🦞 Capítulo 14.

14 4 10
                                    

El humo de un cigarrillo se filtró por sus fosas nasales, provocando que de su boca saliera expulsada una tos leve y seca. Se removió entre las sábanas blancas de la cama en la que yacía acostada, negada a despegar los parpados, pero la neblina blanca volvió a colarse dentro de su nariz, ocasionando que la tos emergiera de nuevo.

«¡Qué verga!», masculló interiormente, malhumorada. La noche anterior había dormido poco y tenía cero ganas de despertarse.

Enarboló con pesadez una mano hasta dejarla descansar sobre su frente mientras se daba ánimos para separar los ojos y descubrir la fuente de ese humo tan insoportable. Lo cierto era que nunca le había gustado el olor del cigarrillo, aunque al final terminó por adaptarse a él e incluso fumando de vez en cuando. Todo, debido a Marco, que insistió e insistió en que fumara un poco para que lo acompañara.

Soltó un suspiro, movió la cabeza con ligereza y entreabrió por fin los ojos. Una silueta se vislumbró ante ellos, aunque no pudo observar con claridad. Pestañeó un par de veces y masajeó uno de sus ojos con el dorso de su mano. Apoyándose en sus codos, irguió un poco el cuerpo para volver a abrir los ojos y entonces la silueta estaba ya clara ante ella.

—¿Marco...? —preguntó con el entrecejo fruncido, confundida. Se dejó caer sobre la base acolchada, agotada—. ¡Ay, otra vez no! —se quejó—. Ya déjame en paz. Deja de meterte en mis sueños —chilló, creyendo fielmente que se trataba de eso, o, mejor dicho, de una pesadilla.

Ladeó la cabeza y observó a Sam a su lado, durmiendo plácidamente. Sonrió gustosa cuando una sensación de tranquilidad le recorrió el cuerpo entero; por fortuna, aquello había sido solo una pesadilla y Sam aún estaba a su lado en perfecto estado. Un revoloteo en el pecho la llevó a extender su mano y bordear con sus dedos el rostro blanco del extranjero.

—¡Qué escena más romántica! —exclamó con voz gruesa el hombre, atrayendo la atención de la chica—. Debo decir que me complace escuchar que usted sueña conmigo Angélique, aunque, por cómo se lamenta, entiendo que sería mejor llamarlo pesadilla. —Le dio una calada al cigarrillo que cargaba entre sus dedos índice y medio, y dejó salir el humo, con elegancia—. Seguramente es la culpa, atormentándola.

Con el entrecejo fruncido, Angélique volvió a apoyar el cuerpo en sus codos para tener una mejor visión de la escena. Observó a Marco plantado al borde de los pieceros de la cama, escoltado por un par de hombres nada parecidos al de su anterior pesadilla; uno era delgado, con cabello largo —aunque recogido en una coleta— y rostro demacrado; el otro era más robusto, su cuero cabelludo brillaba al estar ausente de sus cabellos y su rostro causaba curiosidad, pues la mitad de su cara se podía apreciar un poco deformada, como si hubiera sido víctima de llamaradas de fuego.

—¿Marco...? ¿Eres realmente tú? —indagó, ya dudando de si se trataba en realidad de un sueño.

El hombre chasqueó la lengua y llevó nuevamente el cigarro a su boca. Sus ojos llameantes se enfocaban en ella, aunque unos segundos después se desviaron algunos centímetros a su derecha, en donde Sam se removía entre las sábanas, despertando. El músico se sobresaltó, quedando sentado en la cama con el pecho desnudo —que subía y bajaba con rapidez— al descubierto. Angélique se aproximó a él, enredando sus manos entre su brazo.

—Sam... ¿Es esta otra pesadilla? —preguntó en voz baja y con la mirada clavada en Marco.

I don't think so —musitó seguro Sam—. ¿Cómo entraste aquí? —soltó interrogante.

Las comisuras de los labios de Marco se expandieron hacia los lados, mostrando sus dientes burlonamente. Subió los hombros restándole importancia.

—Nada que un par de manos expertas como las de los hombres que me acompañan no puedan hacer. ¡Muy bien! —exclamó enseguida—. Abordemos lo que nos compete. Que por supuesto, tiene que ver con el hecho de que mi mujer haya pasado los últimos días enredada en esas sábanas.

Mi media langosta Where stories live. Discover now