Los árboles también pueden bailar

2 0 0
                                    

21 de Junio de 2020. Lo primero que aprendí de ser un vagabundo es que es bien pinche aburrido. Es un giro total donde sencillamente ya no tienes nada que hacer. Simplemente vas de un lado a otro como si se tratara de cualquier otra caminata, pero con la diferencia de que ya no lo haces con un propósito; solo lo haces porque es lo único que puedes hacer y lo que obtienes es dolor de piernas. Y pues tienes que encontrar más cosas en las que entretenerte; en mi caso era contar los aviones y verlos hacer su recorrido; intentar adivinar qué hora era, usar las máquinas de ejercicio que hay en los parques. Que por cierto, ¿esas madres si dan resultados? Bueno, no es como que mis preocupaciones hayan sido cosas básicas como comer o asearme, a ese paso era obvio que iba a morir. No iba a tener mucho tiempo para acostumbrarme.

Y algo que siempre me ha llamado la atención sobre los vagabundos que he visto a lo largo de mi vida, es que por lo general están durmiendo. Fue hasta hace 2 días que viví este desmadre que pude entender el porqué es su actividad preferida. ¿Qué más puedes hacer? Solo eres tú y el mundo. No puedes leer, no puedes escribir, no puedes ver la tele, y cualquier actividad que implique un esfuerzo físico solo te va a quitar tus energías que tal vez te puedan servir para más al rato, no lo sabes con seguridad. En cualquier caso no podía ir a muchos lugares, me salí sin un cubrebocas. Aunque mucha gente sale a pasear a sus perros a altas horas de la noche, lo cual me pareció extraño.

Cuando me aburrí de estar sentado, me acosté en una banca que, a mi parecer, tenía el mejor equilibrio entre luz y oscuridad. Y por cierto, si alguien que esté leyendo esto se va a volver un vagabundo, déjeme decirle que las bancas de los parques no están hechas para acostarse. No sé si yo estoy bien pinche grande o esas madres están muy pequeñas, pero, o extendía mi torso o extendía mis piernas, todo mi cuerpo no se pudo. Creo que era una mejor opción acostarse en alguno de los juegos.

Intenté cerrar los ojos y dormirme (esos vagabundos de carrera lo hacen ver muy fácil) pero en una situación así realmente es difícil. De las pocas cosas que puedes hacer, una de ellas es escuchar con atención a todo lo que pasa a tu alrededor. Las personas que, como dije, están paseando a sus perros; a lo lejos hay chavos que están 𝘩𝘢𝘯𝘨𝘦𝘢𝘯𝘥𝘰 un rato en lo que llega la hora de volver a casa. Hubo un momento en el que se escuchaba como si alguien fuera agitando una lata de aerosol pero menos metálica, como si fuera más bien un lápiz corrector muy grande. Porque tal cual se escuchó el golpeteo de una canica desde varios metros a lo lejos, pasó a mi lado, y tardó varios segundos en que desapareciera por completo. Pero lo extraño era que las pisadas que acompañaban este agitamiento no parecían de un humano, parecían más como las de un animal. Nunca lo sabré. De pendejo iba a abrir los ojos jajaja.

La otra segunda cosa que puedes hacer es pensar. Pensar en cómo llegaste aquí, en por qué estás exactamente aquí, qué pasará después, y conforme avanza la noche los pensamientos se vuelven más engorrosos. Pones en perspectiva todas las decisiones que has tomado a lo largo de tu vida. Y espérense, porque es peor cuando la has llenado de arrepentimientos. Por ejemplo, un pensamiento fuerte que tuve fue: -¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘷𝘪𝘥𝘢? Lo que me llevó a preguntarme después: -¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘵𝘦𝘳𝘳𝘪𝘣𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢𝘤𝘰𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘣𝘢𝘯𝘤𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘢𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘷𝘪𝘦𝘳𝘯𝘦𝘴? ¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘤𝘩𝘪𝘯𝘨𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘦𝘴 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘫𝘰 𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘤𝘪𝘳𝘤𝘶𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢? ¿𝘈𝘤𝘢𝘴𝘰 𝘦𝘯 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘯𝘰 𝘩𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘨𝘳𝘦𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢? Afortunadamente ese fue el pico de mi tren de pensamiento, posteriormente esta angustia se fue aflojando, o eso quise creer.

Estar despierto en la madrugada, en esta situación, no es lo que yo llamaría esperanzador. El siguiente paso a dar puede ser tu salvación o tu perdición. El frío de la calle es tan culero que no solo te mantiene temblando, sino que también te mantiene proyectándote: -¿𝘤𝘶𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘱𝘰𝘥𝘳𝘦́ 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘪𝘳 𝘢𝘲𝘶𝘪́? O peor aún: -¿𝘚𝘦𝘨𝘶𝘪𝘳𝘦́ 𝘢𝘲𝘶𝘪́ 𝘦𝘭 𝘥𝘪́𝘢 𝘥𝘦 𝘮𝘢𝘯̃𝘢𝘯𝘢? Empiezas a intentar hacer pronósticos, cálculos, y las inquietudes de todas esas acciones que ni siquiera han iniciado solo dañan más y más tu frágil estado anímico. Necesitaba una distracción. Ya no había nadie en el parque, los aviones no pasaban tan seguido, el frío no me dejaba dormir. Necesitaba desviar y calmar mi mente, ¿pero cómo? Estaba acostado en la banca de un parque un viernes por la noche cuando en su lugar podría haber estado pasando esos momentos al lado del amor de mi vida. -¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘳𝘢? 𝘘𝘶𝘦𝘳𝘪́𝘢 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘭𝘢𝘴 𝘩𝘪𝘤𝘦 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘷𝘦𝘯𝘪𝘳 𝘢𝘲𝘶𝘪́? ¿𝘛𝘦𝘯𝘥𝘳𝘦́ 𝘰𝘵𝘳𝘢 𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘶𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳𝘭𝘢𝘴 𝘢 𝘤𝘢𝘣𝘰? ¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘦𝘴? 𝘛𝘦𝘯𝘨𝘰 𝘧𝘳𝘪́𝘰. ¿𝘏𝘢𝘺 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘢𝘩𝘪́? ¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘩𝘢𝘳𝘦́ 𝘮𝘢𝘯̃𝘢𝘯𝘢? ¿𝘚𝘰𝘣𝘳𝘦𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳𝘦́? ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘢𝘲𝘶𝘪́? ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘷𝘪𝘥𝘢?

Afortunadamente, llegó un instante en el que le empecé a poner atención al vasto follaje que acontecía ante mí. Y cualquiera que esté leyendo esto podría decir: -¿𝘠 𝘲𝘶𝘦́ 𝘵𝘦𝘯𝘪́𝘢 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘢𝘭 𝘶𝘯𝘢𝘴 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘵𝘢𝘴 𝘳𝘢𝘮𝘢𝘴 𝘺 𝘩𝘰𝘫𝘢𝘴? Bueno, lo que pasó fue que como tenía la mirada hacia arriba todo el tiempo, pude observar que cuando el viento soplaba, obviamente a nivel de suelo no pasaba ni madres, pero unos cuantos metros más hacia arriba, había un espectáculo. Y les voy a ser sincero, jamás había visto a los árboles bailar. Fue increíble. Ver como las hojas danzaban con un ritmo tan peculiar, tan sereno; predecible pero asombroso, definitivamente fue el mejor entretenimiento que pude tener en esa fría y oscura noche. Incluso me sentía tan emocionado que me entró una euforia con la que sentía que ahora si podía hacer todo lo que me propusiera. Ahora si iba a hacer todas esas cosas que simplemente aplazaba. Ahora si iba a dejarme de mamadas. Ahora si iba a dejar de avergonzarme por ser la persona que soy.

Lamentablemente... ese ímpetu no se quedó conmigo toda la noche. Porque, o sea, si sonaba muy bonito el optimismo y las ganas de sobresalir, pero solo un era un wey que estaba acostado en la banca de un parque un viernes por la noche, y sobre todo, siempre tuve la opción de arrepentirme. Arrepentirme es lo que he hecho toda mi vida; una vez más no me iba lastimar gravemente. Aún hoy sigo acostumbrado a tener una determinación deficiente y nunca cambiaré al parecer. Ese día no iba a ser la excepción.

De todas formas, haberme quedado ahí hubiera sido estúpido.

Los árboles también pueden bailarWhere stories live. Discover now