Prólogo: La Bella y la bestia

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—...Y así, Bella y el apuesto príncipe consiguieron vivir juntos para siempre. Y fueron felices y comieron perdices.

Al otro lado se oyó un bostezo seguido de un suspiro.

—Mamá, tengo sueño... —protestó la niña, con su vocecilla aguda y soñolienta. La madre apartó la vista del libro y contempló a su hija un instante. Se parecía muchísimo a su padre. Los mismos ojos, la misma mirada aburrida y a la vez fascinada por el relato del cuento. El mismo pelo ondulado y rebelde. Lo único distinto eran su palidez y su complexión, algo delgada para una niña de diez años. Pero a pesar de la apariencia era una niña sana, todo lo sana que podía ser teniendo en cuenta a su madre. La joven la miró con ternura.

—¿Sueño? Bueno, en ese caso deberíamos acostarnos, ¿no crees, bicho? —La niña sonrió pícaramente y se revolvió entre las mantas—. Dame un beso, anda.

La pequeña obedeció. Se acercó sin destaparse y estampó un sonoro beso en la mejilla de su madre, que encendió la lamparita.

—Buenas noches, mami.

—Buenas noches, cielo...

La madre se incorporó y apagó la luz. Mientras lo hacía, oyó el ruido de la puerta principal al cerrarse. Sonrió sin darse cuenta. Cosme había llegado por fin. Llevaba todo el día sin verlo, y lo había echado muchísimo de menos. Tenía ganas de hablar con él, de su trabajo, del próximo fin de semana juntos, de la niña... Todo esto pensaba mientras iba avanzando por el amplio pasillo.

—¿Cosme? Qué bien que ya estés aquí. Cristina ya está en la cama... Oh.

En el salón, el aludido le lanzó una mirada de circunstancias mientras sacudía la cabeza en dirección a los otros acompañantes, una pareja joven. Ambos eran físicamente parecidos: rubios, altos y de penetrante mirada clara; pero los ojos de la joven se clavaron directamente en los del chico con una sensación a medio camino entre el escalofrío y la sorpresa.

—Hola... —saludó como pudo—. Lemon...

Contempló a la chica que lo acompañaba con cierta extrañeza. Esta lo notó y se adelantó para estrecharle la mano.

—Me llamo Magda, soy su prima —se presentó, en un vacilante español. Sonrió forzosamente sin dejar de mirar al otro, como esperando una reacción. Pero la reacción no llegó. El otro visitante solo miró a la madre de la niña, hasta que por fin consiguió hablar.

—Has dicho «Cristina» —musitó. Su acento era menos brusco que el de su compañera, aunque dejaba ver lo mucho que hacía desde su última visita. La madre asintió, algo tensa—. ¿Así es como habéis llamado a vuestra hija?

—Sí —respondió Cosme, haciendo que lo mirara a él—. Pensamos que te alegraría cuando te enterases. Saber... Saber que no la hemos olvidado.

El otro no respondió. Dio una mirada circular en torno al salón y se entretuvo un poco en los destellos que procedían de las luces que mostraba la ventana del fondo. Luces.

—Habría sido un insulto que la hubierais olvidado —dijo—. Yo no lo he hecho. Por eso estamos aquí.

Su mano buscó la de Magda. Esta la aferró. Seguía sin dejar de mirarlo con preocupación. El otro asintió con una media sonrisa, como solía hacer siempre que intentaba persuadirla de que estaba bien.

—Quiero verla —dijo de pronto—. A la niña.

Cosme y la madre se miraron, dubitativos.

—Acaba de acostarse —intentó razonar ella—. Ha tenido un día muy cansado en el colegio, Lemon. Tal vez mañana.

Limón y mora (primeros capítulos)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt