente a mi madre, mis ojos, aunque no los haya visto; brillaban, la curiosidad me mataba, abrí uno de los cajones, estaba lleno de maquillaje, pero había uno que captó mi atención; tinte para labios, un color vino similar al de mis ojos, a mi padre no le gustaría aquella atrocidad, un pecado en vano, sin embargo, no le tomé importancia, y con delicadeza puse aquel labial en mis labios.

Finalizando con aquello, me dirigí a la escuela, caminando por una congelada Rusia.

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