El único sol

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El único sol

Por: Aurora Seldon

Notas: Esta historia es una mezcla de la película Alexander y los libros de Mary Renault, que pintan bellamente el amor de Alejandro y Hefestión. He tratado de consignar hechos históricos conocidos y a la vez intercalar memorias contenidas en «Fuego en el paraíso» y escribo esto para quitarme la espina de la luna de miel de Alejandro en la película, en esa memorable escena en que Hefestión le entrega un anillo.

Según una conversación que encontré en el libro de Renault y revisando una enciclopedia, encontré que Alejandro y Hefestión tenían casi la misma edad. En algunos indica que Hefestión era un año mayor y en otros dice eran iguales, incluso nacieron el mismo mes. Coloco esto debido a que algunas personas me han dicho que Hefestión era mucho mayor, aunque eso no viene mucho al caso en la historia.

En la película, en la escena previa a la boda, donde los generales discuten, aparecen Filotas y Parmenión. Pero me temo que ellos, así como Kleitos, estaban muertos hacía mucho.

Esta historia se desarrolla durante la noche de bodas de Roxana y Alejandro.

El pequeño poema que reproduzco lo escribió mi papá.

Dedicado a Katrinna, con mucho cariño.

Para demostrarte

que mi sangre se desvive

por tu sangre

no tengo más que hacer esto:

escribir tu nombre.

Hefestión

Estoy aquí, solo en mi tienda, tratando de alejarme del bullicio y el jolgorio de los que celebran tu matrimonio. Quisiera aislarme del mundo pero no puedo, de modo que me revuelvo inquieto en mi lecho, reflexionando en todo lo que nos ha sucedido.

Este será un gran año. Un año que quizá marcará un hito en esta loca carrera de la conquista que empezó con el asesinato de tu padre Filipo y tu coronación como rey de Macedonia.  Después de tres años de resistencia, el último bastión persa cayó, como todos los anteriores, en tu poder. Este año será considerado para muchos como la realización del sueño de Filipo, aunque yo sé que tus propios sueños de unir la cultura helénica con la persa, son aún más ambiciosos.

Un grandioso año, aunque para mí es el año en que conocí el mayor de los dolores.  

Pero tenía que ser así. Yo lo sabía.

Lo sabía, me temo, desde el día en que nos conocimos: yo con ocho años y tú con siete, aunque aparentabas menos. Recuerdo que tratabas de ajustar la correa de un carcaj que uno de tus amigos te había regalado y que te quedaba demasiado grande. Entonces no sabía quién eras, pero tu tenaz determinación se me quedó grabada para siempre, a pesar de que esa misma mañana mi padre, furioso, me alejó de ti.

Nos volvimos a encontrar luego de seis años, cuando los jóvenes nobles disputaban el privilegio de ser parte de tu escolta. Muchas de tus hazañas se comentaban entonces, algunas verdaderas, otras exageradas; y aún otras, deformadas por la envidia mezquina de jóvenes como Casandro, porque tu nombre empezaba a ser leyenda.  

Recuerdo bien el día que montaste por primera vez a Bucéfalo. Todos creyeron que no tendrías éxito pero yo no dudé de ti un sólo instante. Vibré contigo cuando la multitud aclamó tu triunfo y luego fui a tu encuentro, pensando que no me recordarías. Pero me equivoqué, recordabas bien al niño que te ayudó con tu carcaj. Me recordabas tan bien como yo a ti y pude sentir el vínculo mágico que me envolvía al oír tus palabras. Paseamos por las caballerizas, charlando despreocupadamente y desde ese día no me separé de ti. Tenías entonces trece años.

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