Parte única

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Me despierto y el cielo sigue gris, lo sé porque la luz del sol no entra a través de las diminutas ventanas que hay en la pared a la que estoy pegada. Al menos ha dejado de llover y los truenos que han estado retumbando toda la noche ya no se escuchan. La tormenta ha sido intensa y aunque no sé cuánto ha durado, supongo que no menos de una semana. Es lo que creo que llevo en este encierro. La frialdad y la humedad de este hueco penetran mis huesos y aunque mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad, tengo miedo.

Pienso en Marta, en mis padres, en mi hermano y tiemblo; las lágrimas vuelven bañar mi rostro y sé que tengo que aguantar. Es lo que me repito cada vez que despierto.

Sé que Marta estará moviendo cielo y tierra para encontrarme. ¿Eso me lleva a preguntarme donde diablos es que estoy? Sé que es una especie de sótano y también sé quién es mi raptor. Pero lo que no entiendo es ¿por qué yo? ¿Qué le he hecho para que me tenga aquí encerrada? Cuando la única cosa que hice fue ayudarla.

La primera vez que escuche su voz se me congelo la sangre. Creí que me estaba volviendo loca, que todo era una especie de mal sueño. Pero el dolor en la cabeza y mis manos atadas a lo que creo que es un conducto hídrico me desmintieron.

Tengo que ser fuerte. Me repito en forma de mantra y siento que el sueño me vence de nuevo. Mi cuerpo está demasiado débil y no resisto.

Una vez más me despierto asustada y escucho ruidos, pasos que van de un lado a otro sobre mi cabeza. La puerta se abre y el miedo atenaza mis entrañas. Sentir miedo es normal, lo sé y es una de las cosas que suelo decirles a mis pacientes, pero esta vez el mío es mucho más fuerte. Ella podría bajar para terminar lo que empezó. Rezo aún y cuando nunca he sido creyente, pero en este instante lo necesito. Rezo a cualquier santo o divinidad que esté observándome para que todo termine. Necesito despertar de esta pesadilla. Una tenue luz me ilumina, después de tantos días puedo asegurar que incluso me lastima los ojos y escucho una voz que no pensé escuchar jamás.

Entreveo algo, alguien, tal vez me han encontrado, tal vez estoy a salvo. Escucho mi nombre y no estoy segura si estoy soñando, imaginándolo o si es verdad.

***

—¡Coño, Raúl! ¿Quieres matarnos?—. Exclamo y agradezco llevar puesto el cinturón de seguridad o de lo contrario estaría estrellada contra el panel. Busco con la mirada el rostro de mi cuñado que maneja el vehículo y siento una extraña sensación al ver que tiene sus ojos pegados al otro lado del parabrisas y que sus manos aprietan con tal fuerza el volante que sus nudillos están blancos. Siento mi corazón acelerarse de manera descontrolada cuando mis ojos reparan en las luces que iluminan toda la carretera.¿Qué diablos había hecho mal para merecer todo ese sufrimiento? ¿Por qué Sara? ¿Por qué yo? Me pregunto hasta el cansancio.

Sintiéndome culpable por no creerle, por decirle que era paranoica. Ahora es como si todo mi cuerpo estuviera partiéndose a medidas que el dolor aumenta.

El cielo gris y la suave llovizna reflejaban mi actual estado de ánimo; la tormenta que abandona la costa después de una semana fue tan intensa como la que estoy combatiendo en estos momentos y me está destruyendo por dentro. Sara siempre fue la fuerte de las dos y sin ella no sé cómo combatir, como seguir adelante.

No tengo idea dé donde saco las fuerzas para moverme o cómo es posible que mis piernas me sostengan. Me arde el pecho por la carrera que emprendido al salir del auto y estoy segura de que mis mejillas no solo están bañadas por la lluvia que ha empezado a caer.

Un nudo cierra mi garganta y aun cuando quiero gritar no me sale nada. No respiro, me ahogo, caigo en un agujero que no tiene fondo. Las luces, rojas, blancas y azules no dejan de parpadear ante mis ojos y es como si no fuese consiente de mí en los minutos siguientes. El dolor en el pecho es tan fuerte que no lo soporto y siento que unos brazos me sostienen mientras me caigo en el asfalto. Mi cuerpo se rompe por dentro, como miles de cristales que se quiebran ante un tornado. Tengo la mirada empañada, borrosa y no sé si es por las lágrimas o la lluvia. Veo como los camilleros sacan una camilla en la que solo hay una bolsa negra. Conozco esa casa de donde han salido y siento como mi corazón deja de latir, o lo hace de manera tan lenta que ya no lo siento. Mis mayores miedos se están haciendo reales y tiemblo, no por el frío, ni por la lluvia que empapa mi cuerpo.

Es miedo, silencioso, oscuro y siniestro. Que se aloja en mi pecho y allí encuentra su nido .No volveré a verla, tocarla. No besaré sus labios, no escucharé su voz. He perdido mi Sara, mi mitad, mi razón

—¡Sara! — un grito de escapada de mi garganta. Sé que es mi voz, pero no la reconozco. Me retuerzo liberándome de los brazos que me sostienen y corro. Corro como si mi vida dependiera de ello.

—¡Marta! ¡Marta!— escuchó que gritan mi nombre y creo que lo estoy imaginando, si debo de estar soñando o estar alucinando, pero me volteo y allí está. Sentada en la parte trasera de una de las ambulancias, un paramédico la está medicando y lleva una de esas mantas para entrar en calor alrededor de su cuerpo. La lluvia y mis lágrimas se mezclan. Felicidad, alivio, conforto, consuelo. Su rostro, aunque demacrado y ajeno es un bálsamo. La policía la ha encontrado, está viva y el alma me vuelve al cuerpo con una única pregunta que no deja mi cabeza. ¿Quien está en la bolsa negra? ¿Si no es Sara entonces quien ha muerto?

Tras la tormentaWhere stories live. Discover now