🦞 Capítulo 5.

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—¡Qué horror! —exclamó, con total naturalidad, cuando estuvieron frente a la puerta de su habitación y Sam abría la puerta para ella—. Nunca imaginé que comería en un lugar así, y la comida no estuvo agradable.

Sam la miró de reojo con el mismo rostro sombrío que mantenía desde hacía muchos minutos.

—¿Sabes? Recuerdo que aquella noche, caminamos algunas calles entre risas. Las personas nos miraban, y tú y yo nos besábamos cada vez que podíamos. Adoraba tenerte cerca y tener la dicha de besar tus labios. Llegamos a un lugar en el que vendían algún tipo de picadas, empanadas, según lo que me dijiste, y otras cosas. Te antojaste y compramos. Nos sentamos en un... ¿cómo se llama eso?, ¿escalón?

—Bordillo...

—En un bordillo. Te comiste dos empanadas con una salsa picante. Eras una muchacha sencilla y auténtica. —Suspiró—. Pensé que esta actitud de superioridad no era más que algo momentáneo porque te molestaba esta situación, pero me doy cuenta de que eres así. Te sale natural.

—¿Y eso te molesta? O, mejor dicho, ¿eso te desilusiona? Antes te pregunté si no te gustaba así, y no me respondiste.

—Creo que eres perfectamente capaz de interpretar si me molesta o no.

—Sigues sin contestar —reclamó, plantándose bajo el marco de madera. Sam callaba, entonces ella continuó—: Tomaré tu silencio como una negativa, pero permíteme decirte algo. Yo no tengo la culpa de tu desilusión; pensabas encontrar a la misma chica de ese entonces, la cual, solo estaba pasando por una fase de su juventud. Y si lo que piensas es que he cambiado debido al dinero y la posición de mi esposo, estás errado. Siempre he sido una niña rica; nací en cuna de oro. Como te dije, esa era solo una etapa.

—Tienes razón —admitió, con la voz quebrada—, la culpa es mía. Nunca fui consciente de la situación y, ahora que lo pienso, me doy cuenta de que he sido un completo estúpido. No pensé, que el hecho de que hayas desaparecido aquella noche sin dejar indicios de cómo encontrarte, fuera, precisamente, porque no querías ser encontrada. Ahora entiendo, que la importancia que tuvo para mí esa noche, así como los sentimientos que nacieron en mi interior, no eran más que míos. Porque no fui, ni soy correspondido.

Angélique tragó saliva.

—¿Cómo es que has llegado a esa conclusión?

—Tu hermano me ayudó a entenderlo. —Angélique frunció el entrecejo, confundida—. Nos vimos ayer, antes de partir hacia el aeropuerto. Le conté, obviamente sin detalles, cómo nos habíamos conocido. Entonces me contó un poco acerca de tu vida todos estos años. Me hizo entender que si tú hubieras estado interesada en mí, no te habrías marchado, o por lo menos luego me habrías buscado, dado que era más fácil que me encontraras tú a mí. Me pidió que te dejara tranquila y que no tratara de robarte la paz y la felicidad que te brindaba tu esposo.

Angélique frunció aún más el entrecejo. Eso no sonaba como algo que diría su hermano, pero no quiso pensarlo demasiado.

—¿Eso quiere decir que no me molestaras más?

—Puedes estar tranquila. Cuando te dije que mañana tomaríamos caminos separados, no estaba mintiendo.

—Qué alivio... —mintió en un susurro—. ¿Y qué harás con eso? —preguntó, al fijar su mirada sobre el tatuaje del hombre, cuyas facciones estaban cargadas de tristeza.

Sam pasó su dedo pulgar por encima de este, acariciándolo, pues era lo más cercano que tendría acerca de ella.

—Supongo que lo llevaré hasta el final de mis días, para recordarme la que fue la mejor noche de mi vida, aunque... no necesitaría de algo como esto para recordarte. Lo hice, más que todo, para tenerte grabada en mi piel, y sentirte, a través del recorrido de mi sangre, en cada parte de mi cuerpo. —Un intento de sonrisa se dibujó en sus labios y agregó—: Creo que sería buena idea irnos a descansar. En pocas horas ambos tendremos que manejar. Que tengas dulces sueños.

Mi media langosta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora