II

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Los invitados no se hicieron esperar mucho más. Tampoco lo hicieron los halagos, los regalos y las reverencias. Sus amigas fueron las primeras en llegar: Sofía, Mallory y Teresa. Todas ellas eran herederas de títulos muy distinguidos y codiciados por otros nobles de menor rango. Teresa, quien era la menor del grupo, contaba, exaltada, los últimos cotilleos que circulaban por las calles. Entre ellos mencionó el que resultaba, más que un simple y benigno rumor, una sentencia de muerte para Adalyn: que la iban a casar con uno de los tres hermanos Higrimm.

El apellido de los Higrimm era uno honorable y antiguo, conocido por ser el ducado que más lealtad exhibía hacia la familia real. Según los cuentos de fantasía -que era toda referencia con la que Adalyn podía contar para estas situaciones-, una princesa debía casarse con un príncipe, o, a veces, un rey joven y viudo. ¡Incluso ser la segunda esposa le parecía mejor que sostener el anillo de compromiso de cualquier Higrimm!

Por eso no era posible que ella, una princesa, profesara amor eterno a un niño un poco escuálido, inundado de pecas y de cabello revuelto, apariencia de todos los hermanos tenían. Salvo el menor, de cabello lacio y oscuro, sin un atisbo de pecas.

Para su desgracia, ella no era exactamente dueña de su destino, y tras esa conversación que la dejó blanca del espanto que le provocaba el sólo hecho de imaginarse con cualquiera de ellos, sus padres la llamaron desde el pequeño balcón en el que antes estuvo con Nerea, justo antes del gran baile.

Cuando llegó, vio que también estaba presente el Duque Tiago, cabeza de familia de los Higrimm, junto a su esposa y sus tres hijos. Adalyn, temerosa de que aquella amenaza se cumpliera, tragó saliva, saludó a todo el mundo y se sentó a la derecha de su padre. Este último, esbozando una sonrisa cariñosa, tomó la mano de su hija entre las suyas y la acarició despacio, anunciando lo siguiente:

—Mi querida hija, como tu padre, siempre he tenido tu bienestar en mente —Los ojos de Adalyn se abrieron de par en par y sus labios temblaron antes de transformarse en una fina y prieta línea—. Como sabes, la familia Higrimm ha sido siempre, y espero que siga siendo, un gran apoyo para la nuestra. Y, tras noches veladas por la consideración y un acuerdo con nuestros allegados, me complace anunciar tu futuro matrimonio con Henry Higrimm, el hijo mayor del Duque.

La mirada de la niña se posó durante cortos intervalos en el rostro sonriente y orgulloso de Henry, después, en el de su padre. Y así repetidas veces, sin saber qué decir ni cómo estirar más su sonrisa nerviosa. Por suerte, su madre salvó ese silencio acercándose a la adolescente. Se inclinó hacia ella y dijo, con una voz de lo más dulce:

—Es normal estar nerviosa, cielo, Henry es un chico encantador. Y cuando crezca, será un hombre noble y honorable, y estoy segura de que te tratará con el mismo amor y respeto que nosotros te tenemos. Sé que esta noticia puede ser abrumadora, pero confío en que, con el tiempo, verás las bendiciones que esta unión nos brindará a todos —Se arrimó un poco más, acariciando la mejilla de la joven, susurrando en su oído—: Estoy aquí para apoyarte en todo momento, y tengo fe en ti: harás honor a nuestra familia con este matrimonio.

—Eso es —prosiguió el Rey, más animado—. Ahora, mientras nosotros los adultos terminamos de arreglar unos asuntos, vayan a divertirse, el baile está por empezar...

—Y será el momento perfecto para que tanto Henry como Adalyn se conozcan mejor. —dijo Tiago, golpeando con su bastón los talones de su hijo, tras el asiento.

Él se levantó prácticamente de un salto y se encaminó hacia Adalyn, rodeando la mesa. De fondo, la música había comenzado a oírse, solapando el murmullo que había en la sala.

—¿Me daría el honor de concederme este baile, señorita? —Sonrió, haciendo una leve reverencia y extendiendo su mano, esperando la respuesta de la joven, aún sentada.

Los Asuntos Secretos de AdalynWhere stories live. Discover now