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Mojé mi rostro con el agua fría para después secarlo con la toalla a mi costado, levanté mi vista hacia el espejo para observar, simple hábito que tenía.
La puerta del baño fue tocada interrumpiendo mi rutina de mañana, pestañeé varias veces y después de terminar con mis cosas de forma rápida, abrí.

Era Lucas, mi compañero de piso.

– ¿Terminaste? —Yo asentí y él me sonrió— Disculpa que te interrumpa, pero necesito entrar.

Después de compartir unas risitas finalmente lo dejé entrar al baño, la puerta siendo cerrada de inmediato.

No tardé mucho en prepararme, me puse mis jeans claros una talla más grande sosteniendo con un cinto de cuero negro y completando con una remera lisa azul oscuro. Solía disgustarme usar la misma ropa casi todos los días de semana, pero por alguna razón en mi trabajo permitían ciertas prendas, no podía hacer mucho.
Me dí una última mirada en el espejo que teníamos acomodando mis rulos, y después de colocarme el calzado salí del lugar, no sin antes avisarle a Lucas.

Bajé las escaleras con cierto apuro saludando a los conocidos que me encontraba, entré a la cocina y agarré una manzana, noté como una pelinegra entraba de espaldas desde el patio de atrás, sonreí divertido.

Me acerqué de forma lenta ignorando el que la chica esté haciendo fuerza con algo, quería asustarla.

– ¡Paula!

Grité mientras tocaba su espalda de forma brusca, ella gritó y dió un pequeño salto, aparentemente lo que traía era un cajón de zanahorias, un par salieron volando.

No evité reír.

– ¡Juani! —gritó alterada— La puta madre, no hagas más eso.

Mordí otra vez mi manzana sin dejar de sonreír y la abracé a modo de disculpas, Paula en cambio dejó un beso en mi frente.

Era tan maternal.

– Perdón ma, ya me voy.

– Dale, dale, yo recomiendo que te apures porque Agus te espera en la camioneta.

Mientras me mencionaba aquello recibía el cajón en mis manos, y tras poner la zanahorias faltantes me retiré.
Caminé hasta él vehículo dejando la verdura en el compartimiento de atrás, después me dirigí al asiento del copiloto donde Della me esperaba fumando, no parecía de muy buen humor.

– Dormís de una forma vos, ya es medio tarde.

Sonrió de manera forzada y tiró el cigarro, me limité a rodar los ojos y ponerme el cinturón con el que tanto me molestaba Agustín.

Y sin dar muchas vueltas, emprendimos camino.

Vivo en éste pueblito hace ya varios años, llegué siendo a penas un adolescente de dieciocho que buscaba estar bien e independizarse, encontré una especie de hotel o hospedaje en la enorme casa rústica de Paula la cual era pareja de Agustín. No tardé mucho en empatizar con ella y viceversa, terminé viviendo en ese lugar con otras siete personas más, entre ellas Lucas Mascareña. Él me ayudó a convencer a Agustín de trabajar con él en la entrega de mercadería, la cuál se hacía a un rancho a cuatro horas de distancia.
Nunca me faltó nada en éste lugar, recibí mucho amor incondicional e incluso material, podía darme el lujo de repetir plato, salir cuando quisiera, mientras aporte a ese trabajo que ellos tenían.

Amaba mi hogar.

Claro no sólo entregamos a ese rancho, en la semana entregamos al menos tres veces, mayormente dos de tres entregas son grandes y nos dan un gran aporte económico.

Ignorando todo aquello, prefería ir a éste rancho, porque estaba mi única amistad de mi edad allí, Felipe Otaño. Al inicio nos caíamos mal, como cualquier buena amistad comienza, intentabamos sabotear el trabajo del otro sólo para verlo caer, hasta que se nos dió la situación de conocernos un poco y resultamos ser más parecidos de lo esperado.

Él era un pibe no sólo gracioso, también inteligente, a ver.

¿Quién mantiene a su familiar y un rancho entero solo, con a penas personal?

Él, empecé a valorar su desempeño y él el mío, fue buenísimo.

Después de distraerme pensando en él mientras miraba por la ventana los terrenos enormes, noté como sus animales encerrados se hacían presentes, tan rápido como pude bajé la ventanilla y grité para saludar a ese hombre encargado de la comida de los animales, él me devolvió el saludo y yo volví a sentarme como una persona civilizada.

Agustín despeinó más mis rulos, una muestra de su cariño.

Llegamos a los minutos, nos presentamos frente al portón enorme, éste ya estaba siendo abierto por mi gran compañero, ni siquiera espere a entrar como era debido que me bajé de un salto de la camioneta y corrí en su dirección saltando el portón, lo ví sonreír mostrando esa hilera perfecta de dientes blancos, acompañada de sus pecas.
Lo abracé con fuerza siendo correspondido al instante, me rodeó con un solo brazo gracias a qué el otro sostenía su sombrero.

Fue motivo de burlas para mí en ese momento dónde éramos supuestos rivales.

– ¡Pipe! —alargué la última E— ¡Te extrañé!

– Pasó una semana nomás... —soltó una risita y yo me alejé— ¿Cómo andas?

Entablamos una charla trivial mientras él le abría a Agustín y la camioneta finalmente podría estar adentro.

Él se detuvo al extremo del portón ya abierto, recargandose con una mano sobre aquel mientras la otra estaba en su cinturón, era de película.

Me limité a cruzarme de brazos.

– ¿Y el rancho como va? —lo ví dejar de sonreír y cambiar su expresión— ¿Que pasa?

El levantó ambas cejas y se encogió de hombros.

– El rancho anda bien, mi tío es el que está delirante viste.

– ¿Puedo saber la razón?

Un silencio se hizo presente, siendo el ambiente natural lo único que se oía, y cuando estaba a punto de hablar, escuché la voz de Agustín llamando, cuando me dí media vuelta pude notarlo con dos cajones encima.

– Te llaman.

Anunció Felipe, yo asentí con una sonrisa.

– Termino con eso y hablamos, Agustín se queda un rato hoy, quiere ver todo eso de las tierras...

Una risita nasal salió de Otaño, notando su gracia.

– No hay forma de trabajarlas, más sabiendo que el rancho vecino las quiere.

– Si, pero viste que él es duro.

Él asintió y volví a sonreír, ésta vez de forma sincera, después de un silencio corto golpeé su sombrero para taparle la vista y salí corriendo.

Pipe era alguien indispensable, al menos para mí.

El contexto de su rancho es que se quedó sin tierras para cultivar gracias al vecino jodón que, tras la muerte de los padres, quiso reclamar esas tierras de Felipe.

Hasta hoy sigue en debate la autoridad de Felipe sobre ellas, Agustín intenta ayudarlo, aunque claro que poco funciona.

A pesar de aquello Felipe parece estar feliz, y entonces yo lo estoy, solemos acompañarnos juntos.

Somos los mejores amigos, por ahora.

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Importante aclaración que el Juani de éste fic tiene todos sus rulitos como antes, no su corte actual

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Importante aclaración que el Juani de éste fic tiene todos sus rulitos como antes, no su corte actual.

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