🦞 Capítulo 11.

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La negrura de la noche acompañaba al grupo de jóvenes que transitaban por las alborotadas calles colmadas de turistas. Los dedos de Sam se entrelazaban entre los de Angélique, cuya atención estaba siendo acaparada por Joseph, el mejor amigo de Sam, quien no había pronunciado más que monosílabos en todo lo que llevaban del recorrido; su mirada ausente evidenciaba su mente perdida en cavilaciones. Las revelaciones de Esther lo habían dejado en aquel estado, siendo incapaz de evadir el sentimiento de culpa que se arremolinaba en su interior.

Billie, Mike y Josh, el resto de los chicos de la banda, avanzaban detrás de ellos.

Joseph hablaba poco español. Muy poco. Y según Sam, Angélique no sabía inglés. Por eso, no resultó para nada absurda la sorpresa que se llevó cuando la escuchó corresponder el diálogo perfectamente en el idioma de los británicos.

«Chica traviesa», había pensado, riendo por dentro.

El encuentro social al que asistirían pronto se vislumbró ante los seis pares de ojos: no era realmente en la playa, pero sí en una discoteca ubicada justo al frente de esta. La conglomeración de personas —jóvenes, en su mayoría— se movían por el espacio, entusiastas, con latas de cerveza en mano y algunos otros danzaban al compás de la música tropical que provenía de un gran artefacto de sonido. El anfitrión apareció de la nada, abalanzándose sobre Sam con gran regocijo.

El extranjero presentó a sus acompañantes y a la mujer que sujetaba su mano la dio a conocer como su novia, ante la sonrisa satisfactoria que se dibujó en los labios de ella de inmediato.

¡Nojoda compa! Estas gana'o. Tronco'e bollito. Felicidades —expresó agasajando, el moreno de cabello afro.

El joven los invitó a disfrutar del evento sin limitaciones y se retiró para recibir al conjunto vallenato que arribaban en ese preciso instante.

Los chicos iniciaron una conversación y Angélique hizo contacto visual con Sam, que entornaba sus ojos en dirección a ella con su labio izquierdo torcido en una sonrisa.

So, now we are novios... —susurró coqueta a su oído.

Sam frunció los labios y abrió los ojos en un gesto exagerado.

—¡Qué interesante! ¿Ahora hablaremos spanglish? —Angélique soltó una risa. Movió su cabello con elegancia y soltura cuando Sam preguntó—: ¿Por qué no me dijiste que hablabas inglés? Sobra decirlo, pero habría sido más fácil comunicarme.

—Me pareces sexy cuando hablas en español —confesó aleteando las pestañas y subiendo un hombro. Tomó una mano de Sam entre las suyas y empezó a juguetear con sus dedos—. Entonces, ¿lo somos?

Come on Ang, estás casada... —dijo en un susurro intenso—. Si le vamos a poner un nombre a esto, el más acorde sería amantes, ¿no crees?

Las facciones de Angélique se cubrieron de seriedad. Dejó libre la mano de Sam soltándola con brusquedad.

—Pensé que eras experto en música, no en arruinar momentos —espetó molesta.

Dio la vuelta con la intención de alejarse del hombre, pero él la retuvo por un brazo pegándola a su cuerpo. La inmovilizó colocando una mano en su espalda baja y con la otra sujetó su barbilla, para luego atrapar sus labios en un beso lento y suave cargado de seducción que nubló la mente de la chica, dejándola completamente embobada y con el corazón a punto de salírsele del pecho.

—Imagínate que me encantas así, toda traviesa —habló con voz ronca, muy cerca de sus labios—. No sabes cómo me pones cuando te enojas. —Hizo una pausa para darle otro beso suave en los labios—. Me gusta porque... se te colorean las mejillas, y eso me hace recordar aquel día. Además, puedo hacer uso de mis besos para contentarte.

Mi media langosta Où les histoires vivent. Découvrez maintenant