1930

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Nací un 29 de Julio de 1924 en Boston, Massachusetts. Mis padres Cleo Short y Phoebe  Swayer Short, me recibieron como su tercera de cinco hijas, con el nombre de Elizabeth Short. Beth, como me llamaban todos.

Crecí y asistí a una pequeña escuela de niñas en Medford, en los suburbios de Boston. Durante mis primeros años de vida, mi familia no era adinerada, pero era decentemente acomodada y en aquella época, podría decir que éramos una familia feliz. O eso pensé.

En la escuela conocí a Nancy, una pequeña rubia de ojos azules. Prácticamente crecí con ella y pasábamos la mayor parte del tiempo juntas. Sobre todo después de 1929, cuando a mi padre se le ocurrió invertir en un negocio de minigolf, aún cuando la economía estaba pésima. Pensó que la aparente estabilidad económica que teníamos y sus conocimientos en negocios, haría que su propuesta saliera a flote. Pero por lo contrario, fue un fracaso.

En vista de eso y que casi no iba gente a usar el establecimiento, Nancy y yo íbamos a jugar y robarnos las pelotas de golf que nadie usaba. Poco tiempo después, el negocio tuvo que ser cerrado, porque era imposible mantenerlo, y mi familia estaba oficialmente en bancarrota. Obviamente yo no entendía nada de eso, y nosotras sólo llorábamos porque pensamos que el habernos robado las pelotas de golf habría provocado que el negocio decayera. Muy apenada, con vergüenza y llorosa, le entregué todas las pelotitas a mi padre y le pedí perdón.

Mi padre me abrazó fuertemente y lloró conmigo. En ese momento pensé que lloraba por mi acto, cuando en realidad lloraba porque las cosas con mi madre iban mal, y no había dinero suficiente para mantenernos a todos.

— Un día crecerás y serás la mujer más bella e inteligente del mundo, pequeña Beth. Serás la esperanza de esta familia. Podrías casarte con un banquero exitoso y apuesto. O podrías convertirte en una artista famosa.

Mi padre me implantaba esa idea casi a diario. A mí y a mis hermanas. Insistía que debíamos crecer rápido y aprender las labores de casa. "Para que sean buenas esposas, como mamá". Mamá lo fulminaba con la mirada cada vez que lo oía decir eso, y yo no entendía lo que su mirada significaba. Pero notaba otros detalles como que ya no se sonreían cuando se miraban, ya no hablaban y mi padre llegaba muchas veces ebrio y tarde por la noche.

Uno noche, en 1930, mi padre salió en su auto y no volvió. Casi veinticuatro horas después nos avisaron que encontraron su auto estacionado en un puente a las afueras de Medford, sin rastros de él. La policía declaró que mi padre se había suicidado. Que probablemente se habría tirado del puente, producto de la depresión por la pérdida del dinero y el mal estado en el que se encontraba su matrimonio. La gente lo sabia todo, y los rumores no tardaban en regarse por todo el vecindario.

Tres meses después de la desaparición de mi padre, el día que cumplí 6 años, Nancy vino a mi casa con un pequeño pastel que su madre preparó. Su madre tenía pena por mi familia, pues éramos "las pobres mujeres desamparadas", como luego supe que nos llamaban. Y dejaba que Nancy pasara aún mucho más tiempo conmigo, y gracias a ella, pude tener algo de alegría ese día.

— No estés triste Beth. Tu padre está aquí— me dijo Nancy mientras ponía su pequeña mano en mi infantil pecho. — Debes hacer lo que te dijo, debes conseguir casarte con un hombre con dinero para que sean felices.

— ¿Y cómo voy a hacer eso? — le pregunté.

— Bueno, mi prima Anna Rose, siempre habla con mi prima Sue sobre hombres. Y las he visto hacer cosas.

— ¿Cosas?

— Yo ya intenté una. ¡Es un juego! La llamo los sapitos, pero tenemos que estar solas. Nadie nos debe ver.

— ¿Por qué?

— Porque debemos estar desnudas.

— ¿No es eso malo? He oído a las mujeres mayores que el cuerpo solo se enseña al marido y no a otros hombres.

— Pero yo no soy hombre.

Le sonreí y nos encerramos en mi habitación. El juego de los sapitos consistía en quitarnos la ropa interior y frotarnos con almohadas. Nancy me explicó que había que mover mucho las caderas porque a los hombres les gustaba, o eso había oído de sus primas mayores.

— Además es gracioso. Sientes cosquillas ahí. Y si practicamos desde ahora, para cuando tengas marido, serás muy buena. Juntas lo haremos siempre hasta que consigamos un buen esposo con dinero. Siempre vamos a estar juntas.

— Seremos las mejores— le dije sonriendo. — Les gustaremos a muchos hombres y tendremos muchos para elegir.

Lo que sentí por primera vez, fue indescriptible. Me gustaba la sensación, y era un poco adictiva. Llegué incluso a hacerlo muchas veces sola, por puro gusto.

No tenía ni idea, que a partir de ese juego y de mis ganas de cumplir el deseo de mi padre y alcanzar "la felicidad" mi vida entera giraría entorno a eso. Y la sensación espacial que el juego me daba me decía que mi destino no era ser ordinaria, de eso estaba segura.

La Dalia Negra: Untold TalesWhere stories live. Discover now