1. Fred

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SEPTIEMBRE

Todavía no puedo creer que con el estúpido vídeo de presentación que envié a la Universidad de Stanford me hayan aceptado entre las miles de solicitudes que reciben cada año. Tal vez sea por el generoso donativo que mi familia hace todos los años a la facultad o porque procedo de una larga estirpe de abogados en la que todos estudiaron en la segunda universidad más importante de Estados Unidos.

Tumbada en la cama, no hago más que ver una y otra vez en mi móvil el vídeo que grabé. En él hablo de mis buenas notas hasta ahora, de mi participación en el refugio de los Sin Techo de Sacramento, mi membresía en el Club de Natación y en el de Ajedrez así como los premios que he conseguido en cada uno de estos deportes. No olvido mencionar las dos cartas de recomendación que han realizado tanto la directora del instituto como mi entrenador. Intento sacarme algún defecto, pero no lo encuentro. Mis padres me han criado dentro de la más estricta perfección, siempre presionándome, siempre esperando lo mejor de mí.

El ruido de la puerta abriéndose hace que detenga el vídeo cuando veo entrar a mi prima Rachel. Ella también comenzará a estudiar Leyes, pero en su caso el motivo es diferente. Ella sueña con ser abogada desde niña.

–Vamos, Fred –me incita, lanzándose sobre la cama. Cuando ve que no estoy con ganas de bromas, sigue mi mirada para descubrir lo que me preocupa–. ¿No me digas que todavía sigues dándole vueltas a eso? Lo que tú y yo deberíamos estar haciendo ahora es disfrutar de esta semana en Melbourne –me regaña mientras tira de mi brazo para ponerme en pie–. De lo único que tendrás que preocuparte, por el momento, es de lo que vamos a llevar en la maleta –dice cotilleando mi armario y sacando un conjunto para que me cambie–, de cómo será nuestra habitación, de los chicos que conoceremos... –comenta esto último con cierto retintín.

Me río y le arrojo la almohada a la cabeza.

–¿Con que esas tenemos, señorita Chambers? –bromea Rachel antes de iniciar una guerra de almohadas. Ella es la campeona en este deporte.

Un rato después, las dos estamos tumbadas boca arriba en la cama, sonriendo y hablando sobre el futuro.

–¿Cómo piensas que será? –pregunto esperando que mi prima calme parte de mis miedos.

–No puede ser peor que Sacramento –sigue bromeando Rachel. Le doy un codazo–. Vale, vale.

–¿Tu padre no ha tenido "La Conversación" contigo? –cuestiono doblando los dedos índice y corazón de ambas manos para recalcar esas dos palabras. Rachel ignora a qué me refiero–. Mi padre se sentó conmigo y comenzó a hablarme del gran paso que estaba a punto de dar. Uno importante en todos los sentidos. Que dejaba atrás la niñez y comenzaba una etapa lleva de nuevas, y no siempre buenas, experiencias lejos de casa. Me contó que para él y el tío fue una experiencia inolvidable, algo que siempre recordarían con cariño.

El ceño de Rachel se arruga ante lo que le acabo de contar.

–Espero que a mi padre no se le ocurra hablar conmigo o me cortaré las venas –suelta sarcástica, irguiéndose y mirándome. Ella siempre ha sido la más rebelde de las dos. A mí me ha tocado el papel de niña buena. Yo siempre acepto de buen grado todo lo que mis padres me dicen.

Lo bueno de ir a Stanford es que me alejaré de Sacramento y, por ende, de ellos. Mis padres tienen razón en una cosa: en poco más de una semana, Rachel y yo estaremos por nuestra cuenta en una ciudad extraña.

Me levanto de la cama feliz, me quito la camiseta del pijama y se la lanzo a mi prima antes de ponerme el conjunto que ha elegido para mí.

Un océano de dudasWhere stories live. Discover now