🦞 Capítulo 13.

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Aturdida.

Con sus latidos cardiacos queriendo fracturarle el pecho.

Le faltaba el aire.

Marco estaba frente a ella. La observó con el mentón erguido. Frunció la nariz en un gesto de olfateo antes de pronunciar:

—Me huele a traición... —masticó cada sílaba. Angélique pestañeó varias veces después de escuchar su voz; entreabrió los labios con toda la intención de vocalizar cualquier cosa, no obstante, su capacidad del habla se encontraba limitada—. Pero ¿qué pasa, querida? ¿Tan rápido se olvidó de las buenas costumbres? ¿Es que no piensa invitarnos a pasar?

Hasta aquel momento, la chica no se había percatado del hombre que escoltaba a su esposo. Ladeó la cabeza para encontrarse con un sujeto enorme y corpulento, de mirada sombría y vacía y, sus facciones, aunque inexpresivas, le causaron un cosquilleo de terror que la recorrió de pies a cabeza.

—¡Agh! ¿Pero qué pasa conmigo? —se lamentó Marco, sarcástico—. Olvidé presentarle a mi amigo. Le dicen «angelito». No está de más aclarar que sus actos no hacen para nada honor a su apodo. —Suspiró con sospechosa calma—. Bien. Tendré que ser maleducado por primera vez en mi vida —se planteó, abriéndose paso dentro del apartaestudio de Sam.

Angélique se sobresaltó. Caminó en retroceso buscando con el rabillo del ojo a Sam que no estaba por ninguna parte, entonces su rostro palideció cuando sus ojos se enfocaron en el arma de fuego que había sacado el sujeto, después de cerrar la puerta tras él; sus ojos brillaban mientras acariciaba el objeto con sus dedos, como si fuera lo más preciado que tenía. Los de ella se tornaron vidriosos y su barbilla empezó a temblar.

«Ojalá hayas huido, Sam», rogaba Angélique para sus adentros.

—¿Qué es lo que quieres, Marco? —logró interpelar en un susurro la rubia.

—Quiero ver a su amante —expuso—. ¿Dónde está?

Angélique movió los hombros hacia arriba como respuesta y agachó la cabeza, pero la volvió a subir con rapidez, cuando escuchó el chasquido de la puerta del baño que se abría y Sam aparecía.

Su corazón martilleó aún más fuerte.

—¡Oh, no! —murmuró ella—. Sam...

La expresión inicial en el rostro del extranjero fue de sorpresa, cuando la primera imagen que diferenció al salir del baño fue la de Marco. Inmediatamente, giró el rostro buscando a Angélique y se apresuró hacia ella cuando la visualizó. Entrelazó sus dedos con los de ella y con su mano libre acarició su mejilla.

—¿Estás bien? —indagó preocupado.

Angélique asintió con el rostro atormentado.

—¡Pff! —bufó desdeñoso Marco—. ¡Vaya descaro!

Sam se giró para enfrentar al hombre que lo miraba con los ojos llenos de ira.

—Escucha, Marco —inició con voz apacible—. Podemos arreglar esto de buena manera. Estoy seguro. Sé que eres una persona de principios, educada, y tengo la certeza de que serás capaz de comprender lo que sucede. Es una situación lamentable, por supuesto. Entiendo que tú eres quien resulta más afectado con este asunto y aunque te cueste creerlo, lo lamento, de verdad que sí. Pero Angélique... —Suspiró y tragó saliva—. No puedes obligar a estar a tu lado a alguien que no quiere. Déjala libre, sin problemas. Por favor.

Marco había escuchado con atención todo el discurso de Sam. Cruzó un brazo a la altura de su abdomen, apoyando el codo de su mano libre en esta; sus dedos se ciñeron sobre su mentón en un gesto pensativo. De repente, soltó una sonora carcajada.

Mi media langosta [ONC2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora