Lucas y Martín

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Lucas y Martín, ambos de diez años, eran inseparables desde la guardería. Aquella tarde soleada de verano, se encontraban en el patio trasero de la casa de Lucas, un lugar amplio y lleno de rincones interesantes para explorar. El patio era un espacio salvaje y libre, con un viejo roble en una esquina, arbustos que formaban laberintos naturales y una caseta de herramientas que siempre despertaba su curiosidad.

Lucas era un niño de cabello castaño y ojos vivaces, siempre lleno de energía y con una sonrisa que contagiaba a todos a su alrededor. Era audaz y protector, siempre liderando las expediciones y aventuras. Por otro lado, Martín, con su cabello rubio y ojos observadores, era más reservado y reflexivo. Admiraba la valentía de Lucas y lo seguía con una mezcla de confianza y asombro.

—¡Vamos, Martín! ¡Rápido, antes de que los piratas nos encuentren! —gritó Lucas, blandiendo un palo que imaginaba como una espada.

Martín reía mientras seguía a su amigo, disfrutando de la energía y el entusiasmo que Lucas irradiaba. Para ellos, cada rincón del patio era un nuevo mundo por descubrir. La complicidad entre ellos era evidente, y aunque sus personalidades eran diferentes, se complementaban perfectamente, creando una amistad que parecía irrompible.

Desde la ventana de la cocina, Elena y Roberto, los padres de Lucas, observaban a los niños. Elena, con su naturaleza cariñosa y comprensiva, veía la amistad de los chicos como algo especial y valioso. Roberto, en cambio, observaba con una mezcla de curiosidad y preocupación. Había algo en Martín que le llamaba la atención, aunque no sabía exactamente qué era.

—¿No te parece que Martín es un poco... diferente? —preguntó Roberto, intentando sonar casual mientras bebía un sorbo de café.

—¿A qué te refieres? —respondió Elena, sin dejar de mirar a los niños.

—No sé... Es muy sensible. Y a veces parece más... delicado, supongo —dijo Roberto, buscando las palabras adecuadas.

Elena sonrió, comprendiendo las preocupaciones de su esposo. —Es un niño sensible, eso es todo. Tiene una imaginación maravillosa y es muy cariñoso. No creo que haya nada de qué preocuparse.

Roberto asintió, aunque en su mente quedaba una sombra de duda. No podía evitar sentirse un poco incómodo con la idea de que Martín no encajaba en su visión tradicional de cómo debía comportarse un niño.

Mientras tanto, en el patio, Lucas y Martín continuaban sus aventuras. Para ellos, cada día era una oportunidad de crear nuevas historias y fortalecer su amistad. Y aunque sus personalidades eran diferentes, se complementaban perfectamente, creando un vínculo único.

Mi vecinoWhere stories live. Discover now