2- Algo que la facultad no te enseñó

3 0 0
                                    

  Sus párpados parecían querer caer violentamente sobre sus ojos, la falta de sueño lo estaba consumiendo desde que había salido el sol. La cafeína en su sistema no le había hecho ningún efecto a este punto de su día.

No sabia a qué hora podría irse de ese horrible turno de 36 horas. No, ya no deseaba hacer una especialidad. Solo quería irse a dormir y despertar a la hora que quisiera sin preocupaciones o pendientes.

—¡Doctor Moore! — escuchó y levantó la cabeza exaltado, en sólo segundos fingió que no estaba dormitando en la silla.

Logró conciliar cuatro horas de sueño gracias a la jefa de urgencias, hasta que lo habían despertado por la paciente de la picadura de garrapata. De ahí tuvo que intubar a la niña y permanecer atento a los servicios. Habían decidido dejarla en terapia intensiva en área de aislados a un piso de distancia de él. Leonid Moore se encontraba en la sala de residentes dormitando mientras se aferraba a sostener la taza con café en sus manos.

Le extendieron un ipad con la pantalla encendida y leyó la información del laboratorio: necesitaban otra muestra de liquido cefalorraquídeo para examinar. La muestra que habían obtenido horas antes era poca de acuerdo a ellos. Había sido un infierno mover a la niña intubada después de la tomografía cerebral, parecía que su cuerpo pesaba mas kilos que cuando había llegado.

—¿Qué? Pero les entregamos casi un tubo medio lleno.

— No, Leo. Parece que necesitan otro —mencionó la pequeña rubia, quien mantenía unas bolsas oscuras bajo sus ojos azules. Su aliento a café y suciedad le impregnaba las fosas nasales, pero parecía no importarle. Quizá todos estaban tan cansados que ya no parecían fijarse en los aromas de los demás.

— ¿Entonces tengo que volver a mover a la niña?

Una masa de cabellos entre amarillo y naranja asintieron a medida que Leonid se levantaba harto del sillón. Resoplando con ira, caminó a la puerta, pero antes de eso se acercó a la joven  y se detuvo a sí mismo antes de darle un beso entre sus labios rosas y con pequeñas mordidas.

— Oh, Isabelle — le acarició la mejilla suave, podía sentir las marcas del cubrebocas entre sus dedos —. Me encantaría besarte y cerrar esta habitación con seguro.

Isabelle río y se abalanzó sobre él para robarle un beso pícaro. Leonid bajó la mano hasta los glúteos de la mujer y con un suave movimiento en estos le dio una palmada, la piel de Isabelle adquirió un tono rosado en sus mejillas.

— Acompáñame a tomarle la muestra de nuevo, Isa.

Salieron del cuarto sin prisa. Leonid asumía que era un error típico de laboratorio, que quizá habían perdido el frasco o la máquina hubiera fallado al analizar la muestra. Todo el piso de urgencias y de terapia intensiva estaban atentos al caso de la niña, hasta él mismo se había distraído por minutos pensando en qué podría ser. Caminaron rozando sus manos ocasionalmente hasta la entrada del cubículo de aislamiento. Miró hacia un pequeño espacio con un mueble metálico donde colocaban todo el material para entrar. Antes de acercarse ahí, se lavaron las manos en una tarja metálica, el frío del agua parecía ayudar a despertarse.

Era un área separada del resto del hospital, tanto que estaban casi solos ahí, a excepción de los enfermeros y los médicos de terapia intensiva que ocasionalmente iban a ver la evolución de la niña. En la estación de enfermería se encontraban tres personas con cubrebocas y uniformes quirúrgicos de color guinda, les miraban con atención, a lo que Leonid levantó una mano para saludarles.

Isabelle tomó con cuidado una de las batas desechables azules del estante y ayudó a Leonid a amarrarse las cintas en la espalda. Le dio un cubrebocas y antes que él se colocara los guantes, ayudó a Isabelle a amarrar los lazos en su nuca y guardar sus cabellos claros en un gorro quirúrgico, dejándola irreconocible con el cubrebocas y los lentes de protección. Ambos parecían  astronautas con esos trajes, sin embargo, al no saber qué sucedía con la niña, eso era lo que epidemiología había ordenado. Nadie entraba a esa habitación sin protección ni sin autorizar.

InfectusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora