III

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Adalyn soñaba. Y lo que soñaba se hacía realidad.

Una vez, soñó que podía volver a la sala del piano, y esa misma noche, regresó.

Todo estaba absolutamente igual que cuando se fue, incluídas las velas encendidas. No se cuestionó cómo habían aguantado dos años sin consumirse, no importaba, lo que realmente la tenía enamorada era poder volver a las habitaciones, poder ver la biblioteca, poder bailar y poder observar el piano.

Se acercó a él. El piano de cola seguía manteniendo su madera pulcra y sus partituras perfectamente estiradas. Antes no se había atrevido a tocarlo porque algo la rechazaba, pero, en ese sueño del cual no era enteramente consciente, sentía que las teclas la instaban a que pusiera sus dedos sobre ellas y las tocara.

Así lo hizo: una mano danzó sobre las notas agudas y la otra se mantuvo en las graves, jugando de vez en cuando con tonos algo más dulces y alegres. Poco a poco, comenzó a sentir una presión que rodeaba sus brazos y calentaba su espalda, pero eso no la detuvo ni la asustó.

Inspiró profundamente. Se sentía otra, distinta. No recordaba a su familia ni lo mal que se sentía encerrada en su cuarto. Sólo quería escuchar la melodía que había bailado en su cumpleaños, mucho tiempo atrás, cuando conoció al joven hecho de sombras. Una brisa jugó con su cabello, la melodía se detuvo.

Alguien había susurrado su nombre. Pensó que era una especie de eco en su memoria, pero, cuando volvió a repetirse, pudo percibir claramente que ese sonido provenía de fuera.

Lo siguió con cierta curiosidad. Ahora, no decía únicamente su nombre, también decía: "Ven, Adalyn. Acércate más, por aquí".

Ella no estaba pensando. La voz le resultaba familiar y amable, y por eso no huyó, como habría hecho de haber sido más pequeña. Sólo tenía curiosidad. Curiosidad por saber quién más había con ella y por qué los susurros la estaban llevando hasta la gran puerta cerrada.

El pasillo estaba bastante oscuro. La luz de la luna era la única que daba cierta claridad, pero aún así tenía que esforzarse por ver los detalles. Algo había llamado su atención en la manilla de la puerta: le había parecido que se movía. Continuó mirándola hasta que su mente quedó totalmente en blanco. Definitivamente, se estaba moviendo, primero abajo y luego arriba, pero tan levemente que parecía una ilusión.

—Abre la puerta.

La voz amable habló clara y firmemente. Contenía una paciencia limitada que Adalyn pasó por alto. Acarició las irregularidades de la manilla antes de sostenerla, conteniendo la respiración. Había querido abrirla desde el primer día que encontró la puerta. La había estado observando por las noches y antes de los atardeceres, cuando no contaba con tanta vigilancia y podía hacer lo que quisiera.

—Quieres abrirla —susurró una voz algo diferente en su oído, seguidamente, añadió—: Ábrela.

Un hormigueo constante reptaba por sus piernas hasta llegar a su pecho. Tragó un par de veces, con la mano puesta en la manilla, antes de presionar lentamente y empujar hacia ella. La puerta cedió.

De la oscuridad de la habitación, parte de ella escondida tras la otra puerta que no se había movido, emergió una especie de bruma negra y pestilente que tomó la forma de una mano humana. Miró primero la mano y luego trató de mirar algo concreto en la habitación, pero, por algún motivo, era incapaz de distinguir nada.

—¿Quién hay ahí? —preguntó ella—. ¿Por qué huele tan mal?

Conforme formuló la segunda pregunta, el ambiente comenzó a adoptar un olor más dulce y fresco que le recordaban a las rosas y a las otras flores de un jardín que no conseguía ubicar en su memoria.

—¿Así mejor? —sonó una voz ronca desde lo más profundo de la habitación. También se escuchó cómo algo crujía, como la madera, o como si los propios muros temblaran con esas palabras.

—Sí... pero, ¿cómo...? —Pero la voz no la dejó continuar.

—Ven, Adalyn, toma mi mano.

—¿Quién eres? —Dio dos pasos hacia ella sin darse cuenta. Algo intranquila con la influencia de sus órdenes sobre su cuerpo, trató de deshacer sus pasos. Se quedó en el sitio.

—¿No me recuerda? —Se volvieron a escuchar esos crujidos. Luego un llanto lastimero, seguramente, pensaba, se trataba del de un perro.

—Eres... ¿el hombre hecho de sombras? —Se le erizó la piel.

La voz, aunque familiar, no era la misma que la de aquel joven, pero habían pasado muchos años, tal vez él también había crecido, eso explicaría que su voz ahora fuera más grave.

—Sí... soy yo. —A él sí lo recordaba, y si era quien decía, sabía que podía confiar en él.

—Nunca me dijo su nombre. —retomó el trato formal, una vez consciente de quién se trataba.

—Toma mi mano, y lo sabrás.

Su mano seguía suspendida en el aire, midiendo la distancia entre la joven y la puerta. Se arrimó un poco, se alzó y movió los dedos frente a ella. Pero Adalyn no reaccionó.

—Adalyn. —la llamó, y ella volvió a acercarse más a él.

—¿Por qué no puede decírmelo ahora?

—Adalyn.

Otro paso más.

—¿Qué hay tras la puerta?

La ansiedad comenzó a recorrerla. No podía controlar sus piernas.

—Ven.

Su mano se alargó hacia la oscura y sólida sombra. Sus dedos casi se rozaron. Un relincho de caballo pareció ser la única muestra de impaciencia que ella detectó. Pensó en retirar la mano, pero la sombra fue más rápida: atrapó su muñeca y la espesura cambió de forma, primero fue una soga y luego una garra de un ser monstruoso. No era exactamente la de un oso, ni la de un lobo, ni la de un humano, sino la de una criatura que se asemejaba a los tres. Pero era enorme y fuerte, y la estiró hacia dentro de la habitación.

La puerta cerrándose solapó un grito.

A las afueras del sueño, el llanto de una madre acompañaba la lluvia. La noticia llegó a oídos de todo el mundo: Adalyn fue declarada muerta tras seis meses luchando contra una grave y desconocida enfermedad. Su corazón, simplemente, dejó de latir.

Los Asuntos Secretos de AdalynOnde histórias criam vida. Descubra agora