capítulo seis

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Verse en el espejo del tocador de su cuarto fue deprimente. Estaba demasiado pálida, sus ojos verdes se veían apagados, y parecía haber perdido peso. Ahora que los cuerpos habían sido recuperados y devueltos a España para que sus familias y amigos pudieran despedirse, todo se volvió más real.

No hacía más que angustiarse ante la idea de soportar ver a esos quince ataúdes alineados unos junto a otros. Y ya de por sí, la imagen mental le sumaba mas heridas a su colección. Trago saliva y rebuscó en los cajones del tocador un rubor para dar un poco de color a sus mejillas, pero enseguida se arrepintió y lo dejó a un lado. Era la culpa, fuerte y tenaz, la que dominaba su vida, y no estaba haciendo mucho para combatirla.

Desde que había llegado a España, no hubo sueños de pesadillas, ni voces que jugaban con su cordura, pero si una fuerte lucha contra el tiempo.

Su padre ya no la miraba raro, y las marcas habían comenzado a desaparecer de su cuerpo.

Algo cambió en ella al llegar a Marrakech. No supo si se trataba de una simple resignación, o solo estaba guardando energía para lo que venía.

Con indiferencia, se volvió a mirar al espejo, y sin querer, sus ojos se enfocaron en su cuello. El collar que le regaló Elías lo adornaba, dándole vida a su piel blanca.

En estos dos días no había pensado en él, ni en nada relacionado con aquel fatídico día. De echó, entornó los ojos al darse cuenta que desde que decidió ponérselo, se sintió en las nubes de una forma literal, como si la esencia de ese delicado obsequio fuera la calma misma. Inconscientemente, llevó la mano al collar y jugó unos segundos con él.

Al darse cuenta, se lo arrancó.

Tres golpes en la puerta rompieron el silencio del cuarto.

-¿Alma? -preguntó su padre.

-Ya salgo -respondió con un hilo de voz.

Con una última mirada al espejo, abandonó la habitación para enfrentarse a la realidad que había estado ignorando.

El viaje en auto transcurrió en un silencio interrumpido por una lluvia que caía desbordada sobre la ciudad de Málaga. El Roll Royce se estacionó cerca de la entrada principal del edificio, y Alma dejó escapar un suspiró silencioso. La sede central de la Universidad, con sus casi quinientos años de historia, se erguía indiferente ante la tragedia personal que a ella le desgarraba el alma.

-Esperaremos a que entren todos -sugirió su padre.

Ella estuvo de acuerdo con la vista pegada al vidrio. La entrada estaba repleta de personas vestidas de negro, con paraguas que le daban un aire aún más tétrico a la ceremonia. Reconoció a algunos estudiantes y profesores entre el último grupo que ingresaba, y la asaltó el deseo de escapar.

Dudo, pero tras una mirada de aliento por parte de su padre, bajaron del auto, y abrió el paraguas que complementaba su atuendo gótico.

El repiqueteo de la lluvia sobre la tela actuó como un placebo onírico. Se armó de valor y levantó la mirada mientras su corazón vibraba con la delicadeza de un colibrí. Sus ojos buscaron instintivamente las figuras que solían esperarla frente a la reja: sus siluetas se dibujaron con sonrisas, pero la lluvia terminó actuando como un velo líquido que diluyó toda la ilusión.

-¿Estás lista? -preguntó al llegar a su lado.

-Sí.

La fachada neoclásica emanaba un aire lóbrego con sus columnas envueltas en gasas negras de luto. Cada paso que daba, se sentía como si sus zapatos de tacón estuvieran hechos de plomo. Su padre la sostenía con una firmeza que intentaba ser consuelo, pero incluso respirar era un recordatorio de la fragilidad que sentía.

Los Secretos Del Desierto Where stories live. Discover now